Si me dijeran, así de repente, que escogiera una película para ver, para ver muchas veces, sin duda me detendría en “El chico y la garza”. Allí está todo lo que es el cine de Hayao Miyazaki: Asombro. Fascinación. La película explora esos territorios.
Debería volver atrás en el tiempo, para empezar. Debería volver al tiempo en que yo tenía veinticinco años y deseaba conocer nuevos caminos en el cine. Algo que no fuera trillado, que fuera inspirador, que fuera aquello sumergido en nuestros corazones y nuestras mentes. Ese cine es el que yo buscaba entonces y sigo buscando ahora mismo. Y por eso salí tarumba del cine tras ver la película “La princesa Mononoke”. Vi la película en una gran sala, eminente, y apenas había público y yo por supuesto no sabía quién era Hayao Miyazaki. Qué capacidad de impresión puede tener el cine, cuando se funden fantasía e imaginación. Me daban ganas de tocar esos personajes, palparlos. Eran imaginación y al mismo tiempo eran reales. Y aquel cine, aquella sala gigante esperaba esa película, la ansiaba. Quizá la había esperado durante años, sin saberlo.
Miyazaki, nacido en 1941, es puro trabajo. Eso es lo esencial en él: el trabajo sin descanso. No sabemos qué se propone. Quizá siempre se propone hacer su mejor película, intentar aproximarse al misterio. Quizá él mismo sea misterio, quizá nosotros mismos lo somos, por eso tenemos una vida tan corta; quizá podamos buscarnos a nosotros mismos, quizá haya un sentido y podamos reunirnos con los nuestros en otra vida, en otro planeta.

Pero me desvío. Aquí el planeta que nos interesa es el planeta Miyazaki, allá tan lejos (en Japón) y a la vez tan cerca del nuestro. Y para conocer un poco más de ese planeta, de lo que orbita alrededor, tenemos el libro extraordinario de Laura Montero sobre el mundo invisible de Miyazaki, ese cineasta al que su colega Akira Kurosawa le escribió: “Siempre estoy entre risas y lágrimas ante el magnífico espectáculo de sus películas animadas. La belleza de las imágenes, su sentido de lo natural, su simplicidad no dejan de conmoverme. Me alegro de pensar que realizadores como usted han sabido lograr su independencia frente a los grandes estudios japoneses, que no han sabido evolucionar y que han perdido el verdadero sentido del cine”.
El cine para iluminar la vida, dice Francis Ford Coppola. Miyazaki: sentido del cine. ¿Cuál? De algún modo ha sido un sueño, mi fantasía, averiguarlo. Por eso escribo, leo.
Cómo mirábamos en aquellos televisores todavía en blanco y negro a Heidi y a Marco. Qué influencia tendría sobre aquellos que contemplábamos aquellas animaciones. Qué éxito y qué acecho de lo que estaba por venir, las grandes películas de Isao Takahata y Hayao Miyazaki.
El trabajo, he dicho. El trabajo de un Miyazaki que no ha dejado de aprender. Y si no le gusta algo de lo que ha hecho, como su película “El castillo de Cagliostro”, la del gamberro Lupin III, ha sido autocrítico.

