A veces quedo como ausente ante mis libros, los de mi biblioteca rota. Digo “rota” porque están en diversos lugares, no porque estén rotos los libros. ¿Y por qué quedo ausente? No lo sé muy bien. Quizá sea nostalgia del tiempo, cuando los leía, cuando yo era otra persona. Ya no me siento tal y como era. Ya eso se fue. Todo eso se fue. Pero queda una imagen en mi recuerdo, una imagen cinematográfica.
De repente salgo de mi ausencia y me fijo en un libro, lo hojeo, siempre curioso por si contiene algo olvidado dentro. Hay silencio y hace frío en el trastero, donde he bajado a revolver, a “trastear”. Allí en el trastero también tengo libros y viejos recuerdos de mi cine y otros pingos. Hay cartelería de viejas películas guardada en tubos. Quizá queden ya para siempre en esos tubos, hasta que encuentren un nuevo dueño. Elena rescató uno de ellos, el cartel de “The artist”, esa película sin cinismo, romántica, y lo colocó en el pequeño despacho, enfrente de la librería. Así que la tenemos en permanente recuerdo, bien grande. A ella le gustó tanto esa película que yo creo que esa película es ella.
Pero estábamos en el trastero. Me desvío. Saco del estante “Morir de cine” de José Luis Garci. Lo he visto entre otros libros porque el título destaca en el lomo. Lo hojeo y observo subrayados fluorescentes del anterior dueño, Fernando Sarrato (según acredita su ex libris), un viejo cinéfilo al que hace mucho tiempo que no veo. Me lo regaló porque él tenía dos ejemplares.
Sarrato venía siempre al cine al último pase, a la tranquilidad, escapando de la vida familiar. Venía con una libreta para anotar sus impresiones. En “Morir de cine” no entiendo muy bien sus subrayados, así que vuelvo a la portada. Cary Grant y Deborah Kerr en la maravillosa “Tú y yo”. Ojalá vuelva a ver esa película. No sé que impresión me produciría hoy en día.
“Tú y yo” la recuerdo como un cine grato, que produce paz. Es un clásico. Sí, esa es la palabra: clásico. De nuevo abro el libro de Garci y leo: “Las ciudades con cines apenas necesitan ir al psiquiatra. Las ciudades con cines viajan siempre a través del tiempo y se mueren menos. Y una última cosa. Antes, cuando yo era pequeño, aunque los cines hubieran echado el cierre y apagado sus luces tras la última sesión, toma nota: pasar de madrugada junto a la más humilde sala de barrio te daba seguridad, sentías cobijo y amor. Cerca de un cine no podía pasarte nada malo.”
Esto de José Luis Garci me parece literatura (y lo digo en el buen sentido).
Mientras pienso y divago y paso páginas de su libro, de repente, inesperadamente, cae una servilleta de papel al suelo, que estaba dentro del libro.
¡Cómo me gusta esto! ¡Cómo me gusta encontrar algo dentro de los libros! Es como un postre. Y a mí me encantan los postres. Son mi plato favorito.
Es una servilleta de papel muy delicado. Rápidamente reconozco que es mi letra. Así que debí leer u hojear el libro hace mucho tiempo. Parece un poema, un poema rocoso, al fin y al cabo, pero yo no tengo nada de poeta y nunca he escrito un poema.
Decido copiarlo: “(indestructible)/ El microscópico ser que se/ instaló en mi organismo,/ mutación que me acercaría al abismo./ El abismo tenía/ numeración: 317/ Y cerca del abismo,/ una biblioteca cerrada con/ llave. (salón de juegos)/ Podía cerrar los ojos e/ intentar averiguar algo,/ sobre mí, sobre lo que me/ había sucedido./ La cama de la 317/ Apago las luces y algo / evita la completa oscuridad./ Hay una luz minúscula…”
¡Soy yo! ¡Soy yo dentro de “Morir de cine”! Había olvidado esa servilleta. Será mejor volver a colocarla dentro del libro y después devolver el libro de Garci al estante.
¡Una biblioteca cerrada con llave! Busquemos esa llave. A liberar los libros.
Y como necesitamos las luces minúsculas.
¿Dónde estoy? En Blume. Se trata de una editorial que yo no conozco. Sólo conozco este libro del que ahora les hablaré. Quizá debería investigar más libros de esta misma editorial.
