Reúno arcilla y preparo ladrillos uno a uno para este pequeño cine. ¿Dónde me quedé? Me acerco al libro de la historia del cine de Editorial Blume. Lo abro por el lugar donde dejé el marcapáginas que representa a Pedro Almodóvar con los ojos abiertos y con los ojos cerrados. Estamos en la frontera entre el cine mudo y el cine sonoro. Pedro pelopincho nos anima con la mirada. Cuando cierra los ojos, Almodóvar se concentra o sueña. Yo sonrío y le pido guía para saber por donde seguir, hojeando de nuevo el libro de Blume.
Toneladas de cine que no he visto y ya con seguridad no veré. Esto me desanima. Pero sigo la lectura. No se puede llevar un orden estrictamente cronológico y la escritura chisporrotea. Yo con mi fuelle hago una trampa para las palabras.
Tengo por ahí un cuaderno con la información del ciclo que la Filmoteca Española le dedicó a Raoul Walsh, uno de esos incontestables pioneros del cine. Está en una pileta de papeles y carpetas sobre mi mesa. Se atasca para salir de la pileta pero yo sé que está ahí escondido. Temo derribar la torre pero al final atino y lo sujeto con fuerza. Voy a sacarlo y ver qué averiguo en ese informe, como su llegada al cine. Walsh: “En aquella época, se rodaban películas de cowboys de dos o tres bobinas, muy rápidamente, y, de vez en cuando, se recurría a suplentes porque había escasez de directores. Así fue como Griffith me llamó un día y me dijo: “Voy a dejarle dirigir una película.” A partir de ahí, gradualmente, llegué a dirigir largometrajes. Esa escuela era excelente, porque había que trabajar muy deprisa. Además me proporcionó el sentido de “la acción”: ¿Y en ese cambio del mudo al sonoro?: “Cuando llegó el sonoro, tuvimos que superar grandes dificultades, sobre todo porque la mayoría de actores no habían tenido la experiencia del teatro y del diálogo. También a la mayoría de los directores les resultó muy difícil adaptarse (…)”.

Walsh es testigo. Nos gustaría, me gustaría mucho preguntarle ahora por ese cine del pasado y también que piensa del actual, de grandes superproducciones atractivas para los jóvenes. Puede gustar más o menos su cine (tiene feroces detractores), pero lo cierto es que Walsh fue testigo de primera del mudo y su transición al sonoro. Son decenas de cortometrajes y largometrajes. Muchos de los cortometrajes se han perdido. El cine mudo es el gran desconocido. Se ha perdido su memoria, la de técnicos y actores, la de las tramas. Raoul no se llamaba Raoul. Se llamaba Albert Edward Walsh, pero cambió su nombre por sugerencia de un amigo dramaturgo. Para entonces Walsh ya está entregado a su oficio. Su destreza como jinete le permite acercarse al cine. Él afirma haber trabajado con dieciséis años como vaquero. Se une a una compañía teatral que trabaja en numerosas ciudades. Quiere ser actor.
¡El vaquero cineasta! Carne viva del cine del Oeste que él filmaría y dirigiría. Actor y ayudante para David Wark Griffith. En “El nacimiento de una nación” interpreta a John Wilkes Booth, el asesino de Lincoln.
En 1915 dirige “Regeneración”, la película de gánsters que puedo ver gracias a una estupenda restauración. Qué inocencia del cine, de miradas y rótulos. ¿Cómo serían aquellos rodajes de los pioneros? ¿Quiénes serían aquellos actores? Como el tiempo se ha ido posando en esas películas, a algunas se lo sacudimos intentando averiguar algo. En esta película un niño neoyorkino tiene que sobrevivir solo. Se hace a sí mismo en las calles. Poco a poco crece y se hará sitio en una banda callejera. Como tantas veces pasa, conoce a una mujer que se va a convertir en su esperanza, la esperanza de una regeneración. Tenemos que ser pacientes y ver que sucede con el héroe de esta historia. Si no hubiese decidido escribir sobre Walsh seguramente nunca hubiera caído en esta película. Eso me sucede continuamente con estos escritos para un Cine del Clavo Ardiendo. Y mientras arde, el joven Walsh, de veintiocho años, aprende el funcionamiento del cine igual que hacemos los espectadores con nuestras vidas. Intentamos aprender el funcionamiento de la vida; necesitamos aprender a vivir.

