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La quimera del cobre en tiempos digitales

por Miguel López
11 de mayo de 2025
en Segovia
Lugar donde se robó el cobre en la línea Madrid- Sevilla. Los cortes y robos de cable se han producido en cuatro puntos diferentes de los municipios de Los Yébenes y Manzaneque.

Lugar donde se robó el cobre en la línea Madrid- Sevilla. Los cortes y robos de cable se han producido en cuatro puntos diferentes de los municipios de Los Yébenes y Manzaneque.

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Los robos de cobre aumentan de forma directamente proporcional a la importancia que alcanza ese metal en las sociedades modernas, ya que se trata de uno de los mejores conductores de electricidad conocidos. La elevada conductividad y su carácter maleable convierten al cobre en el elemento idóneo para fabricar cables y componentes eléctricos, el auténtico sistema nervioso de la economía y las comunicaciones en España, al igual que en todo el mundo desarrollado.

Dos golpes informativos han situado en el escaparate mediático español la relevancia del cobre, elemento de la tabla periódica que aparece en la trastienda de ambas sacudidas. El primero fue el Gran Apagón del pasado 28 de abril y el más reciente ha sido la interrupción del servicio ferroviario de alta velocidad entre Madrid y Andalucía, el 5 de mayo. Ambos sucesos difieren en su naturaleza. El corte de energía que paralizó España y Portugal no tiene precedentes de esa magnitud, pero la interrupción de los servicios ferroviarios de alta velocidad entre Madrid y Andalucía por robo de cables sí forma parte de la tradición, sobre todo desde la implantación del AVE en España, en 1992.

También ambos acontecimientos se han producido casi simultáneamente, con pocos días de diferencia. La dimensión alcanzada por estos trastornos ha avivado la conciencia de lo esenciales que son en nuestras vidas los sistemas eléctricos, vitales y frágiles a la vez, sobre los que recae el latido económico y social del país, confirmando la silenciosa trascendencia del suministro energético en nuestros tiempos digitales hasta que el ruido de su carencia los eleva como protagonistas absolutos en el mapa de las necesidades diarias más elementales. Y detrás de la electricidad está el cobre, la madre del cordero.

La electricidad lo mueve casi todo. La vida común actual no se comprende sin un ingrediente como el cobre, material con el que se transporta la electricidad que llega a los hogares merced a su matriz atómica. Las economías desarrolladas funcionan gracias a circuitos y cables en los que apenas reparan los ciudadanos, salvo cuando faltan. Se ha comprobado en las últimas crisis que han sacudido el planeta, desde la pandemia hasta la intensificación de la guerra de Ucrania. Cuando se quiebran las cadenas de suministro, todo cruje. La iluminación casera o urbana, los trenes, ascensores, aires acondicionados o cualquier interruptor a su alcance dejan de operar si el cobre desaparece. La omnipresencia de ese metal se extiende también a los automóviles. Un coche estándar alberga en su interior un kilómetro y medio de cables de cobre, indispensables para las conexiones de componentes eléctricos y sensores que permiten el funcionamiento normal. La cifra se multiplica por cuatro cuando el vehículo es eléctrico, cables con cobre destinados en gran medida al motor y a las baterías. Para los trenes de alta velocidad, las necesidades de cobre son aún mayores. Es posible hacerse una idea gracias a los recientes acontecimientos. El poder eléctrico es tremendo y la clave es, como escribe Ed Conway, que “no podemos fabricar ni distribuir esta fuerza crucial y esencial sin cobre. De hecho, seguimos generando la mayor parte de nuestra electricidad del mismo modo que lo hizo Michael Faraday en 1831: girando un imán alrededor del cobre, o viceversa, para convertir el movimiento en electricidad”.

Tampoco funcionarían las centrales eléctricas convencionales o las turbinas eólicas o las presas hidroeléctricas sin ese ingrediente esencial. Otro ejemplo: los paneles solares requieren siete veces más cobre que las centrales eléctricas convencionales. Y los vientos históricos soplan a favor de ese metal de color entre anaranjado y rojizo. En el libro Material World, Construyeron el Mundo, Transformarán el Futuro (Editorial Península), Conway explica que “reducir nuestra huella de carbono significará aumentar nuestra huella de cobre”. Sostiene este autor británico que la búsqueda de cobre ha dado forma a la historia humana desde hace varios siglos y gana importancia cada año en las sociedades digitales.

