Ya me he referido en algunas ocasiones a los museos de la capital y a unos cuantos que han ido apareciendo en distintas localidades de la provincia, en unas felices ideas de habitantes del lugar. Son una parte importante para llevar a los residentes y visitantes noticias de la cultura a través de sus muy variadas manifestaciones: pintura, escultura, fotografía, hierro, marionetas, armas, madera…Por ello, por ser ya conocidos, no voy a referirme a sus nombres y contenidos, pero sí a otras particularidades referidas a las salas de exposición o museos.
En Segovia, creo recordar que hace muchos años se habló de un proyecto de Museo de la Fotografía, y temas para ello tiene nuestra provincia en la que han disfrutado con sus cámaras, a lo largo de los años, artistas locales, nacionales y extranjeros. Pero, como suele pasar aquí, todo fue un principio de idea, fallida, y nos quedamos sin mueso, en beneficio de otras ciudades más “vivas” y emprendedoras. También se habló de un museo del juguete, pero ahí tenemos al amigo Goyo Garrido que lleva años esperando que alguien le eche una mano y puedan exhibirse los cientos de juguetes antiguos que conserva en numerosas cajas, mientras Valencia, Onil, Cataluña, Mallorca y otros varios lugares disfrutan de ellos, y del más reciente que es el creado en la cercana Medina del Campo por el vecino José Manuel Fernández. Ahí tenemos también el proyecto de un nuevo Centro de Interpretación del Acueducto, donde cabe suponer iría un museo del agua.
Se ha rumoreado ahora por acá sobre un nuevo intento de musealización, que tendría como protagonista a nuestro popular (y exquisito) cochinillo, cuya Semana de Oro se ha celebrado recientemente. Por eso, si llegara otro a la ciudad, sería muy bien recibido por vecinos y visitantes…y más tratándose del protagonista del rico asado.
Precisamente hablando –diré mejor escribiendo- de la raza porcina, recuerdo haber conocido, hace varias décadas, el Museo del Cerdo creado en la localidad soriana El Burgo de Osma, en 1974, por el empresario hostelero Gil Martínez Soto, secundado por su amigo Miguel Moreno. Previamente habían puesto en marcha unas Jornadas de la Matanza, en las que durante varios días se procedía –y se sigue- a recuperar todos los requisitos de una matanza tradicional, que se completaba con los correspondientes menús en su restaurante Virrey Palafox, punto al que acudían, y siguen acudiendo, personas de numerosos puntos nacionales y extranjeros. En la fiesta no faltan música y danzas castellanas, por supuesto.
El gran éxito de estas jornadas llevó a Gil Martínez a crear un Museo Mundial Popular del Cerdo, que tuve ocasión de conocer precisamente “de la mano” del popular restaurador.
El museo se encuentra en unas salas de 700 metros cuadrados, donde en vitrinas acristaladas se guardan las figuras de cerdos.
Nos decía Gil: “Muchos clientes, conocedores del museo y de nuestra afición al coleccionismo, nos traen, de sus viajes por España y por cualquier otro país, alguna valiosa pieza que incorporamos a las vitrinas”.
En ellas se exhiben más de 11.000 representaciones del cerdo de todos los tamaños, colores y estilos. Pero es que además se exponen pinturas, esculturas, fotografías y otras representaciones del cerdo, y junto todo tipo de materiales y herramientas empleadas desde sus orígenes en la matanza. Se completan las instalaciones con una sala dedicada a proyecciones, además de una biblioteca con libros sobre el cerdo y demás temas de gastronomía. También se ofrecen ocasionalmente degustaciones de los productos del cerdo, marrano, cochino…como queramos llamarlo. Como despedida, a la salida, una tienda.
Creo que es la cuarta generación de la familia la que sigue con la tradición, y con el museo, si bien desconozco si últimamente haya pasado a una nueva propiedad.
