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Europa y el canto del grillo

La crisis provocada por la guerra en Ucrania, el enfrentamiento entre los grandes bloques (Rusia, USA, China) y las ideologías en manos de unos pocos están favoreciendo una Europa dependiente de fuerzas ajenas a su identidad

por Ángel Galindo García
30 de marzo de 2025
en Opinion
ANGEL GALINDO
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La crisis provocada por la guerra en Ucrania, el enfrentamiento entre los grandes bloques (Rusia, USA, China) y las ideologías en manos de unos pocos están favoreciendo una Europa dependiente de fuerzas ajenas a su identidad.

Europa se nos aparece cada vez más como una tierra desolada: ciertamente a nivel espiritual y cultural, a veces también a nivel material. La tierra baldía es el título de una de las obras más bellas de Thomas Stearn Eliot; En él, casi al principio, aparece este verso: «El árbol muerto no da cobijo, el canto del grillo no consuela. La piedra seca no tiene sonido de agua.”
Ha pasado el tiempo en que Juan Pablo II creía en Europa: “El alma de Europa permanece unida, porque, además de sus orígenes comunes, vive los mismos valores cristianos y humanos, como los de la dignidad de la persona humana, del profundo sentido de la justicia y de la libertad, de la laboriosidad, del espíritu de iniciativa, del amor a la familia, del respeto a la vida, de la tolerancia, del deseo de cooperación y de paz, que son notas que la caracterizan”.

En nuestro mundo multicultural, decía el papa polaco, estos valores seguirán encontrando plena ciudadanía si son capaces de mantener su conexión vital con la raíz que los generó. En la fecundidad de esta conexión reside la posibilidad de construir sociedades auténticamente laicas, libres de conflictos ideológicos, en las que el nativo y la nativa, el creyente y el no creyente encuentren espacio igual.

Sin embargo, el Papa Francisco, refiriéndose a los firmantes de los Tratados de 1957, y mirando hacia adelante, indicó “los pilares sobre los que se pretendía construir la Comunidad Económica Europea: la centralidad del hombre, una solidaridad efectiva, la apertura al mundo, la búsqueda de la paz y del desarrollo, la apertura al futuro. A los gobernantes les corresponde discernir los caminos de la esperanza. Europa encuentra esperanza cuando el hombre es el centro y el corazón de sus instituciones. Creo que esto implica escuchar con atención y confianza las peticiones que vienen de los individuos, así como de la sociedad y de los pueblos que componen la Unión”.

Pero el papa baja a la realidad y, en cuanto al respeto a la voluntad del pueblo, añade que “desafortunadamente, a menudo se tiene la sensación de que se produce una ‘desconexión afectiva’ entre los ciudadanos y las instituciones europeas, a menudo percibidas como distantes y poco atentas a las diferentes sensibilidades que constituyen la Unión.

Afirmar la centralidad del hombre significa también redescubrir el espíritu de familia, en el que cada uno contribuye libremente, según sus propias capacidades y dones, a la casa común. Es importante tener presente que Europa es una familia de pueblos y –como en toda buena familia– hay diferentes susceptibilidades, pero todos pueden crecer en la medida en que estén unidos. Hoy la Unión Europea necesita redescubrir el sentido de ser ante todo una ‘comunidad’ de personas y de pueblos, conscientes de que “el todo es más que la parte, y es también más que su simple suma”.

Europa —como lo reconocen explícitamente los responsables de las instituciones de la UE— da la impresión de ser un árbol muerto y, como la higuera del Evangelio, no consigue ser útil por sí misma, “no ofrece ningún refugio”. Para quienes, desde Esopo, han sido educados para hacer una justa apología de la hormiga, el canto del grillo es aún más molesto que el de la cigarra. Pero la vida sigue ahí, y el agua, gracias a Dios, sigue fluyendo en nuestra zona. Esos pocos granos de trigo que quien hace de hormiga consigue cargar sobre sus hombros podrían ser las semillas de árboles vivos que empiecen a crecer de nuevo en el páramo de la escena cultural y política europea.

Por eso, la enseñanza social de la Iglesia apuesta por la esperanza de que los ciudadanos europeos, a pesar de sus autoridades, promuevan en la sociedad civil el respeto a la identidad y a la voluntad de los pueblos que componen Europa. Ese pequeño continente, sin perder su identidad, ha de seguir abierta a acoger al emigrante y a favorecer que no se vean obligados a salir de su país.
——
* Profesor emérito.

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