El libro de Blume se llama “Historia del cine”. Nada menos. ¿Y por qué esta historia del cine y no otra? Pues porque es la mía, está claro. Como Umbral, he venido a hablar de mi libro.
Lo intrigante de esto, de este viaje en el que todos andamos, es lo casual. Aunque casual no es la palabra que me gustaría usar. Porque en este cuento apareció este libro dentro de un cine, de mi viejo cine, en la biblioteca para intercambio de libros. ¿Quién lo hizo? ¿Qué cinéfilo decidió depositar ese ejemplar allí? Algún cinéfilo generoso lo compró y lo dejo ahí. Más que nada porque estaba como nuevo.
Debí apoderarme de él y dejar otro libro a cambio. Quise tenerlo cerca, para siempre. Es un libro que rápidamente he colocado en la librería de casa que tiene enfrente “The artist”. Cine enfrente del cine. Como por arte de magia. ¿Cree el lector en la magia? ¿En el destino? ¿En los fantasmas?

Leer un libro de cine es también un viaje a un país lejano, a la imaginación. Cierro los ojos y palpo el libro, lo hojeo e intento un viaje por la Historia del Cine. Con mayúsculas.
Los orígenes son el desarrollo tecnológico desde la linterna mágica o desde el kinetoscopio de Thomas Edison. Los Lumiere son proyección pública. El cine fue sólo un plano. El plano como origen, esencial, dijo José Luis Cuerda.
Nombres: Edwin S. Porter o Florence Lawrence. ¿Podré saber más de estos cineastas? No tendré tiempo, posiblemente. No se puede abrir la puerta a todos los fantasmas.
¿Cómo sería vivir aquella época? ¿Qué mirada habría hacia el cine? ¿Cómo mirarán nuestro cine en el futuro? ¿Será válido? ¿Habrá desaparecido?
Los pioneros miraban a la pintura, a un solo fotograma. O a dos, como con las “Majas” de Goya.
Miro una fotografía de Charlie Chaplin, Mary Pickford y Douglas Fairbanks. Se constituye United Artists. Qué nombre tan maravilloso y soñador frente al sálvese el que pueda.
Los cines son células. A principios del siglo XX las empresas de producción se unen a los distribuidores y cadenas de cines (asistir a la creación de una sala de cine debía ser un acontecimiento sin igual).
El volumen de la “Historia del cine” han de ser también perfiles, retratos. Estos escritos de cine son también recopilación de esas historias, filmes, rostros. Incluso de mí mismo, como si estuviera aquí escribiendo una autobiografía rota.
No sé si lo conté, escribiendo sobre Melies. La película que Scorsese le dedicó (“La invención de Hugo”) es un tesoro que recomiendo. Iría más allá. Quizá es lo mejor que Scorsese ha filmado. El cine como ilusión del ser humano. Y mientras, Melies ya tuvo que pelear con los piratas. No es algo de nuestro tiempo. En el cine hay piratas, corsarios e incluso tiranías.

¡Tartas volando! ¡Tartas volando! La alegría y la inocencia está en los orígenes, en el buen humor de Mack Sennett. ¿Y quién es? -dirán. Yo tampoco le conocía. Quiero recordarme a mí mismo su nombre, recordar lo mucho que necesitamos el buen humor. ¿Puede haber algo más divertido que lanzar una tarta?
Leo en el libro de Blume lo siguiente: “(…) su serie de los polis de la Keystone perfeccionó la secuencia de persecución cómica. Sennett creía que el mejor humor se conseguía con la espontaneidad y, dado que los guiones de rodaje no se usaban todavía, sus películas se basaban en la improvisación. (…)”
El buen humor y la espontaneidad. Es una manera no sólo del cine, sino una manera de vivir.
A la vez del humor surgió la épica, un cine monumental. “Quo Vadis” en 1912, “Intolerancia” en 1916 o “Ben-Hur” en 1925.
Seguro que a mi padre le hubiera gustado estar en esos cines del inicio del siglo XX. Mi padre tiene más de noventa años y siempre ha visto mucho cine pero no creo que haya visto nunca una película de “arte y ensayo”. Él pudo apreciar la épica de la nueva versión de “Ben-Hur” de William Wyler. Y con mi madre ver “Los diez mandamientos” de De Mille. Es una película vibrante, con su encanto. Por ahí resucita de vez en cuando en algún pase nostálgico en televisión. De Mille fue rey autoproclamado de Hollywood. ¡Qué aventura! Actor de teatro, director en el mudo, en el sonoro y en el ambicioso y apabullante Technicolor.