No sé si hay un sentido de la vida, en singular. En plural, seguramente están las películas “anime” del cineasta japonés. Son sentidos del cine, de la vida. La lección es que podemos dedicar toda nuestra vida a algo, a una tarea. No sabemos si merecerá la pena porque no sabemos nada.
Él se cansa de Lupin III y desea avanzar. Está loco por hacerlo.
Estancarse, repetirse, quedarse cómodamente atontado. No nos llevan a ninguna parte. Él observa atentamente sus propios errores y volverá a equivocarse. A seguir adelante con la esperanza de haber hecho algo bien. Yo intento copiar su modo de actuar.
Trabaja en una coproducción entre Italia y Japón, una serie animada sobre los personajes de Sherlock Holmes y Watson. Pura diversión que a muchos nos pilla todavía muy jóvenes. Nos encontramos a un Holmes presidido por el buen humor y la aventura. Es pura alegría, cine sin cinismo hecho para televisión. Sí, eso tan difícil de encontrar. Por eso, me repito para no olvidar, quiero tener siempre presente el cine de Miyazaki.
Un grupo empresarial, Tokuma Shoten, resulta decisivo para la producción del filme “Nausicaa del Valle del Viento”. Esta habría de ser la película clave, la que se constituya en brújula. Es hora de empezar algo nuevo de lo aprendido con Heidi, Lupin III o Holmes. Nausicaa se constituye en germen, película puente entre el joven Miyazaki y su madurez, que surge con la aparición de Ghibli, la empresa que sostendrá las grandes producciones del cineasta japonés, cuyos mayoritarios éxitos en su tierra le permitirán seguir trabajando.
Eso es lo que ha estado presente en películas como “La tumba de las luciérnagas”, de Takahata. Es posiblemente la película más importante de Ghibli y también una de las películas más importantes de la historia del cine. Una gran obra maestra, que sólo Takahata o Miyazaki podían crear.
Junto a la película de Isao Takahata, Miyazaki crea al mismo tiempo “Mi vecino Totoro”, que gracias al éxito que obtiene repercute en una inyección económica adicional para Ghibli con el muñeco de peluche de Totoro.
Éxito con Totoro para afrontar los siguientes proyectos con la máxima confianza. Y sobre todo ausencia de cinismo y mal humor. Una lección, quizá para vivir, como sucede en “Ni un pelo de tonto” de Robert Benton. Acerco Benton a Miyazaki. Es posible. Me interesan esas películas, el buen humor.
Conozco la existencia de Miyazaki, como decía, gracias a la princesa Mononoke. Estoy en una sala prácticamente vacía ante una película que se convertiría en película de culto. Yo en aquel momento no entendí la película. Quizá debería volver a verla y quizá, en el fondo, no se trata tanto de entenderla como de sentirla, de ese sentido para vivir.

Pero sí que en aquel momento creí que aunque no entendiera la película, era extraordinariamente atractiva. Para la especialista Laura Montero: “‘La princesa Mononoke’ ha sido sin duda la película más pesimista, oscura y adulta de todas las realizadas por el estudio Ghibli, por lo que no es de extrañar que el recibimiento del público cogiera por sorpresa a sus propios creadores”. Y es que la película fue un resonante éxito, abrumador para Ghibli.
Miyazaki no era sólo un seguidor del manga. También le interesaban Verne o Stevenson, Hans Christian Andersen, Kipling, el Pinocho de Collodi. Había que absorberlo todo. Sí, sí, de nuevo nos aparece un elemento clave de los cineastas: los libros.
Pensemos en los nuestros, en los niños, en los jóvenes pero también tanto o más en la gente adulta. Mi madre, mientras escribo esto, sonriente, con más de ochenta años lee entusiasmada “Platero y yo” de Juan Ramón Jiménez. Eso me hace feliz. Me gusta que los míos lean. Me siento entonces cerca de ellos, por algún lazo mágico. Entonces, Matji llama y sugiere un título de Faulkner o una película. ¡Atento!
Comprar los libros, leerlos o incluso comprarlos aunque no se vayan a leer, simplemente para ayudar a las librerías a mantenerse en pie, dice mi amigo proyeccionista, Óscar Cubel.

El propio Miyazaki, por otro lado, sitúa en un lugar distinto a la lógica: “La lógica sólo concierne a una parte superficial del cerebro. (…) Esto no es suficiente para hacer una película. Cuando me dí cuenta, me sumergí en el inconsciente. Había una tapadera en el fondo de mi cerebro. Cuando la levanté, la historia se desarrolló libremente, la orientación se tornó diferente”.
Y luego está el civismo del escritor Ryotaro Shiba, que Miyazaki recuerda: “Creo que ese “civismo” es una importante manera de lidiar con nuestros problemas actuales. (…) Cuando consideramos la relación entre la naturaleza y los hombres, aunque los hombres son parte de la naturaleza y la naturaleza nos da la vida, hay una ruptura definitiva entre nosotros y ésta (…)”.
Se trata de un civismo hacia otros seres vivos, pero también al agua, a la montaña, al aire.
“Ponyo en el acantilado” o “Porco rosso” o “El castillo ambulante”, todas ellas para niños y grandes. Todas ellas con lo esencial: el afecto.
Y eso que nos recuerda el actor Miguel Rellán: “Eso del yo ya no… ¡No! Aquí no se rinde nadie”.
Pero es difícil, por edad, por sentirse exhausto, por hastío. Miro a Miyazaki, cómo aparentemente retirado volvió a sus lápices, a sus “story boards” para armar la que quizá es su mejor película: “El chico y la garza”.

