Por fin estamos en los tiempos de la “inteligencia artificial” y los que no entendemos demasiado al respecto, empezamos a tantearlo con cierto entusiasmo, pensando, no sé si con ingenuidad, que todo podría cambiar. Es como si los datos crecieran con la propia información que se maneja y además, “con tal veracidad”, que pareciera que nunca más existirá la falta de conocimiento que pudiera generar un mínimo de incertidumbre a la hora de analizar, con total exactitud, los acontecimientos y los escenarios que pudieran llegar a materializarse en el futuro. Vamos, que no habrá una sola duda que no se pueda aclarar y ni una sola cuestión sin respuesta, haciéndolo todo tan previsible como, por ejemplo, el cambio climático. Bueno, quizás éste no sea el mejor de los ejemplos.
En fin, como soy de los que creo y voy a ser positivo, quiero pensar que con la IA vamos a estar en buenas manos. Que las estrategias geopolíticas y la paz del mundo se resolverán a base de análisis de datos y pequeños detalles que nos facilitarán la vida informándonos, por ejemplo, desde qué debe tener un kit de supervivencia a quién puede ganar la Champions y, también, mientras nos estén apañando las combinaciones de una buena quiniela, nos irán diseñando las mejores estrategias “de oportunidad” para la empresa. Vamos, como dicen que decían aquellos diputados que, con o sin estado de alarma, iban y se pegaban sus “saraos”: “nos lo van a dejar chupao”… aunque puede que se refiriesen a otro tema.
Volviendo a la pandemia. Recuerden que hace cinco años toda esta tecnología digital de inteligencia artificial recibió un impulso definitivo en el momento de mayor restricción de las libertades para los individuos cuando, encerrados en nuestras respectivas casas, pasamos a percibir como algo ineludible el estar siempre conectados, experimentando toda nuestra interactuación “on line” mientras los algoritmos definían nuestros perfiles de usuario y, cómo no, dándose también el pistoletazo de salida para el teletrabajo generalizado.
Paradójicamente, fue esa misma contingencia, la pandemia, la que alteró y condicionó la mayoría de las interpretaciones de las expectativas a corto, medio y largo plazo, provocando que muchos de los informes de los analistas tradicionales derivasen hacia conclusiones ciertamente aventuradas por la falta de precedentes y la escasez de datos fiables donde sustentarlas. Claro que tampoco les ayudaron con la escasa transparencia de lo acontecido en los propios escenarios donde se iniciaron los hechos. Ni tampoco con los nebulosos trasfondos de las políticas impuestas en base a presuntas “decisiones técnicas” de los “comités de expertos” que, como en nuestro país, brillaban por su ausencia. Unas circunstancias que, sin embargo, derivaron en cierto escepticismo social o “negacionismo”, como lo quieran llamar, aunque en este caso me esté refiriendo al sector más crítico con la tecnología y la influencia de esta en la sociedad.
Supongo que recordarán aquellas teorías de la conspiración, diciendo que había potencias siniestras que desarrollaban estrategias a través de entes tecnológicos de inteligencia que, una vez que pudieran anular toda la privacidad de los individuos, establecerían un control social masivo. La misma tecnología dispuesta a mostrar su mayor eficacia a base de desinformación y propaganda en caso de una probable guerra híbrida. Al menos para Occidente, donde también se decía que los estados serían cada vez menos soberanos y terminarían supeditados a organizaciones e instituciones internacionales que a su vez estarían sometidas al dictado de poderosas sombras chinescas desde los mismos contextos donde hoy, por cierto, se las está investigando por presuntos tráficos de influencias a favor de los lobbies de empresas tecnológicas muy concretas. Justo ahora que pretenden digitalizarnos la moneda.
En definitiva, estamos actuando como si desde hace un lustro todas esas circunstancias no hubiesen generado en un amplio sector de la sociedad la percepción más crítica sobre unos dirigentes que, salvo elementos muy puntuales, fueron merecedores de una evaluación más que negativa por su gestión. Como si en general no hubiesen evidenciado una alarmante falta de capacidad o, en algunos casos, una falta total de escrúpulos si tenemos en cuenta que algunos no dejaron pasar la oportunidad en tan macabras circunstancias para hacer, presuntamente, lucrativos negocios.
En fin. Un lustro para que se fuera perfilando un tipo de político que anda inmerso en un bucle infinito de conflicto y que se entrega a camaleónicos discursos de la improvisación sembrados de eufemismos. Algo que no deja de parecer otro tipo de negacionismo, aunque en este caso de nuestra inteligencia.