Mientras estoy pensativo, Elena se fija en lo que hago y me dice que ese libro que hojeo lo dejaron en nuestro cine. Sí, y en la mesa en la que leemos estamos nosotros, que somos cine. Nos conocimos gracias al cine.

¡Y ese cine del Oeste!, el de vaqueros e indios. A mí padre le entusiasma, y fue invento también de los pioneros. Hay asalto y robo de un tren en ¡1903! Es el género con el que John Ford convierte a John Wayne en estrella. Pero eso es otra historia del cine. Veremos si aparece en el próximo escrito de cine. Hay mil historias pero en muchos momentos me invade el cansancio, me invade también el desencanto. Mientras, nosotros estamos en la cronología y personajes de Blume, que para eso este libro estupendo es el protagonista.
Es uno un analfabeto del cine. Creo que lo escribí por ahí: los cinéfilos vivimos en la ignorancia. Me gusta unirlo y repetirlo con la sentencia de mi amigo Carlos Gracia, siempre sonriente en mi viejo cine: “El cine también se hace viéndolo.”
Escribo estos escritos, en buena parte, pensando en mis amigos de cine, sean de carne y hueso o sean ficciones. Todos estamos condenados a ser ficciones y quizá a ser la nada.
Me voy despidiendo con Blume y su paso del mudo al sonoro. No puedo detenerme en Thomas H. Ince, y ya estamos, de repente, en el sonoro. ¿Cómo reaccionaría el público? Seguro que pasó de la sorpresa momentánea al acomodo fácil. Los años veinte alcanzan una nueva sofisticación. Chaplin se muda de un formato a otro. Es un superviviente.
Este libro de la “Historia del cine” de Editorial Blume parece una caja, una cajita. Cajita de cines. En la portada Bogart y Bergman se abrazan. Son cine en estado puro, muy fuerte, con alta concentración de ilusión. ¡Qué cosa maravillosa son los libros! Enseñémoslos a los jóvenes. Regalemos libros. Compremos muchos libros y regalémoslos, porque existe una continuidad magnífica entre libros y cine. Quiero tener cerca el libro de Blume, palparlo. Es como una biblia que el cristiano atesora, intentando encontrar iluminación.
Coloco en el libro de Blume un marcapáginas de Pedro Almodóvar. En una cara aparece él, su rostro, con los ojos abiertos. En la otra cara aparece con los ojos cerrados, pensativo, como guardando un secreto. También él está dentro del libro, vivo, saltando de una cara a otra del marcapáginas. No sé como apareció este marcapáginas. De nuevo el arte de magia.
Definitivamente me voy quedando sin tiempo y me quedo en el umbral, el que va del mudo al sonoro: “El cine alcanzó un nuevo nivel de sofisticación en la década de los veinte. La carrera de Chaplin es un ejemplo del movimiento que llevó al cine de la experimentación a la maestría (…)”
Abel Gance, Eisenstein, Jean Vigo y su poética “L’ Atalante”. También he olvidado la película de Vigo. Todo fue un sueño.
Como el brillo de las estrellas de Hollywood del mudo y del primer sonoro. Todo el cine va perdiendo fuerza con el tiempo. El polvo del tiempo lo cubre todo.
Se va yendo la luz y Elena me sugiere encender la de casa mientras escribo. Llevo mis gafas en la punta de la nariz por miopía y vista cansada. Voy envejeciendo. Pero veo cine. Ha sido un buen día: esta mañana vi “Rapsodia en Agosto” de Kurosawa. Cine olvidado.
Viene Elena, que mira como escribo a mano. Ahora dejo de escribir. Suena Bach de fondo y también este escrito quedará lejos, también ese polvo del tiempo, quizá entre los estantes de mi trastero estaré yo, por un tiempo. Y me esfumaré. No pierdan el tiempo.
Me voy desanimando si siento vejez y ausencia del cine. La terrible ausencia del cine. Me pasa todos los días. A menudo al despertar. Otras veces antes de dormir. Cruzo los dedos para seguir adelante, para saber cómo vivir.
