“Camarones, cangrejos, gambas, langostinos, cigalas, bogavante, mejilloooooonnnnnnn…”. Así empieza el Pregón de los Camarones, cante tradicional que este jerezano vehemente conoció siendo niño, cuando acompañaba a su padre en las tareas de marisqueo. Hoy lo interpreta habitualmente en sus conciertos. José de los Camarones aprendió temprano el oficio, desde la meticulosa colocación de los frutos del mar en el canasto hasta las canciones para encandilar a los compradores, y se entregó precozmente al flamenco, con dominio de todos los palos, incluidos los más clásicos y ya en desuso.
Este artista combina la tradición con elementos sonoros propios del rock. Impregna su música de aromas cercanos al estilo que popularizó el grupo Smash a finales de los años sesenta o, ya en otras latitudes, al de Pink Floyd. Acomete con maestría y eficacia su propuesta de fusión con los metales o percusiones iconoclastas, además de los voltios que incorporan las guitarras eléctricas. Estas semanas finaliza su nuevo disco: “Aventuremos la vida”, cuya publicación bajo el sello GONG está prevista para mayo.
—¿Cuántas vidas has vivido a tus 69 años?
—Muchas, miles, miles de vidas. Pero de todas he salido, y no por mis propias fuerzas, porque eso sería imposible. Salí a nivel espiritual. Cada cual que crea a Dios como coincida. Humanamente, nadie me podía haber sacado de algunos atolladeros y hubiera muerto hace 45 ó 50 años.
—Es recurrente en tu obra el concepto de morir para renacer, la recaída permanente y la recuperación. ¿Es la música lo que te levanta?
—La música, a través de la espiritualidad. Mucha gente me dice, ‘¿Y qué es el flamenco?’. Y yo digo, lo espiritual es lo primero, pero a mí lo que me une y me ha unido al flamenco es el hambre, que es la única manera haber sobrevivido y salir de tantos momentos malos. No concibo la música ni mi vida, si espiritualmente no estoy lleno. Y también muchas veces he pensado que, si yo tengo dolor, entonces soy hombre. Si siento el dolor ajeno, soy humano.
—¿Nacer en el barrio de San Miguel es la mitad del camino para dominar el flamenco?
—Sí, haber nacido en San Miguel y concretamente en La Hoyanca. Eso es medio canasto de camarones vendidos. Es un barrio mítico, de grandes cantaores, guitarristas o bailaores. San Miguel y también Santiago. Es curioso, Santiago y San Miguel están muy cerca, pero el cante es diferente. Y nos tiramos los pelotes uno a otro con mucho amor, pero el cante es diferente. En San Miguel he tenido toda mi crianza y he escuchado a los grandes. Desde Fernando Terremoto a El Sordera, cantaores míticos que hoy ya no están. A El Torta, a Luis de la Pica, al Cuero de la Morena, a Fernando de la Morena, y a bailar, incluso a Paco Laberinto…

—José de los Camarones es tu nombre artístico y elegir nombre tiene importancia. ¿Sigues vinculado al oficio con el que empezaste?
—Sí, aún sigo vendiendo camarones y cangrejos, sigo ejerciéndolo. Vendo camarones y tengo camarones en mi casa. Un marisquero que no tenga camarones es un volcánico, un bulto sospechoso. Antes me hacía llamar Bizco de los Camarones. Y El Bizco de los Camarones estuvo en todas las grandes batallas. Hace 14 años cogí al Bizco de los Camarones, hablé con él. Pero El Bizco sigue en mi interior, no está de acuerdo con los sistemas. El José de los Camarones está de acuerdo, pero a medias, y cuando José de los Camarones se rebela, el que se rebela de verdad es el Bizco de los Camarones que tengo en mi interior, porque el Bizco nunca fue niño. Ahora José de los Camarones está aprendiendo a ser niño. Entonces, de una forma metafísica, cuántica, las moléculas se unen y salen al exterior en el disco, y se enfrentan a quien se tienen que enfrentar por boca de José de los Camarones, de una forma mística espiritual.
—¿No te gusta el poder?
—No, no. Me gusta la unión. La unión y la cultura de todos los pueblos. Si tú tienes un granito de cultura y yo tengo otro granito, se juntan dos granitos y ahora nuestros niños nacen y crecen con esos dos granitos, en armonía, en templanza, en coherencia con la vida.
—¿Es un oficio en peligro de extinción, como un alfarero?
