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Fernando Vela: “Los proyectos que recuerdo con más cariño son los que hice en iglesias románicas de Segovia”

Fernando Vela Cossío, arqueólogo

por Mercedes Temboury
6 de abril de 2025
en Segovia
Fernando Vela Cossío
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—Tiene un vínculo muy estrecho con Segovia ¿Nos lo puede contar?

—Florencio Vela Arroyo, mi abuelo paterno, era natural de Pardilla (Burgos). Estudió la carrera de farmacia en la Universidad Central, en la que se tituló a finales de los años 20, y tuvo su primer destino en una pequeña localidad de la comarca del Arlanza. En el año 1932 se produjo una vacante en Boceguillas y allí se instaló, ejerciendo como farmacéutico rural hasta su muerte en 1963. Mi padre, Fernando Vela Orsi, pasó toda su infancia en Boceguillas, y aunque fuese madrileño de nacimiento siempre se consideró un segoviano de corazón. Toda la familia ha dado continuidad a esta estrecha relación con Segovia, con la que mantenemos, efectivamente, vínculos afectivos muy arraigados. Siempre he suscrito la célebre reflexión de Rilke cuando dice que la verdadera patria del hombre es la infancia, y yo he pasado una gran parte de la mía precisamente en Segovia.

—Además de catedrático de Historia de la Arquitectura y del Urbanismo es arqueólogo. ¿Qué yacimientos o lugares ha investigado?

—A lo largo de los últimos 35 años he tenido el privilegio de trabajar en muchos conjuntos históricos españoles, algunos muy importantes. Pero entre los proyectos que recuerdo con más cariño están naturalmente los primeros trabajos que, como arqueólogo, tuve oportunidad de llevar a cabo en pequeñas iglesias románicas de la provincia de Segovia, como la de Cuevas de Provanco, que fue mi primer trabajo profesional, y al que siguieron el estudio del entorno de la iglesia de Santiago de Sepúlveda, las excavaciones de la iglesia de Castillejo de Mesleón o las de San Miguel de Ayllón, que se restauró integralmente. En esa línea, vinculada a la restauración de monumentos, se ha desarrollado prácticamente toda mi vida profesional. He trabajado en una variada tipología de conjuntos y edificios históricos, la mayor parte de cronología medieval y moderna, desde el siglo XII al XVIII.

Al sitio histórico al que he dedicado más tiempo y esfuerzos ha sido la ciudad de San Miguel de la Nueva Castilla, la primera fundación urbana que llevaron a cabo los españoles en las costas del Pacífico sur, en el norte del Perú. La ciudad, fundada por Pizarro en 1532, sufrió distintos traslados hasta emplazarse definitivamente donde hoy se encuentra en 1588. Nuestro equipo está trabajando en el estudio del segundo asentamiento de la ciudad, en el lugar conocido como Piura la Vieja. Se trata de un yacimiento muy extenso, de cerca de 20 hectáreas, que conserva perfectamente la traza a cordel, con su estructura reticular de calles de treinta pies de anchura en torno a una gran plaza de armas, con restos de las edificaciones de mediados del siglo XVI (la iglesia mayor, un convento de mercedarios, las casas del cabildo, las viviendas de los vecinos y pobladores, etc.)

—Ha sido usted vicerrector de la Universidad Politécnica de Madrid. Es una de las mejores del mundo. ¿Ha mejorado o empeorado en los últimos años?

—La Universidad Politécnica de Madrid ha hecho un esfuerzo continuado en las últimas décadas para consolidar su posición en el campo de la enseñanza superior universitaria, especialmente en los campos de las ciencias aplicadas y la tecnología, que son los ámbitos del conocimiento en los cuales se desarrolla la labor de nuestras escuelas de ingeniería y arquitectura, y de nuestros institutos y centros de investigación. Aunque nuestra universidad es relativamente joven (está creada, como las demás politécnicas españolas, en el año 1971) nuestras escuelas son instituciones centenarias y conservan con orgullo un valioso legado académico que, en términos de historia de la ciencia, la arquitectura y la ingeniería, forma parte substancial de la historia de España y, en ocasiones, de la propia historia universal.

