España no se merece un presidente como Pedro Sánchez. Parece como si pretendiera la demolición del sistema desde dentro: no le gusta el parlamento, no le gusta la justicia que no esté a sus órdenes, y por supuesto no le gusta la oposición. Su gestión ha estado marcada por la mentira, la manipulación y un descarado afán de poder a cualquier precio. No se trata de una cuestión ideológica, sino de principios, porque un líder que ha traicionado sus promesas, que ha gobernado con quienes quieren romper España y que ha convertido La Moncloa en un laboratorio de propaganda, no es digno de seguir al frente del país. Permítanme cinco razones que avalan estas palabras.
Muchos estaremos de acuerdo en que lo que define a Pedro Sánchez es su falta de escrúpulos a la hora de prometer una cosa y hacer la contraria. Lo hemos visto en múltiples ocasiones: Dijo que nunca pactaría con Podemos y los hizo parte fundamental de su Gobierno; prometió que no concedería indultos a los golpistas catalanes y los liberó con un falso discurso de reconciliación; aseguró que jamás pactaría con Bildu, partido vinculado a ETA, y hoy los tiene como socios estratégicos. Por tanto Sánchez ha demostrado que su palabra no vale nada. Ha convertido el engaño en su principal herramienta política y ha erosionado la confianza de los ciudadanos en las instituciones. Como decía Napoleón: “Nada va bien en un sistema político en el que las palabras contradicen a los hechos”.
Y bajo su mandato, la economía española ha sido víctima de una gestión nefasta. Se ha disparado la deuda pública, el déficit sigue siendo insostenible y la presión fiscal sobre ciudadanos y empresas ha alcanzado niveles asfixiantes. Mientras tanto, el Gobierno derrocha el dinero en medidas populistas diseñadas únicamente para comprar votos: subvenciones y ayudas sin control que fomentan el clientelismo, una reforma laboral que precariza el empleo al disfrazar la temporalidad como contratos fijos discontinuos, y un sistema de pensiones insostenible que hipoteca el futuro de las nuevas generaciones. A esto se suma el encarecimiento de la cesta de la compra, y del coste de la vida, especialmente la vivienda y la energía. Mientras los españoles sufren para llegar a fin de mes, Sánchez sigue derrochando en ministerios inútiles y asesores de partido. Esto recuerda la ironía del senador americano William Borah: “Lo más maravilloso de la historia, es la paciencia con que hombres y mujeres se someten a las cargas innecesarias con que sus gobiernos los abruman”.
Además, si algo ha caracterizado a Sánchez es su rendición ante el separatismo catalán y vasco. Con tal de mantenerse en el poder, ha hecho concesiones impensables: indultos a los líderes del procés (por desgracia una pequeña parte de la justicia en España se pliega ante la conveniencia política), la eliminación del delito de sedición (abriendo la puerta a que en el futuro cualquier intento de golpe contra el Estado quede impune), y una amnistía a medida del fugado Puigdemont, que supone un insulto a la democracia y al Estado de derecho. España se ha convertido en rehén de partidos que quieren destruirla, y todo porque Sánchez necesita sus votos en el Congreso. Su traición a la unidad nacional quedará en los libros de historia. Pero como dijo Calderón de la Barca: “Siempre el traidor es el vencido y el leal es el que vence”.
Otro de los grandes daños que ha causado Pedro Sánchez ha sido su intento de control total de las instituciones del Estado. Desde el poder ejecutivo ha trabajado para someter a la justicia, al Congreso y a los medios de comunicación a su voluntad; ha tomado el control del Tribunal Constitucional a través del siniestro Pumpido, ha tratado de tomar el del Consejo General del Poder Judicial con nombramientos a medida, ha utilizado el CIS como una herramienta de propaganda gubernamental con encuestas manipuladas, ha promovido leyes chapuceras, como la del “sí es sí”, que han terminado beneficiando a violadores y delincuentes sexuales. Con Sánchez el Estado de derecho se ha debilitado, y la democracia española ha quedado en entredicho. Por eso debería escuchar a Montesquieu que nos da una clave para evitar la tentación totalitaria: “Para que no se pueda abusar del poder, es preciso que el poder controle el poder”.
En el ámbito internacional, España ha perdido relevancia y prestigio. Sánchez ha sido un líder errático, incapaz de defender los intereses del país: se ha doblegado ante Marruecos en la cuestión del Sáhara sin consultar ni siquiera al Parlamento, ha tensado las relaciones con Argelia, poniendo en riesgo el suministro de gas, ha hecho el ridículo en foros internacionales con discursos vacíos y promesas sin cumplir. España ha pasado de ser un país con voz propia en Europa y el mundo a convertirse en un actor irrelevante, todo gracias a una diplomacia incompetente y servil. Debido a ello, la oposición debería considerar las palabras de Konrad Adenauer: “El arte de la política consiste precisamente en saber cuando es necesario golpear a un adversario ligeramente por debajo del cinturón”.
Es hora de que se vaya. España necesita un presidente con principios, con visión de futuro y, sobre todo, con respeto por la verdad y por los ciudadanos. Pedro Sánchez ha demostrado que no es esa persona porque ha gobernado a base de engaños, ha destrozado la economía, ha machacado la clase media, ha vendido el país a los separatistas y ha intentado socavar las instituciones democráticas. Además, debe acabar ya con la farsa de la lucha contra el franquismo -que hace años que no existe-, y abstenerse de llamar fascistas a los que no le votan, porque el fascismo es un monstruo ya superado; ahora lo que nos toca es lidiar con gente como él y su gobierno. Y sobre todo deje de ser un político egoísta e interesado que se preocupa más por garantizarse su puesto que de hacer cosas por su país.
Y después del escándalo del parador de Teruel y los casos de corrupción del entorno del presidente, solo nos faltaba un apagón energético, que ha costado vidas, que muestra nuestra vulnerabilidad y que es un fracaso institucional sin precedentes. Antes se escogían a los mejores -o por lo menos a la gente que sabía-, para ocupar los puestos clave en las empresas punteras; sin embargo, con Sánchez, el ejército de enchufados ha provocado que tanto enchufe salte los plomos y nos dejen a oscuras. Y ante esa situación, un presidente preocupado por su país, habría declarado inmediatamente emergencia nacional y habría mandado al ejército a auxiliar a nuestros compatriotas que estaban tirados y durmiendo en aeropuertos y estaciones, incluso gente olvidada en medio del campo con los trenes parados; pero sobre todo, habría comparecido inmediatamente para explicar el problema, porque explicar y tranquilizar va en el sueldo de un presidente. Y estábamos con el apagón cuando repentinamente tuvimos que cambiar de tercio ante un caos ferroviario; y ahora pretenden convencernos de que ha sido debido a un sabotaje y no a su ineficacia, porque ellos nunca tienen culpa de nada. Es el rayo que no cesa.
Por todo ello, VÁYASE, SR. SÁNCHEZ. España se merece algo mejor.
