Juan Bravo nació en Atienza (Guadalajara) en 1484, donde su padre Gonzalo Bravo de Laguna era alcaide. Su madre se llamaba María de Mendoza y Zúñiga, hija del conde de Montegudo (sobrina del Cardenal Mendoza), de modo que Juan Bravo era primo de María Pacheco por parte materna, la mujer de Padilla.
Gonzalo Bravo de Laguna, padre de Juan Bravo, nació en Berlanga de Duero y siguiendo el árbol genealógico familiar, los Bravo de Laguna estaban entroncados con distintas ramas de las familias castellanas con mayor linaje, desde los Arce de Siguenza, a los del Infantado, por los Mendoza de Guadalajara. Gonzalo Bravo de Laguna, de Berlanga de Duero pasó a Sigüenza y de allí a Atienza, al heredar de su hermano García Bravo de Laguna el cargo de alcaide del Castillo de Atienza.
En 1505 se casa con Catalina del Río, hija única de Diego del Río, regidor de Segovia, y de Isabel Herrera. Fruto del matrimonio son sus tres hijos: Gonzalo Bravo de Laguna que, en 1521, estudia en Salamanca, Luis Bravo y María de Mendoza. Al quedar viudo, Juan Bravo contrajo segundas nupcias, en Bernardos en 1519, con María Coronel, hija de un regidor de Segovia, converso, mercader acaudalado, Íñigo López Coronel. Fruto de este segundo matrimonio son sus hijos: Andrea Bravo de Mendoza y Juan Bravo de Mendoza.
Iñigo López Coronel cedió todos bienes a Juan Bravo para que fueran asimismo heredados por los hijos de Juan Bravo y María Coronel, al mismo tiempo que renunció a su puesto de Regidor en el Regimiento de la ciudad de Segovia en favor de Juan Bravo, que participó desde entonces en el gobierno de la ciudad. La revuelta comunera comenzó en nuestra ciudad después de las Cortes de Santiago-La Coruña (1520) y el establecimiento de nuevos gravámenes. Juan Bravo como regidor de Segovia, fue uno de los que levantaron a la ciudad en armas contra la política de Carlos I y que terminó con la muerte del procurador en Cortes de Segovia, Tordesillas. La sublevación segoviana se intentó sofocar por el alcalde Ronquillo por orden del virrey Adriano de Utrecht, que ordenó al alcalde Ronquillo marchar contra Segovia al frente de una pequeña tropa, y que pronto fue reforzada por el ejército real de Antonio de Fonseca. La respuesta de la ciudad de Segovia fue la formación de una milicia cuyo mando se encargó a Juan Bravo, el cual se dirigió en persona a Toledo a pedir ayuda. Durante el verano de 1520, Juan Bravo fue, junto a Juan de Zapata (capitán de Madrid), Juan Padilla (de Toledo) y Francisco de Maldonado (de Salamanca), uno de los caudillos más caracterizados de los comuneros, derrotó a las fuerzas imperiales y, el 24 de agosto, entró en Medina del Campo con los otros capitanes sublevados. En los días siguientes, los comuneros se apoderaron de Tordesillas y, el 29 de agosto y el 1 de septiembre, los capitanes comuneros celebraron varias entrevistas con la reina Juana. Juan Bravo siguió al frente de la milicia de Segovia durante toda la rebelión, sin embargo, el 23 de abril de 1522 fue hecho prisionero en la batalla de Villalar y decapitado en la plaza pública de Villalar al día siguiente y allí fue enterrado.
La dignidad de Juan Bravo está documentada, y así instantes antes de su ejecución, al oír proclamar que los ajusticiaban por traidores, no se contuvo y contestó volviéndose hacia el pregonero: “Mientes tú, y aún quien te lo manda decir; traidores no, más celosos del bien público sí, y defensores de la libertad del Reino”. El alcalde Cornejo, que presidía la ejecución, le mandó callar y como Juan Bravo porfiaba, le dio con la vara en el pecho diciéndole que se dejara de vanidades en el trance en que se hallaba. Será su amigo Juan Padilla quien hizo por serenarlo y lo consiguió con estas palabras: “Señor Juan Bravo, ayer era día de pelear como caballero, y hoy de morir como cristiano”. Aceptó la súplica Juan Bravo e hizo a continuación una petición, subir el primero, para así no ver decapitar a quien había sido su leal compañero.