Pero me desvío. Walsh sobre su película: “El procedimiento clásico para realizar una película (hasta que Griffith cambió esa forma de hacerlo), era la de rodar la historia por secuencias, por orden cronológico, como se lee un libro. Griffith me había enseñado a abreviar, adaptar un plan de trabajo a los cambios de tiempo y otras circunstancias imprevisibles.”
Esta película del joven Walsh fue un gran éxito. Quizá el germen de un cine mafioso. O al menos una inocencia, ingenuidad de esos gánsters.
Walsh trabaja mucho. Y en 1924 forma equipo con la estrella Douglas Fairbanks. Es “El ladrón de Bagdad”, el mundo de las alfombras mágicas, los árboles encantados y príncipes que no son quienes dicen ser. Hace cien años ya eso existía en el cine. ¡Una película que costaba un millón de dólares! Las superproducciones. Qué palabra para la imaginación del cine más grande que lo conocido.
Reviso el cuaderno con la cronología walshiana y quedo abrumado. Hay toneladas de ilusionismo. Ahora habrá tantos cinéfilos que no recordarán su nombre. Es el pasado.

“En el viejo Arizona” es su primera película sonora en exteriores. Los otros directores dijeron que era un maldito traidor. Dijeron: “Hemos perfeccionado una técnica para hacer películas y ahora te vas con el enemigo para destrozarla”. Walsh: “Yo lo hacía porque era una novedad. Pensé: ¿Hablada? ¡Qué demonios! ¡Probemos algo nuevo! Y les dije: Dentro de poco todos haréis como yo.”
Walsh pierde un ojo durante el rodaje. El cineasta vaquero sigue adaptándose bien al destino, a la adversidad. No se rinde, aunque acaban sus opciones de ser actor.
En 1930, Walsh camina hacia su despacho; “Observé a un mozo joven y alto que descargaba un pesado sillón. Tenía los hombros anchos, en concordancia con su altura, y daba la sensación de no tener que esforzarse para manejar el sólido sofá estilo Luis X (…) Podía ser justamente lo que buscaba.”
No sabemos si Walsh deja ir su imaginación como descubridor de John Wayne en “La gran jornada”. Es como el descubrimiento de una galaxia para el universo cinematográfico.
Fotogramas desaparecidos, bobinas, películas completas de Raoul Walsh. No sólo físicamente, sino en sus recuerdos. La permanente desaparición de cine y su reconstrucción. Veo con mi amigo Matji “The Bowery”, pero ya la he olvidado. ¿Cómo es posible? ¡Cuánto cine de Walsh que no he visto o aparece borrado! Pero quiero ser optimista, descubrir alguna de sus películas inesperadamente. Hay que seguir adelante.
Me regalé a mí mismo “High Sierra” (“El último refugio”). Quizá alguien me lo susurró: “Busca esa película”. Creo que es de mis películas favoritas. La he visto varias veces. Aquí es Bogart el que lucha contra la adversidad, intentando encontrar una esperanza al salir de prisión, al maravillarse en el aire libre. Es una depuración, una narración absolutamente clásica como sólo podían filmar Walsh o Wellman o Huston, uno de aquellos “Old Timers” a los que Walsh recuerda con cariño. Es el cine de estos el que a él le gustaba.

