Eclipsado por otras conmemoraciones de mayor calado festivo y popular, advierto que está pasando prácticamente desapercibido entre nosotros el 600 aniversario del nacimiento de Enrique IV, hijo de Juan II y de María de Aragón y que aunque nacido en Valladolid el 5 de enero de 1425, es de agradecer que mantuviera una estrechísima relación con Segovia, de la que llegó a ser señor antes que rey. En efecto, aunque su subida al trono de Castilla no se produjera hasta el año 1454, desde el mes de febrero de 1440, ostentaba el título de Señor de Segovia, por la donación efectuada por su padre, a la que llegó a amar profundamente hasta el punto de referirse a nuestra ciudad como “mi Segovia”. Permanecer en ella, según nos informa el cronista Diego Enriquez del Castillo, constituía “su mayor contentamiento, mejor que en ningún otro lugar de su reino”.
Constituye prueba fehaciente de su amor por Segovia las numerosas decisiones adoptadas durante su reinado en beneficio de la ciudad. Entre ellas, nos vamos a detener brevemente, en las concesiones de ferias y mercados. Con fecha 17 de noviembre de 1459, concedió Enrique IV a su ciudad, dos ferias anuales de treinta días francos cada una, comenzando la primera ocho días antes de Calestolendas y la otra el día de San Bartolomé (el 11 de junio: origen de la conocida de San Juan), con el privilegio de que cuantos fuesen a estas ferias, no pudieran ser presos por deudas desde que salgan de sus casas hasta que volvieran a ellas. Al parecer, pudieron haber sido concedidas con anterioridad, acaso al mismo tiempo que el mercado semanal de los jueves –que todavía se celebra- pero que al no ser publicadas de forma explícita, no habrían resultado totalmente francas. Para evitar cualquier duda, decide Enrique IV confirmar este privilegio de forma expresa, mandándolas pregonar en la feria de Medina del Campo, disponiéndose que el comienzo de las de Segovia tuviera lugar para el año 1460, desde cuyo momento tendrían efectividad “para siempre jamás”.
Durante estas ferias y como medida proteccionista, dispone el monarca, que desde mediados de diciembre de cada año y hasta después de que se celebraran las ferias, ningún mercader ni vecino de Segovia y sus arrabales pudiera exportar paños para vender, so pena de perder las cargas, juntamente con las caballerías y carretas que los transportasen. Otras actuaciones enriqueñas que ennoblecieron la ciudad de Segovia fueron las construcciones de los monasterios de San Antonio el Real y del Parral, si bien este último, por iniciativa de su entonces válido Juan de Pacheco, marqués de Villena. Y sobre todo había que agradecer al rey su presencia continua en la ciudad y en los cercanos bosques de Valsaín, territorio escogido para practicar la caza, actividad ésta, de la que gustaba solazarse. En Segovia se refugiaba en su palacio de la actual plaza de los Espejos.
Si es indudable la afectiva relación que siempre unió a Enrique IV con Segovia, no podemos ocultar que su reinado a nivel general fuera denostado por una gran parte de los historiadores, especialmente aquellos que han venido utilizando como fuente de referencia las crónicas de Alonso de Palencia, enemigo declarado de este Trastámara y al servicio efectivo de otra monarca de la misma dinastía. Esta circunstancia ha sido contrastada en una publicación relativamente reciente efectuada en 2001 por Luis Suárez, fallecido hace unas fechas y uno de los historiadores que más y mejor ha estudiado esta época de nuestra historia. El título ya lo dice todo: “Enrique IV de Castilla: La difamación como arma política.” Más recientemente, en el pasado año 2024, ha visto la luz el interesante trabajo de Alicia Manso San Isidro, Master en Estudios Medievales de la Universidad Complutense de Madrid y becada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas: “Enrique IV y Segovia: espacio urbano, artístico y representativo de un monarca Trastámara”, de lectura amena y esclarecedor de hechos ciertos y verídicos.
Es evidente que Segovia a lo largo de su historia ha ido más veces con el paso cambiado respecto a los grandes dirigentes que ha tenido el país. Si unos le segregaban parte de su territorio comunal, otros le expropiaban los pinares. Y para uno que sí ha amado a esta tierra, le niegan el pan y la sal y la condición de buen gobernante para la generalidad de su reino. Razón tenía Enrique IV en elegir la granada como emblema de su reinado, porque nada como esta fruta para expresar mejor su pensamiento: “Agridulce es reinar”. En un artículo periodístico limitado por la extensión poco más se puede profundizar sobre la relación de este peculiar monarca con nuestra ciudad, me daría por satisfecho con que el mismo pudiera servir modestamente como llamada de atención a quien corresponda, para que no se cometa la injusticia de que Segovia dejara en el olvido la efeméride de su nacimiento; aunque no fuera ello con el repique de campanas y el estruendo de trompetas observados en recientes conmemoraciones.
Post data. Cuando ya estaba redactado el artículo, ha llegado a mi conocimiento que en el próximo ciclo de primavera de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce, las conferencias van a versar sobre la figura de Enrique IV. Bienvenidas serán.