El lápiz. El protagonista, el chico, ante la elección: ¿Volver a la realidad o vivir en la fantasía? Miyazaki volvió a la realidad para crear una nueva película. Siempre. Siempre una película más.
Laura Montero: “El cineasta considera que los dibujos ayudan a relajar el espíritu, que pueden hacernos más felices y que nos refrescan. La animación nos permite escapar de nosotros mismos -atrapados como estamos en el mundo real- y esta evasión nos permite adentrarnos en el territorio que Miyazaki llama ‘de posibilidades perdidas’”.
En palabras del gran cineasta japonés: “Me gusta la expresión “posibilidades perdidas”. Nacer significa ser impelido a elegir una era, un lugar y una vida. Existir aquí, ahora, significa perder la posibilidad de ser incontables otros yos potenciales. Por ejemplo, podría haber sido capitán de un barco pirata, navegando con una adorable princesa a mi lado. Significa renunciar a este universo, renunciar a otros yos potenciales. Hay yos que son posibilidades perdidas y yos que podrían haber sido, y esto no se limita sólo a nosotros sino a todos los que están a nuestro alrededor. (…) Creo que esa es precisamente la razón por la cual los mundos fantásticos de las películas de animación representan tan intensamente nuestras esperanzas y anhelos. Ilustran un mundo de posibilidades perdidas para nosotros”.
Trabajo. En mi caso, escribo aquí. De la lectura surge la escritura, así que hay que leer sin fin, sin descanso. Y en el cine de Miyazaki siempre hay preguntas. Un itinerario de preguntas, dudas e intuiciones, reflexión y aventura. O sea, preguntas.
Y mientras, de su película “El viento se levanta”, un origen en Paul Valery: “El viento se levanta… ¡hay que intentar vivir!”.

Carlos Gracia resume en animación para adultos la que nos hace sentirnos felices como niños. Y Laura Montero reincide en los cuentos como algo vigente, como antaño: “(…) aunque ciertamente sus fronteras sucumben con la irrupción de la razón y el desdén hacia lo ficcional, la importancia del relato radica en su labor de transmitir al hombre la esperanza en sus propias posibilidades, a la vez que ensalza valores como la valentía, la piedad o el compañerismo”.
Montero en el camino del héroe: “Adormilado en la acomodaticia vida cotidiana, el despertar del héroe y de su primer y trascendental viaje se inicia, en el universo miyazakiano, con la ruptura de la rutina y la aparición de lo fantástico. Esto no significa que el protagonista desarrolle sus cualidades a medida que se aleja de sus raíces primigenias, sino que es en el desapego al conformismo y en la situación adversa en la que aflora el verdadero carácter y la actitud vital”.
Somos héroes anclados en nuestros propios conformismos. Abandonamos un libro o dejamos de escribir. Fallamos a los nuestros o somos aplastados. ¿Cómo levantarnos de ese conformismo? ¿Cómo hacer voluntad? Podemos fijarnos en el héroe miyazakiano. Hacer voluntad para mejorar.
¡Al lápiz! Miyazaki y sus razones: “A mí me gusta mucho animar con lápices. Y no sé cómo usar un ordenador. Eso no quita que se puedan hacer cosas maravillosas con otro tipo de sistemas. Lo que hace Pixar con la animación por ordenador es maravilloso y para la animación “stop motion” ya tenemos a Nick Park en Inglaterra. No tenemos necesidad de salir a competir con ellos”.
Al lápiz. Mi taller es también escribir a mano. Pequeños papeles arrugados a la bandolera y al bolsillo del abrigo. Voy saliendo adelante. Ojalá fuera como Miyazaki. No olvidarle. Pienso: No quiero apresurarme, intentando evitar la ansiedad, los temblores. Y el lápiz escribe. Escribo.