—Sí. Como no hay marisco, está complicado. Mi oficio lleva cuatro generaciones. Desde mis abuelos a todos mis hijos. Les he enseñado a vender camarones y a mariscarlos a todos, pero se está perdiendo por una sencilla razón: porque el sistema se quiere apoderar de todo. Un marisquero, si va a coger camarones, no coge cangrejos ni va a coger pescado ni va a hacer daño a una compuerta. Hay unos requisitos de carnet de manipulador que obligan a pasar por una cosa, por otra, en fin, todo es una manipulación para no mariscar, porque siempre se han cogido caracoles, espárragos, poleos, menta, romero…
—Tocas todos los palos. Acabamos de oírte una seguiriya y tiendes a algunos infrecuentes, como la bambera, también llamado el cante del columpio, o las tarantas…
—Aquí me conocen como un cantaor, un aficionado o un obrero de las bellas artes. O un jornalero. Me han catalogado como un cantaor de los cantes de Levante. Tengo un “Melón de Oro” y otros premios. Pero cuando canto por soleá o por malagueña o por seguiriya, el gallo que me toque se tiene que poner muy bien los espolones. Porque cuando yo canto soleá, malagueña, taranto o taranta, cuando lo canto con mi dolor, a mí que nadie diga que no me ha dolido, porque me ha dolido. Y me ha dolido por una sencilla razón: porque las he pasado canutas, he pasado fatiguitas de muerte. Soy el mayor de trece hermanos, por eso digo que soy de la especie humana. En aquella época, todas las personas se juntaban en las corralas, en los patios de vecinos, y la única comunicación que teníamos a través del arte era el hambre. Ahí no había color de piel ni de raza. Era el hambre. Cuando se profesionalizó y se pagaron cinco duros, entonces algunos se aprovecharon de los apellidos y yo no estoy en contra de los apellidos. Si sale un cantaor, sea un castellano o de la etnia que sea, y sale cantando por derecho, con la fatiga y alegría, y sale cantando y encima lo respalda un apellido de su antepasado… ¡Olé! Pero tiene que llevar ese apellido con dignidad, con honor, sin vanagloria. Con humildad.
—Entre tus especialidades están las soleás y las seguiriyas. ¿Desde cuándo compones tus propias canciones?
—Empiezo a componer sobre el dolor, a través del dolor y la alegría, y de lo que me ha pasado. También soy de una familia muy grande. Como te he dicho anteriormente, si me duele el dolor ajeno, soy humano. Y a partir del dolor humano, compongo. Porque mi fatiga es igual que la que se pasa en cualquier pueblo del mundo, en esos países que están muriendo de hambre. No soy juez de nada ni de nadie, pero sí que sugiero a esos grandes gobernantes que mediten un poco.
—¿Es bueno para el flamenco, para el arte, estar jodido? ¿Conviene estar atormentado?
—Es buenísimo, es buenísimo. Sin dolor no hay creación. Imposible. El dolor aquí y en Pensilvania, pero a través de las imperfecciones. Para crear, tienes que tener dolor, te tienes que caer y te tienes que levantar, porque de la caída viene el principio de algún éxito.
—Hay mucha poesía en tu obra…
—Kaváfis, Neruda… Esa cercanía a la poesía la tengo de toda la vida. Desde que estábamos mariscando con nueve o diez años. Y siempre la palabra “Dios mío” estaba en mi boca, porque tenía frío. Y siempre los personajes son místicos. Los fui analizando a partir de los 18 años. Entonces el dolor de este hombre es mío, esto lo pasé yo aquí. A Omar Khayyam, filósofo persa del año 1040, lo destierran porque le gustaba mucho el mollate (el vino). Joder, es mi hermano. Yo soy igual. A un gran filósofo no lo podían matar, porque el pueblo persa se tiraba al gobierno. Pero entonces automáticamente lo destierran. Igual que al apóstol San Juan, que lo llevan a la isla de Paz porque no lo podían matar. Entonces cada dolor de ellos, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Agustín, Santa Inés. ¿Hago yo así? Cada cual que conciba a su Dios como quiera. Mi padre fue un gran guerrero, cojones, que alimentó a 13 hijos. Hoy un matrimonio que tiene un niño o dos, como se quede parado, el tío se divorcia. No puede aguantar como mi padre… La cultura en sí une, une. Esto es igual que la fe: la fe une, las religiones separan.
—Teniendo esos orígenes y formación clásica, ¿cómo te abres a las guitarras eléctricas de Jorge Gómez o a esa percusión tan vanguardista?
—Me abro porque las inquietudes musicales de ellos son las mismas que las mías. Si tienen esas inquietudes, ¿quién coño soy yo para prohibirles que no se vengan a la cultura que tengo como flamenco? Sería un egoísta. Esto es patrimonio inmaterial. De la humanidad, para que nadie tenga el copyright. Entonces, Jorge, vente a mi corazón. Percusión, un palillo, una trompeta, cualquier cosa que esté dentro de los cánones y vaya con humildad, con honestidad y a compás. ¿Quién soy yo para quitarle a los músicos sus inquietudes? No soy nada. Al contrario, se enriquece. Dicen los puristas, con todo mi respeto, que no se enriquece. Yo digo que están totalmente equivocados. Enriquece aún más el flamenco, porque aquel que no conoce el flamenco y ve una guitarra eléctrica, puede interesarse por el flamenco.
