Hacía tiempo que no veía un partido en el Guerrer@s Naver@s. Mis derroteros profesionales se han alejado de la información deportiva y la cobertura televisiva hace el resto. El rival, Ademar León, hacía del choque un encuentro atractivo como para pensar en sufrimiento, siempre, pero también disfrute. Y hasta allí que fui acompañando al amigo Javier Martín, como socio numerario del sindicato de copilotos.
Después de pulsar el sentir de una parroquia navera mosqueada por la eliminación copera y preocupada por las lesiones y contratiempos que asolan al plantel, llegó el momento de acceder a un Municipal al que le costó entrar en efervescencia. No voy a dar detalles del partido, porque ya lo saben todos si es que vieron el juego o leyeron la crónica, pero sí que me gustaría reseñar que disfruté muchísimo. El ambiente, casi aura, que emana de ese recinto es difícil describir con palabras. La gente apretó con energía y respeto y los jugadores se vaciaron pese a que, en algunos casos, apenas podían mantenerse en pie.
Independientemente de presenciar un encuentro vibrante, y de que el equipo amarró la permanencia en la élite mundial, me quedo con los abrazos a Carlos Villagrán y Álvaro Senovilla del final. No sé si ellos los necesitaban, pero me pareció una manera noble y sincera de mostrarles el apoyo que se merecen en un 2025 que no está siendo el más favorable por muchos motivos. Ellos dos tienen mucha culpa de que el Balonmano Nava esté donde está.
Y aprovecho para mandar más abrazos a mi queridos César Arcones, por el ascenso del FS Valverde a Tercera RFEF y a Félix Santituste, porque hay que jugar finales para poder perderlas. Si es que soy un afortunado.