Me gusta admirar a Humphrey Bogart, su templanza e incluso más en esta película a Ida Lupino. Ahí están los dos juntos para siempre en el cine sonoro en blanco y negro. Walsh sobre Bogart: “Tras este recital interpretativo nunca más volvería a actuar como secundario.” El estudioso Jacques Lourcelles: “(…) A través de Roy Earle (Bogart), Walsh trata de hacer el retrato de un personaje dominado por una necesidad profunda y casi obsesiva de libertad. Su naturaleza y su carácter le empujan lejos de la ciudad, de la sociedad y por tanto lejos del cine negro, tres territorios que estrechan su experiencia y la asfixian.”
Soy un niño delante del televisor. De nuevo el blanco y negro. La película es “Murieron con las botas puestas”. Los indios rodean a Custer. Están por todas partes y a mí aquello me sorprende, no sabía entonces que el cine podía terminar como termina en esta película. Errol Flynn, esa estrella luminosa que ya es lejana. Me pregunto si habrá jóvenes que conozcan su nombre. Quizá no lo conozcan y ha de ser así, es nuestro destino. Con nuestro cine telescopio recuperamos una pequeña memoria. Mala fama esta película para Flynn y para Walsh al alejarse de la realidad. Maldita sea. El propio Walsh la llamó versión romántica, pero es el cinismo el que suele triunfar al valorar a los cineastas y su trabajo. Que se lo digan al cine español. La visión que me interesa es la que leo de Miguel Marías: “(…) No es raro que un filme tan lleno de vigor y energía, de entusiasmo y espíritu aventurero, de sentido narrativo y belleza plástica, se encuentre entre los más calumniados de la historia del cine.”
En Santander, hace años, el día es espléndido. Estoy con Ana Camus y su hermano Mario aparece y me regala “Gentleman Jim”, la historia de un joven y ambicioso boxeador y de uno veterano que quiere seguir siendo campeón. De nuevo Errol Flynn y de nuevo volveré a recordar a Mario si vuelvo a ver a Walsh. Es belleza de blanco y negro. Y de nuevo Flynn en “Objetivo Birmania”. La ví de niño y la he olvidado.
Misión casi suicida al mando de unos pocos. “Tambores lejanos”. Es el capitán Quincy Wyatt (Gary Cooper). Pero él no se desanima o desespera. Se valdrá de su ingenio. Todo son problemas, todo está en contra. Y yo ya estoy enganchado a la película, atento a las órdenes del capitán. Para nosotros todo son muchas veces obstáculos, problemas, desesperanza. Nuestros indios cotidianos son los indios semínolas para el capitán. Es un viaje angustiante y al mismo tiempo atrapante. En el Dictionnaire du cinéma, Jacques Lourcelles señala: “La película combina las bellezas del boceto (del croquis de arquitectura, de la pintura y de otra cosa, de un movimiento constante que bien pudiéramos llamar cine). Aquí el cine no solamente desplaza las líneas, sino que las dirige todas en el sentido de una meditación moral, simple y evidente, expuesta por un realizador que filma como si respirara.”

Exacto, Jacques. Cine memorable. Walsh en 1964, viejo veterano: “Lo que hay que tratar de hacer en el cine es introducir en la película una gran variedad de elementos, hacer que armonicen entre sí para que la película se constituya en cierta forma como una pieza musical, una sinfonía”.
Se cruza en mi camino una película de Walsh, que veo casualmente o no casualmente. Se trata de “Los implacables”, el absurdo título que se le dió al original, “The tall men”, que podría ser algo como “Los hombres de talla” o “Los hombres de altura.”
Hombres de talla. Seámoslo, es el propósito que Walsh sugiere al espectador. De nuevo, como en “Tambores lejanos”, todo son problemas y desesperación. Si allá era Gary Cooper, otra gran estrella aquí, la de Clark Gable, que tiene que lidiar con nieve, hambre, indios sioux, canallas con piel de cordero y una mujer voluble y caprichosa. Ella afirma que tiene grandes sueños y Clark Gable le contesta que él es un hombre de pequeños sueños, de un sencillo rancho. Gable: “Yo sólo quiero un refugio”. Yo también, Clark.
Queda el viaje, el largo viaje para saber quienes son esos protagonistas, para saber quienes somos ante la nieve, los sioux o el hambre.
Manolo Marinero, que con afecto inmenso escribió sobre Walsh, en un fragmento sobre ese cine que ya se cerró: “Amigo de bucaneros, indios, contrabandistas,/ buscadores de oro, proscritos, soñadores/ bebedores, poetas, rebeldes, villistas, camorristas,/ jugadores, balleneros, navegantes, exploradores,/ soldados rasos de a pie,/ generales de caballería, marineros,/ viejos lobos de mar,/ jóvenes locos y audaces,/ amantes perseguidos, prisioneros evadidos,/ emigrantes, colonos, vaqueros y bandoleros,/ gentes del rodeo, del hampa y del camino,/ de todos los rincones, las razas, las tierras, las fronteras (…).”