En lo cotidiano, las bombillas eléctricas han aumentado varias horas el tiempo de vida laboral y ociosa desde hace más de un siglo. Thomas Edison se esforzó en trasladar la energía eléctrica a las masas y las bombillas o planchas para la ropa se convirtieron en productos de consumo masivo. Otros inventores como George Westinghouse también impulsaron las necesidades industriales de cobre para comercializar sus objetos domésticos. Pero, además de fabricar aparatos eléctricos o bombillas, es imprescindible construir la infraestructura eléctrica que los provee de energía. En ese largo camino del último siglo y medio, los avances alcanzados para obtener cobre de gran pureza han sido esenciales para que hoy esté presente por doquier. Así, los motores eléctricos jubilaron en su momento a las vetustas máquinas de vapor. Este fenómeno duplicó a lo largo del siglo XX la productividad manufacturera de Estados Unidos, tanto en los años treinta como en los sesenta.

El país que procesa más cobre del mundo es China. En concreto, funde y refina prácticamente la mitad de la oferta mundial de ese metal que da vida a la industria y los servicios. Ese cobre procede en gran medida de la República de Chile, país americano que posee minas de extraordinaria importancia y las explota desde hace siglos. El país andino está en primera posición del ránking mundial de productores y exportadores de cobre, con más de un tercio de la fabricación mundial.

Los expertos consideran que la mayor mina del planeta se encuentra en Chuquicamata (Chile). Desde esa explotación se transportan inmensas cantidades de metal en buques hasta China. Una vez en el gigante asiático, se trata en refinerías para aumentar significativamente su pureza, condición esencial para mejorar el transporte de electricidad y reducir las resistencias a la conductividad. La clave es que cuanta mayor pureza, mayor libertad de movimientos para los electrones que alberga, lo que permite que la electricidad sea más fluida.

El 80% del cobre mundial no se refina en su lugar de extracción. Como explica Ed Conway, “la mayor parte de las planchas, barras y alambres de cobre del mundo son un cóctel de átomos de todo el planeta: un poco de Chile, otro poco de Australia, algo de Indonesia, algo de la República Democrática del Congo o algunos reciclados a partir de cobre extraído hace mucho tiempo en otro lugar”.

Lo cierto es que el precio del cobre en el mercado internacional es elevado. La demanda creciente procede de la industria tecnológica y las necesidades que acarrean las energías renovables. Esa subida parece no tener techo en este momento y alienta la expansión del mercado negro.

La revolución tecnológica ha desatado procesos productivos de asombrosa magnitud. Desde 1900 hasta ahora, la cantidad de piedra que es preciso trasladar y procesar para generar una tonelada de cobre ha pasado de 50 a 800 toneladas y también se ha duplicado la cantidad de agua necesaria para este proceso. Eso acentúa la preocupación por las reservas existentes. Los expertos apuntan hacia el lecho marino como probable reserva de cobre en cantidades ingentes. Tal probabilidad ha extendido las tensiones geopolíticas hasta el fondo de los mares, especialmente en la Dorsal Mesoatlántica, zona donde se tocan los límites de las placas norteamericana y suramericana.

La alta mar se ha convertido en campo de batalla por la busca y captura del quimérico cobre. China va por delante también en esa búsqueda en el fondo del océano. Cuatro grandes empresas chinas están empeñadas en la extracción de cobre, junto a otras de Corea del Sur, Rusia, Alemania, Reino Unido y Francia. Precisamente el presidente galo, Emmanuel Macron, ha instado a los países de la ONU a “crear el marco jurídico para detener la minería de alta mar”. Estados Unidos no firmó la convención de Naciones Unidas de 1982 (en la que se considera la alta mar como “patrimonio común de la humanidad”). Parece perentorio ofrecer un marco regulatorio definido a esas explotaciones submarinas, donde además de cobre existen cantidades ignotas de níquel, manganeso y cobalto. La exploración bajo los mares va acompañada de nuevos sistemas de extracción en el lecho marino que evitan las voladuras y excavaciones de las minas de superficie.