—Con Gonzalo García-Pelayo has trabajado en las películas Dejen de Prohibir, Así se rodó Carne Quebrada, Siete Jereles y Alma Quebrada. ¿Algún proyecto más?
—De momento, no. Pero siempre estamos en contacto. Al Tato Gonzalo yo lo quiero mucho A él y a toda su familia, mejorando lo presente. Una familia muy unida. Y cuando me descubrió El Tato, me sacó del bunker y hay que ser agradecido. Me lleva a su sobrino, Josema García-Pelayo. Yo, con el Tato Gonzalo, no me hace falta hablar, nada más que mirarnos. Recuerdo que en Portugal le digo al Tato, ‘¿el guion, el guion dónde está?’. Y me dice, ‘el guion eres tú’.

—¿Qué hay de diferente entre el disco que estás grabando y tu última entrega, “Anclé mi alma”, de 2022?
—En “Anclé mi alma” meto a Chipi la Canalla, Konstantínos Kaváfis, Pablo Neruda y también escuché a Olga Manzano. Y me encantó, porque hablaba del agua, de los ríos, de los esteros. Esos cantes están dentro de la pureza, aparte de un tango o dos. Al cantar por soleá, no me salgo del canasto de las coles. Este nuevo que estamos haciendo, demandaba otra clase de soniquete. “Anclé mi alma” son personajes místicos también. Para este nuevo, “Aventuremos la vida”, me acuerdo de Enrique el Mellizo, que utilizó la malagueña absorbiendo los cantes gregorianos y bizantinos. Y me meto en la petenera, que la cantó El Tenazas de Morón, en el concurso del 22, que hay un poco de él. Pero la niña de los peines también la canta. Esos son para las personas que tienen otras clases de conocimiento de cante. Para mí todos los cantes son bellos.
—¿Te han pasado factura los puristas o 50 años después de La Leyenda del Tiempo no ha habido gruñidos?
—No me ha influido para nada. Al contrario, estoy muy agradecido porque ellos saben con los bueyes que se aran. Porque soy un gran defensor de lo que es bueno. Porque puro no hay nada. Eso es mentira. Un edificio no se edifica, si no tiene mezcla. Es una composición de todas las culturas, de todos los pueblos.
—¿Hay distancias insalvables entre la guitarra eléctrica y la guitarra española?
—No, son primas hermanas. Sí, son primas hermanas y se tienen respeto. Ahí están Raimundo Amador y B.B.King, que son fenómenos. Creo que a las personas que tengan una idea errónea tampoco hay que culparlas, porque tienen su alma enferma. Hay que orar por ellos para que se sanen a través de la música.
—Hay que situarte en el terreno de la filosofía, no solo en la música o la poesía. ¿Tu filosofía cambia o tienes principios inamovibles y te aferras a ellos?
—Mi filosofía es aquí y ahora. No soy futurista. Del pasado, no me arrepiento, porque a través de mi pasado estamos los dos hablando y estoy creando cosas. El presente, aquí y ahora, y respetar, respetar a todo el mundo. Y el que tenga hambre, pues si uno tiene un bocadillo, pues darle la mitad. Yo no se lo voy a dar entero. Sería un necio, pero la mitad sí, la mitad sí. Mi filosofía es ser mejor persona cada día, porque claro, tengo muchos defectos de carácter. Y todos los días me pregunto por qué me equivoco con este defecto. No se van, porque viven conmigo, comen conmigo, se ríen conmigo, pero ya los conozco, y hacen lo que quieren. Entonces los trato con más suavidad.
—¿Conoces la expresión “los experimentos con gaseosa”? ¿Hay que arriesgarse? ¿Estás en edad de arriesgarte?
—Sí. El que no arriesga no sabe sus principios ni sus valores. Hay que arriesgar. Te tienes que enfrentar, porque el principio del fracaso es intentarlo. Y el miedo y la duda no te dejan avanzar. Arriesgarse. Lo hagas bien o lo hagas mal. El doctor Fleming se rió, el Marco Polo se rió, todo el mundo se rió, se equivocó, pero se rió.
—Parece que el riesgo es algo más propio de los jóvenes, de gente muy joven…
—Los jóvenes… Estoy enamorado. Soy padre y bisabuelo. A los jóvenes, de verdad, hay que apoyarlos y fortalecerlos y enseñarles nuestra cultura, sin típicos tópicos. Los jóvenes son muy inteligentes y buenos. Tienen que arriesgar en cosas no destructivas, sino constructivas. Ahora, si se arriesga y se ha equivocado y ha explotado la botella de casera, ¿qué vas a hacerle? No lo ha hecho con malas intenciones. Arriesgar en positivo, y si te has equivocado… Mi hijo me dice, ‘papá, es que estoy harto de llamar a las puertas y no me abren’. Pues llama a otras. Hay más puertas. Hay más puertas a las que llamar.
