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Juan Pablista

por Santiago Sanz Sanz
8 de mayo de 2025
en Tribuna
SANTIAGO SANZ
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Seguramente, con todos estos acontecimientos relacionados con el Vaticano, mi madre habrá recordado aquel viaje que hizo a Roma a principios de los 60, donde fue la única segoviana integrada en un nutrido grupo de Navarra, viajando a la Ciudad Eterna para ser recibidos en audiencia por el Papa Juan XXIII.

Alguna vez me contó que, en aquella recepción, coincidieron con una expedición mexicana, cuyas mujeres, al igual que nuestras paisanas, iban todas ataviadas con mantillas negras. Una uniformidad protocolaria que probablemente incrementó la percepción que debió de tener el Papa de la homogeneidad de aquel numeroso grupo, de fe y lenguas comunes y, con seguridad, también coincidentes en algunas otras peculiaridades de esas que reafirman una misma idiosincrasia tan hispanoamericana como occidental, porque a lo largo de la historia, nada ha unido más a Europa y América que la esencia de la cultura y la fe cristiana.

Volviendo al Papa. Personalmente, no puedo saber lo que significa el hecho de estar en presencia del Sumo Pontífice, pero seguro que quedará reflejado como algo muy relevante en la memoria de todos los presentes, sean o no creyentes. Vean, si no, el poder de convocatoria que tenía el recién fallecido Papa Francisco, para tantos personajes y líderes políticos que viajaron a Roma. Muchos de ellos ni siquiera creyentes, pero sí conscientes de su capacidad transformadora. Tengan también en cuenta el peso social y mediático que todavía tiene la iglesia en nuestros respectivos pueblos y la trascendencia mediática de todos sus actos. Algo que, en “la era de las comunicaciones” o “la era digital”, se me antoja básico por la rapidez en la que se difunden las imágenes y la expectación que siempre ha generado “el mensaje” del Papa Francisco, capaz de aplicar e interpretar la doctrina con un peculiar estilo y especialmente por las interpretaciones que a este le podían dar los propios creyentes, los agnósticos más tibios o incluso los ateos militantes, bien porque no puedan desvincularse de su componente cultural cristiano o por el simple interés del rédito político.

Partiendo de esa cuestión cultural inquebrantable, incluso estando al margen de doctrinas religiosas, considero a todos legitimados para ejercer la opinión y la crítica acerca de la iglesia. Algo que ya está absolutamente normalizado en Occidente. Nada más que observen cómo, históricamente, las mayores críticas y propuestas reformistas siempre procederán de quienes no profesan la religión católica. Exactamente los mismos que nunca opinarán sobre otras religiones y no por las posibles consecuencias, no crean, sino por la idiosincrasia cristiana de la que son partícipes en esencia. Insisto: “ADN cultural”. Además, ¿no han sido también los propios papas quienes han mostrado su opinión sobre cualquier tema con carácter universal? Pues lo mismo, solo que a la inversa. Incluso, dada la trascendencia, a lo mejor el cónclave debería plantearse el hacer una consulta popular para la elección. Ya saben; como Sánchez con la OPA del Sabadell y el BBVA. Igual.

El caso es que, hoy en día, muy pocos son ajenos al “fenómeno papal”. En mi caso lo considero algo generacional. Para mí, por ejemplo, adquirió una enorme dimensión y un poder de convocatoria tal que superó al de una rock star. Algo que pudimos experimentar cuando Juan Pablo II empezaba a llenar estadios, o cuando vino a bendecirnos a todos los segovianos en la Plaza del Azoguejo. Creo que con él empezaron los “tours” y los eventos masivos de fieles y otros seguidores seducidos por su mensaje vitalista a la hora de convocar y conectar con los jóvenes. Cinco veces visitó México y cinco, España. “El Papa viajero”, le llamaban.

Personalmente, de tener que elegir un Papa entre todos los que he conocido, me quedo con Juan Pablo II. Es con el que más he conectado y creo que también el más nombrado por mi familia hispano-mexicana, más que nada por mi sobrino que lleva su nombre, pero sobre todo, porque con él he sentido algún que otro vínculo. Verán; hay un cantante que dice que “todo el mundo cree en Dios cuando se mueve el avión”, pues les diré que en una ocasión, un día de mucho calor, en el vuelo de Aeroméxico, Madrid-Distrito Federal, nos tuvieron retenidos en la pista varias horas. Finalmente, desde el avión vimos como la Guardia Civil rodeaba al 787 y al cabo de un rato volvían a alejarse y sin que aparentemente pasase algo concreto, en unos minutos ya estábamos en el aire. Fue en ese instante cuando el comandante nos comunicó el porqué de nuestra espera en la pista, con la sorpresa añadida de que ahora llevábamos a bordo “las reliquias del Papa Wojtyla”. A partir de ahí, llámenlo sugestión o llámenlo tequila, solo añadiré que nunca tuve un vuelo más placentero y a la vez tan surrealista.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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