En la última edición del ranking QS, la Politécnica de Madrid ha mejorado su posición dentro del grupo de las 100 primeras universidades del mundo. Por materias, tenemos dos disciplinas entre las 50 primeras, y siete entre las 100 primeras. Mi escuela, la de Arquitectura, ocupa el puesto número 36 del mundo. Y nos encontramos en posiciones muy destacadas en el ámbito de la Ciencia de Datos o la Inteligencia Artificial, entre muchos otros, incluso en el de la Historia del Arte. Comprenderá que me pueda sentir profundamente orgulloso del esfuerzo realizado por la institución a la que estado vinculado durante toda mi vida profesional. En cualquier caso, lo que verdaderamente importa es que seamos capaces de afrontar con ilusión el trabajo que tenemos por delante para poder hacer frente a los grandes retos y desafíos que nos esperan, que van a ser enormes.

—Dirige desde 1996 el Centro de Investigación de Arquitectura Tradicional ¿Qué objetivos tiene este centro?  

—El CIAT es un centro científico-tecnológico creado por convenio entre la Universidad Politécnica de Madrid y el Ayuntamiento de Boceguillas (Segovia) para el desarrollo de actividades de investigación, transferencia, formación y difusión de los valores de la arquitectura y la construcción tradicional, la ciudad histórica, el paisaje cultural y el patrimonio edificado. Para su puesta en marcha recibimos financiación de la Consejería de Fomento de la Junta de Castilla y León, de la Unión Europea (Programa Leader, con gestión de CODINSE) y del propio Ayuntamiento de Boceguillas. El equipamiento lo aportó la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid y hemos contado con el apoyo de la Fundación Diego de Sagredo, que tiene allí en depósito su biblioteca.

—¿Se han perdido las técnicas de construcción tradicionales? ¿Cómo se pueden recuperar?

—Cuando mi amigo y compañero Luis Maldonado Ramos (1957-2017) y yo pusimos en marcha este proyecto, hace más de treinta años, teníamos el pleno convencimiento de que era imprescindible que los futuros arquitectos tuvieran contacto durante su periodo de formación universitaria con los materiales, técnicas y sistemas de la construcción tradicional y que pudieran acercarse a los oficios artesanos, los saberes y las herramientas de ese valioso legado, material e inmaterial. Empezamos trabajando en el campo de la construcción con tierra, pero enseguida fuimos incorporando seminarios, cursos y talleres sobre carpintería de armar, cantería, revestimientos, restauración y rehabilitación, paisaje, etc. En los últimos años hemos trabajado en el estudio del «arte de la construcción de la piedra seca», en técnicas como el esgrafiado. Tenemos proyectos de investigación en la Comunidad de Madrid, en Castilla-La Mancha y en Castilla y León. Participamos en exposiciones, como las que el Museo ICO dedicó a la obra de Francis Kéré (Primary Elements, 2018) y Anna Heiringer (La belleza esencial, 2022), y hemos tenido la oportunidad de colaborar en el Plan Nacional de Arquitectura Tradicional que desarrolla desde 2010 el Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE).

—¿Qué proyectos de restauración de patrimonio ha llevado a cabo en España?

—He tenido oportunidad de colaborar con estudios de arquitectura en multitud de proyectos. Me siento especialmente satisfecho de haber formado parte del equipo liderado por Valentín Berriochoa (Premio Nacional de Restauración), en el que nos integrábamos el arquitecto José Miguel Merino de Cáceres, el historiador del arte Antonio Ruiz Hernando y yo como arqueólogo, para la redacción del Plan Director del Monasterio del Parral. Ganamos el concurso nacional y pudimos dedicarle un año de trabajo a ese conjunto excepcional que es la última casa habitada de la histórica orden Jerónima. He sido muy afortunado, la vida profesional me ha permitido trabajar en grandes monumentos españoles, en planes directores, como en el convento de la Asunción de Calatrava en Almagro o en el monasterio de Monsalud, en castillos y fortalezas, en lugares emblemáticos como la Catedral de Sigüenza o la iglesia de la Vera Cruz. Ahora mismo me encuentro trabajando en un proyecto para Patrimonio Nacional que lidera el Estudio Cano & Escario para la restauración del patio de los Evangelistas del Real Monasterio de El Escorial, otro privilegio.

—¿Y en América?

