—¿Qué relación tiene usted con la naturaleza?
—Mi relación con la naturaleza equivale a la de una excelente amistad o, incluso, me atrevo a elevar esa relación a la condición de una profunda admiración que se transmuta en conocimiento, amor, respeto y compromiso moral para intentar defenderla.
—¿Es el cambio climático una realidad presente o todavía estamos a tiempo de hacer algo?
—Si nos atenemos al diagnóstico científico actual y a las líneas políticas de los países más poderosos, parece claro que no vamos a librarnos de sucesivas catástrofes naturales. Sin descartar, como ha quedado denunciado últimamente, grandes hambrunas, inundaciones con decenas o centenares de miles de muertos.
Solo estaríamos a tiempo si luchar contra la mayor amenaza de todos los tiempos, contra los humanos, se aborda desde un planteamiento generalizado de prioridad absoluta. Algo parecido a las economías de guerra, solo que esta sería una declaración de paz a nuestros aires, aguas, tierras de las que dependemos por completo para seguir siendo.
—En la conferencia de que dio el pasado diciembre ‘La ciudad, del parasitismo a la simbiosis’ organizada por la Asociación Foro Geobiosfera dentro del ciclo Ciudad y Cambio Climático, dijo una frase muy significativa “Salvar lo que nos salva”. ¿Qué importancia tiene la naturaleza en nuestra propia existencia y supervivencia?
—La Natura, es decir la suma de los elementos, ciclos, procesos ecológicos esenciales son los que nos consienten y sostienen. Vivir es vivir con la vida. Por tanto si preferimos la vivacidad a la muerte no podemos por menos que darle máxima importancia a lo que sabe hacer la Natura. Por desgracia lo que define a esta civilización es todo lo contrario. Las sociedades, y más las que son tan artificiales como la nuestra han lisiado a la totalidad del planeta.
—Leo en su biografía que ha escrito más de un centenar de libros y que ha plantado 27.000 árboles. ¿Qué le queda por hacer en esta vida, tanto a nivel profesional como personal?
—Plantar otros 27.000 árboles. Escribir mis últimos siete libros. Llevar al cine mi mejor libro, ‘La sonata del bosque’.
Acaso también que mi cuerpo aguante unos pocos años más cultivando la Tierra, pero sobre todo que cale algo más lo que llevo repitiendo desde hace 55 años, es decir, que lleguemos a tiempo de frenar los colapsos en marcha y que a mi nieto le quede algo parecido a lo que mi generación ha empezado a echar de menos.
—¿Cómo sería una ciudad ideal para usted?, ¿quizá aquella que ‘conversase con la naturaleza y la integrase de manera orgánica?
—Las ciudades, todas, son gigantescos parásitos que todo lo que reciben de su derredor, y devuelven poco o nada a cambio. De ahí el contenido de mi charla. Con la Natura se puede ser explotador o la otra mitad de toda la simbiosis. Podemos y debemos consumir menos, sobre todo energía y agua. Podemos y debemos naturalizar al máximo. Ser más lentos y menos acumulativos. Todo puede hacerse sin dañar a lo que nos está acogiendo desde siempre con los brazos abiertos. La Natura nunca se reserva el derecho de admisión. Alojen, pues, las ciudades a su antecesora y proveedora, la Natura.
—¿Cree que vivimos por encima de nuestras posibilidades explotando unos recursos que son limitados y que acusan el mal y excesivo uso humano?
—Por supuesto. Recordemos el índice del planeta vivo que demuestra que cada año agotamos antes la capacidad de reposición de los ciclos naturales. Es algo parecido a gastar más de lo ganado y ahorrado. El modelo económico resulta manifiestamente incompatible con las leyes básicas de la existencia. No hay tiempo, ni espacio, ni recursos suficientes para la codicia infinita de esta urbana civilización.
—Industrias como la de la moda generan una gran cantidad de residuos al año que en el peor de los casos van a parar a vertederos descomunales en países sin desarrollar ¿Cree que estamos desviando el problema del primer mundo a otros rincones del planeta donde no tienen herramientas para defenderse?
—Es un poco el colmo de la desigualdad e injusticia de este mundo. Buena parte de todos los recursos esenciales provienen de otros países. La autosuficiencia que sería la única forma de que el planeta fuera suficiente para sus casi 9.000 millones de humanos, brilla por su ausencia. Pero es que buena parte de los residuos generados por la actividad industrial y sus prisas acaban en el aire y las aguas de todos. Pagan más, en su salud y desarrollo, los que menos han contaminado.
—¿Qué aspectos deberíamos cambiar en nuestra vida para ser más solidarios con la naturaleza y lograr mantenerla a salvo?
—Sobre todo lo que es posible a corto plazo, es decir a nosotros mismos y toda la gigantesca torpeza imperante en cuanto al minusvalorar el valor de la acción directa y particular. Por supuesto que mucho más deben hacer empresas y gobiernos que tienen unas responsabilidades inmensas. Pero todos podemos vivir igual de bien gastando hasta la mitad de lo que es la media de consumo actualmente. Todos podemos presionar a las instituciones. Todos podemos ayudar a naturalizar las ciudades. Todos podemos ser un poco más agradecidos y menos ignorantes.
