Nada me haría tanta ilusión como adoptar a la gatita Enmascarada, tal como sabe la cuidadora oficial Carmen Almarcha; pero, desde hace varios días, se encuentra desaparecida de su colonia en la calle Gascos de Segovia. Pensamos en que, estresada ante cierta circunstancia, ha huido; y, por el momento, no ha regresado. Agradecería en extremo la colaboración ciudadana para tratar de localizarla.

Escribo desde el desasosiego. Enmascarada, la gatita tricolor retratada en la fotografía que ilustra este artículo, se encuentra desaparecida de su colonia matriz, ubicada en la calle Gascos de Segovia, desde hace varios días. Tiene una edad aproximada de 9-10 meses.
Yo la quiero con locura; me tiene enamorado; y estaba pendiente de adoptarla, ya desde hace tiempo. La cosa se fue demorando, pues si yo intento ser Don Quijote, a partir de los valores transmitidos por mi padre, mi madre, cual Sancho Panza, siempre tira para atrás. Las cosas se complicaron en las últimas semanas. Atravieso por un duelo complicado, debido a La muerte de mi gato Bronquitas, acaecida hace dos meses bajo una circunstancia que me ha dejado perplejo, triste y apático, retrasó el proyecto. Por otra parte, mi madre sufrió un ataque de ciática, así como una caída que la tiene dolorida. Cuán ciego estuve, pues no habría habido mejor terapia para mi tristeza y desazón que la entrada de la gata calicó en nuestro hogar. Cuántas veces nos equivocamos en la toma de decisiones.
Cuando era niño, con unos seis años de edad, mi padre me contó una historia que nunca olvidé: un señor de Burgos tenía un pájaro amaestrado, que todos los días salía a calle; pero un día el animal no volvió. Desde la desaparición de Enmascarada, me acuerdo de forma permanente de aquel suceso.
Las otras gatas de la colonia son más esquivas; pero, Enmascarada me recibía cada noche con su ronroneo como melodía. Se acercaba, con su mirada penetrante, y buscaba mi caricia. Además, dio un paso que no había vivido nunca en la interacción con ningún otro gato feral. Se ponía de pie encima de mi pierna; y procedía a rascarse sus uñitas con mi pantalón. No hay dos gatos iguales; y, cada uno tiene su personalidad. Enmascarada es especial, entrañable. Nadie merece en mayor grado que ella un hogar; y quiero dárselo yo. Ante todo, este artículo es un testimonio de amor y piedad. Ante la ausencia, preocupante, su rostro, con esa especie de antifaz, tan reconocible, me persigue de forma obsesiva.
Enmascarada estaba viva, había sobrevivido, gracias a mis cuidados, cuando era más pequeñita; pero ahora lucía radiante, esplendorosa, mucho más grande que su hermanita Leoncita, guapísima y con pelo lustroso. Cuando llegaba procedente de la estación de autobuses, el pasado martes 4 de febrero por la noche, me encontré con una escena inusual. Un macho intruso, ajeno a la colonia, había incursionado con afán de conquista; y andaba, muy encelado, tras la joven Enmascarada, quien trataba de esquivarle. Desde entonces, no he vuelto a ver a la gatita. Sí me consta que el felino forastero prosiguió por esos territorios durante las jornadas siguientes.
En un primer momento, no me preocupé, pues había noches en las que no aparecía Enmascarada. Sin embargo, la alarma surge cuando, tras contactar con la cuidadora que alimenta a estos animales a primera hora de la mañana, Carmen nos confirma que también la echa de menos.
Mi veterinaria de referencia cree que, estresada ante el acoso del macho alfa, la gatita podría haber huido. “No quiero pensar en que esté muerta”, me dice. Además, hay antecedentes en dicha colonia felina de Gascos de “exploradoras”, proclives a moverse dentro de un radio largo, susceptible de sobrepasar el perímetro del terruño natal, como mi añorada Fiera, quien fuera tan entrañable, con una personalidad arrolladora.
Enmascarada no estaba enferma; y durante estos días no ha hecho frío. La gata podría deambular por la ciudad, así como buscar puntos de comida en otras colonias felinas, desde San Lorenzo hasta el casco histórico.
El problema del “hubiera”, cual pensamiento intrusivo, me martillea: si hubiese rescatado a Enmascarada cuando nos encontrábamos a diario, no habría llegado a experimentar este sufrimiento, acompañado de remordimiento, que me atenaza.
Me pongo muy triste cuando vuelvo a su colonia; y solo falta ella. Cuido con mucho mimo a su abuelita, la única a quién llegó a conocer mi hermano, fallecido hace cuatro años. Unos días antes de la desaparición, cogí a Enmascarada durante un momento para que dejara comer a Moisita en un escalón. Lástima que no me la llevé. Ahora, subir esas escaleras endiabladas representa un peaje emocional insoportable. Recuerdo una ocasión, hará dos o tres meses, en la que mi madre y yo ascendíamos. “Mira, ahí la tienes”, me dijo, después de verme preocupado por no haber visto antes a Enmascarada, quien acudió tarde a la cita. Contemplarla allí debajo me tranquilizó. ¿La volveré a ver?
El filósofo Schopenhauer planteaba que la vida de los seres humanos está determinada por azar y errores funestos. Entre estos últimos, uno de los tres más graves en el cómputo de mi vida –todos ellos acaecidos durante mi periplo segoviano- ha consistido en no adoptar a Enmascarada cuando me habría resultado tan sencillo. ¿Cómo podemos llegar a ser tan irracionales? Por otro lado, el más puro azar me condujo a residir en la calle natal de mi madre, algo que nunca estuvo en mis planes.
En mi imaginario, se trata de la calle más triste del mundo, pues en la antigua casa de mis abuelos falleció de forma repentina mi hermano, hace cuatro años. Un tiempo en blanco y negro de duelo permanente, crónico, encadenado, se inició. Desde entonces cuántos gatos y gatas callejeros, entrañables, han abandonado también el mundo de los vivos. “Son vidas efímeras”, decía Ernesto.
En “Centauros del desierto”, obra maestra dirigida por John Ford, el personaje interpretado por John Wayne no cesa hasta localizar a la niña, interpretada por Natalie Wood, superviviente de un ataque de los “pieles rojas” en este western. La misma obsesión tengo yo por encontrar a Enmascarada.
Cuando era niño, mi padre me hablaba de otra película preciosa, “De ilusión también se vive”, donde también trabaja la actriz referida. Cuando uno tiene tantas ilusiones perdidas, el reencuentro con mi Enmascarada del alma sería el mejor regalo posible.
Según plantea el filósofo Byung-Chul Han, desde la desesperanza más profunda nace la esperanza más íntima.
Enmascarada debe aparecer. ¿Por qué no?
Por favor, si ven a la gatita, avísenme. Mi correo electrónico es el siguiente: splazace@ucm.es