—Además del proyecto Piura la Vieja, en Perú he trabajado en el estudio de la iglesia Túcume Viejo (Lambayeque), un templo de finales del siglo XVI construido casi enteramente con muros de adobe que sorprende por su envergadura. También trabajé en el Collao, en Puno, en un conjunto de iglesias en Juli y otros lugares del área aimara próximos al lago Titiqaqa. Desde el año 2009 viajo también con frecuencia a Guatemala para dar clases en una maestría de gestión e intervención en el patrimonio arquitectónico que imparten universidades centroamericanas con la ayuda de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y eso me ha permitido tomar contacto con uno de los conjuntos monumentales más importante de Hispanoamérica: la ciudad de Santiago de los Caballeros, la Antigua Guatemala.

—¿En qué situación se encuentra la gestión y la conservación del patrimonio cultural en España y en Hispanoamérica?

—El Patrimonio Cultural es hoy un verdadero espacio de oportunidad en el que las referencias culturales iberoamericanas van a experimentar un crecimiento muy importante en los próximos años. El español no sólo es la primera lengua en el continente americano y la segunda en los Estados Unidos (con 52 millones de hablantes), sino también la segunda lengua materna en el mundo. Se estima que en 2030 los hispanohablantes serán el 7,5 % de la población mundial. Lo cierto es que, sin entrar a considerar otras cuestiones, la capacidad de los países iberoamericanos para generar proyectos culturales de centralidad tan solo dependerá en el futuro de una verdadera voluntad de coordinación.

—El público no iniciado ¿conoce lo suficiente el patrimonio arquitectónico de España y América? ¿cómo se podría mejorar la divulgación?

—Pienso muchas veces que los españoles no somos realmente conscientes de la dimensión del legado cultural hispanoamericano. La historia de España es historia global y el patrimonio cultural constituye un espacio de oportunidad extraordinario. Entre 1492 y 1824 los españoles llevaron a cabo una empresa en el Nuevo Mundo que ha dejado un legado difícilmente comparable, con cerca de mil ciudades e incontables conjuntos monumentales, muchos de ellos declarados hoy Patrimonio de la Humanidad. Pero no estoy pensando únicamente en esos testimonios en términos de un pasado épico o retórico, en realidad de lo que estamos hablando es del papel que juegan en el presente y, sobre todo, en el que deben tener para la construcción de nuestro futuro. Piense, por ejemplo, en la labor extraordinaria que la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, la AECID, ha llevado a cabo a lo largo de muchas décadas en algunos países iberoamericanos. Gracias a la solidaridad de los españoles se han desarrollado proyectos en el campo de la salud, la inclusión social, la educación, el medio ambiente, las infraestructuras, y también, claro está, para la rehabilitación de los centros históricos, la conservación del patrimonio arquitectónico o la puesta en marcha de iniciativas como las escuelas-taller… Es para sentirse verdaderamente orgullosos.

—Durante el siglo XX se construyeron en Madrid lugares y edificios que rendían homenaje a Iberoamérica ¿Nos puede contar los edificios más relevantes de esta “ruta homenaje”? ¿Por qué se hizo?

—Después de la derrota en la Guerra Hispano-Norteamericana, con la pérdida de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, en aquello que se llamó el Desastre del 98, los españoles tuvieron que cerrar definitivamente el capítulo de su historia imperial. Aunque pueda parecer paradójico, se pusieron entonces en marcha una serie de iniciativas encaminadas a la reconstrucción (cuando no a la construcción misma) de la comunidad hispanoamericana en términos diplomáticos, académicos, culturales y científicos. Algunas contribuciones a ese proyecto de reinvención resultaron decisivas. Estoy pensando, por ejemplo, en Rafael Altamira (1866-1951) quien, con su viaje a América en los años 1909-1910, se marcó el objetivo de vertebrar las relaciones entre las universidades españolas y las americanas. Son los años de la creación de la Hispanic Society de Nueva York (1904) y del triunfo en Norteamérica de algunos de nuestros artistas más importantes como Sorolla o Zuloaga. Más tarde, el proyecto de la nueva Ciudad Universitaria de Madrid, que se desarrolla desde 1927, se encauza también parcialmente en esa empresa, que aprovecha el incremento de las relaciones con los Estados Unidos. La reconstrucción de la Ciudad Universitaria tras la Guerra Civil española también resultó especialmente señalada por algunos conjuntos y memoriales americanistas. El Museo de América, el Instituto de Cultura Hispánica (ampliado más tarde con la magnífica biblioteca del ICI), los jardines y el monumento a Núñez de Balboa, colegios mayores como la Casa do Brasil o el Colegio mayor argentino, por citar sólo algunos, son los testimonios de ese Madrid con vocación americana, que va a más.

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