—En su opinión, en la actualidad, ¿cuál es el mejor sitio para vivir?
—Aunque no hay un metro cuadrado del planeta ileso como consecuencia de la catástrofe climática, los productos químicos y los plásticos, todavía quedan algunos paisajes no del todo destruidos. Segovia tiene unos pocos que además son claros ejemplos de los mejores rasgos de la Natura Ibérica. Como emboscado no puedo vivir sin árboles cerca y con la protección de los paisajes desobedientes, es decir de las montañas. Aquí tenéis muchos de esos refugios.
—El mal uso de los recursos y el mal trato a la naturaleza ¿es ignorancia o egoísmo?
—La sabiduría, como mantiene Saramago es no hacer sufrir. A nada ni a nadie. Nuestra civilización hace sufrir, mucho a la totalidad de lo espontáneo y a casi todos los humanos. Mayor ignorancia imposible, ni más difícil de paliar desde el momento en que nos creemos sabios y poderosos a bordo de las tecnologías. Con todo el no considerarte parte de la Natura es grave, pero el no hacerlo tampoco con la humanidad, es decir esa arrogancia supremacista que está consagrándose cada día más social y políticamente consagra la ignorancia. Esa suprema merma de humanismo que cada día gana más elecciones.
—Castilla y León, y en particular Segovia, cuentan con espacios naturales de gran belleza. Pulmones como la Sierra de Guadarrama, el Pinar de Valsaín o las Hoces del Duratón entre otros. ¿Nos puede decir algo de estos incomparables parajes? ¿Cuál es la mejor manera de disfrutarlos?
—Pasear los bosques segovianos, sus hoces, sus campiñas de labrantíos e incluso sus preciosas ciudades y pueblos impone lo que más necesitamos. Me refiero a la admiración, la lentitud, el respeto. Porque son gratos y gratuitos y como nos están salvando desde hace milenios, lo mínimo es la gratitud y no hay mejor forma de ser agradecido ahora mismo que no seguir enfermándolos y hasta destruyéndolos.
—Si tuviera que recomendar un lugar en España donde la naturaleza este preservada de manera genuina en su mayoría, lo menos corrompida posible, ¿cuál sería?
—Lo más vivo que nos queda está en nuestros grandes macizos montanos. Si acaso en cualquiera de nuestros parques nacionales de los Pirineos o de la cordillera Cantábrica.
—¿Cómo es de importante concienciar desde la infancia, a través de la educación, de los problemas y las soluciones frente a situaciones de cambio climático como las que estamos viviendo?
—Siempre resulta fundamental la educación, solo que la actual poco o nada está dirigida a fomentar lo que he afirmado en la pregunta de cómo disfrutar de la Natura. A lo que sería urgente sumar una educación menos consumista, menos apresurada, más en contacto con lo espontáneo y no encarcelada en las pantallas. Muy difícil es educar y cada día más si prevalece la indiferencia hacia la Natura.
—Algunos expertos apuntan a que serán cada vez más frecuentes episodios como los ocurridos en los últimos años (pandemia, terremotos, inundaciones, incendios…) ¿Qué hay de cierto en esta afirmación?
—Por supuesto, ya lo he afirmado antes. El calentamiento global incide en absolutamente todos los paisajes y todos los procesos ecológicos esenciales. Hay siete colapsos en marcha de extrema gravedad y el más estremecedor es la merma de las poblaciones de todos los animales no domésticos hasta en un 70%. Es una tragedia que hoy haya la mitad de los pájaros que hace 50 años o que queden menos del 20% de las mariposas que algunos vimos volar en nuestra juventud.
—¿La celeridad y la individualidad pueden ser causas de esta falta de atención en el entorno natural?
—Por supuesto. La velocidad ha sido convertida en deidad adorada en miles de millones de altares. Desde el transporte a lo que aparece en las pantallas. En el deporte o en la búsqueda de riqueza. Y nada es mejor por más rápido. La prisa es una lela asesina que sobre todo destruye dos de las mejores facetas del humano: la comprensión y la ternura.
Además, si solo importas tú lo importante, es decir la continuidad de la vida, nada importa y por eso todo está en peligro.
—En su larga trayectoria ha recibido numerosas distinciones ¿cuál diría que le ha hecho más ilusión?, ¿por qué?
—Los premios tienen dos caras opuestas. Si te espolean la vanidad estás perdido. Si incrementan tu compromiso como creo que me pasa son una inestimable ayuda.
Como son más de 50 y todos me permitieron ser agradecido los incluyo a todos, desde los mundiales a los muy locales.
En cualquier caso el gordo, aunque allí también llegan los perversos logros del desastre global, es vivir donde, como y con quien había soñado en mi primera juventud.