El 18 de mayo de 1521, una cédula autorizó a Jerónimo de Frías a exhumar su cuerpo y su traslado a Segovia, lo que se realizó en los primeros días de junio de 1521 (el domingo día 2 o el 9), lo que generó un sonado tumulto. En efecto, la población de Segovia intentó dar a los funerales el carácter de un homenaje solemne al capitán comunero, de modo que el cortejo fúnebre realizó un largo recorrido por los arrabales de la ciudad antes de llegar a la Iglesia de Santa Cruz, donde iba a realizarse la inhumación. Al comienzo del cortejo se situaron los hombres que portaban crucifijos, al mismo tiempo que los miembros de las cofradías vestidos de luto y con antorchas en sus manos, mientras que por las calles corrían muchachas que lanzaban gritos de dolor: “Doleos de vos, pobrecitos, que éste murió por la Comunidad”. La multitud numerosa y emocionada manifestó su terrible dolor, como relató el corregidor Juan de Vozmediano, por lo que ante un agravamiento del tumulto el corregidor ordenó a la tropa arremeter contra el cortejo, provocando la dispersión general. Ese corregidor envió patrullas por las calles y arrabales para imponer el orden, con la ayuda de su yerno Gonzalo de Herrera y el conde de Chinchón, la represión había llegado. Al día siguiente, los contrarrevolucionarios realistas que se sentía una minoría, juraron ante la cruz prestarse socorro mutuo en la figura del corregidor y de esta forma mantener el control de la Comunidad de Segovia.
El fracaso de la rebelión comunera derivó en la represión de sus protagonistas, en la destrucción de la industria textil de Segovia y en el terreno social, la derrota comunera contribuyó de manera fundamental a frustrar la constitución de una burguesía en Castilla y determinó que sus integrantes decidieran abandonar las actividades industriales y comerciales para entrar en la nobleza o vivir de las rentas de la tierra. Mientras que, en el terreno político, aquella derrota significó el abandono del programa de reformas elaborado en octubre de 1520 por la Junta de Tordesillas, de carácter moderno, rupturista y revolucionario, plasmado en la Ley Perpetua, un bosquejo y claro precedente de la soberanía nacional.
La expansión económica de Castilla en el siglo XV había beneficiado a la industria textil segoviana, aumentó la población y su renta, lo que determinó un aumento del poder adquisitivo y un incremento de la producción textil, Segovia superó la crisis, generándose un vigoroso crecimiento que culminó en los años 60 y 80 del siglo XVI, momento en que Segovia era uno de los centros industriales más importante de Europa, con al menos 600 telares activos y una producción anual de 13.000 paños de calidad media-alta-veintenos y veintedosenos.
Una industria textil que entró en crisis en el siglo XVII, y en el año 1650 solamente quedaban 300 telares y 7 batanes, la mitad que en 1591, y en 1691 eran 159 los telares que quedaban, alrededor de una cuarta parte de los que había 100 años antes. Los vaticinios de los comuneros se fueron cumpliendo, el coste del Imperio iba a ser soportado por los castellanos en exclusiva, al aumento de los impuestos se sumaron las epidemias, las hambrunas, y la desorganización de la Hacienda. A ello se añadió que la elevación del precio de paños hizo que no fueran competitivos frente a los tejidos extranjeros, consecuencia del aumento de la presión fiscal, que elevaba el precio de los artículos de consumo e incrementaba los salarios, con lo que el precio de los paños también se elevaba. Era el resultado de la derrota de Villalar y la pérdida de las libertades de Castilla. Unos hechos que hoy recordamos rindiendo homenaje a nuestro héroe.