La importancia del cobre proseguirá en línea ascendente en el futuro. La dependencia crecerá a medida que se sustituyan los combustibles fósiles. Las nuevas redes eléctricas, los vehículos ecológicos o los aerogeneradores necesarios para reducir la huella de carbono se alimentarán de cobre. Existen estudios que apuntan la probable extracción en los próximos 20 años de más cobre que en los últimos cinco milenios de la humanidad. El camino que tiene el cobre por delante para la civilización parece más largo que el ya recorrido.

Pronto se cumple el primer centenario de una de las obras maestras de Chaplin: La Quimera del Oro. Aquellas peripecias causadas por la fiebre del oro parecen cobrar una segunda vida en estos tiempos de cobre. Veremos cómo acaba esta nueva película sobre la comedia humana.

El robo de cobre afectó a la circulación de trenes en la línea de alta velocidad Madrid-Sevilla.
El robo de cobre afectó a la circulación de trenes en la línea de alta velocidad Madrid-Sevilla.

Amenaza para infraestructuras y servicios esenciales

El robo de cobre que ha paralizado servicios de alta velocidad esta semana ha causado perplejidad en las autoridades, a pesar de la reiteración de este tipo de sustracciones. El ministro de Fomento subrayó al conocerse la incidencia que los ladrones “sabían lo que hacían”, al no existir cámaras en las zonas del robo.

Óscar Puente aseguró que el cable hurtado carecía de valor económico reseñable y las estimaciones iniciales limitan su cuantía a unos mil euros. Por el contrario, el volumen de viajeros y trenes perjudicados asciende a 10.700 viajeros en los 16 trenes afectados. Este desequilibrio entre posible beneficio y daño causado representa una amenaza pendiente (y creciente) para infraestructuras y servicios esenciales.

La desaparición de unos 150 metros de cable de cobre, en ambos sentidos y en un radio de diez kilómetros en la provincia de Toledo, ha sido el detonante del reciente corte de la línea férrea. El robo desbarató los sistemas de seguridad de las infraestructuras y obligó a reducir la velocidad de los trenes a 40 kilómetros por hora. En muchas ocasiones, el cobre sustraído procede de la catenaria que suministra energía eléctrica al tren o de los cables destinados a señalización o telecomunicaciones.

En España, los robos de cobre han experimentado un notable aumento y son tradición desde hace décadas. Las denuncias por cobre y otros metales conductores han aumentado un 87% desde 2019. Los casos han saltado de 2.367 a 4.433 el ejercicio pasado, con una media de 12 hurtos diarios. Cataluña registró 5.372 denuncias en 2023, seguida por Castilla-La Mancha (799), Andalucía (745), Madrid (678) y Castilla-León (428).

Uno de los motores de tal avidez delictiva es el elevado valor del cobre en los mercados internacionales. La mayoría de este tipo de delitos los cometen grupos organizados (ver El Adelantado de Segovia, 20 de abril de 2025), que utilizan cizallas y radiales. El cobre sustraído se limpia quemando el revestimiento plástico que incluye los números de serie y luego se vende en redes que aceptan el material extraído. Los agentes subrayan la importancia de atrapar a los criminales en pleno acto delictivo (in fraganti), ya que fuera de ese momento las imputaciones se limitan a receptación.

El sector ferroviario es uno de los más afectados, con acento especial en Adif, empresa de Fomento dedicada a las infraestructuras ferroviarias. En 2024, se contabilizaron más de 4.400 casos de robo de cobre en la red española. El Ministerio del Interior aplica, desde 2015, un Plan de Respuesta al robo de este material en todo el territorio nacional.

Sin embargo, otros factores impulsan este tipo de actividades. El principal es el alto precio del cobre: El valor del metal en los mercados internacionales ha alcanzado cifras superiores a los 9.300 euros por tonelada, lo que convierte al cobre en un objetivo muy rentable para los delincuentes.

Además, el cobre que se recicla apenas pierde calidad. Puede regenerarse reiteradamente sin perder sus propiedades físicas o químicas. Y se trata de un proceso sencillo: basta acumular el cobre, limpiarlo y fundirlo para volver a emplearlo. De esa forma resulta menos costoso y el consumo de energía en el proceso puede resultar hasta un 85% menor que el de la extracción minera.

El auge de la industria eléctrica, la electrónica y la construcción también sopla a favor de este tipo de prácticas delictivas. Aparte del cobre de los cables ferroviarios, también se emplean en el reciclaje tuberías, electrodomésticos o vehículos antiguos.

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