José Mª Martín Sánchez
Mirando a través de una lupa los papales de antaño, aquellos que contaban las cosas, casos y sucedidos en la ciudad de Segovia hace más de un siglo, acogiéndome al hecho de que ya no vive nadie conocido en los supuestos de réplica, doy un repaso a cuestiones que sucedían en esta la nuestra a poco, muy poco, de comenzar el siglo XX y con el tiempo de navidad y año nuevo de protagonista.
Fue en el último pleno municipal, diciembre de 1915, ante la solicitud de un ciudadano de nombre Eugenio Colorado –de grato recuerdo para la ciudad en los múltiples cargos que desempeñó-, que pidió ‘el terreno que quede libre una vez terminados los trabajos de demolición de la Iglesia de San Agustín’, para construir un hotel, cuando los representantes de la Ciudad concedieron la petición, siempre que se abone la cantidad resultante de los metros a ocupar. El precio fue de 25 céntimos metros cuadrado.
En los ‘corrillos’ de la sociedad segoviana se comentaba que la solicitud del Sr. Colorado no era para sí y que habría detrás del proyecto algún otro particular. Lo que sí es seguro que el hotel no se construyó y que los metros que se pedían se utilizaron para otros menesteres. Y punto.
¿Negociación? Hacía tan solo 48 horas que Alberto Larrondo Oquendo se había sentado en lo más alto del sillón de gobernador civil de la provincia, cuando le pide audiencia un grupo de taberneros segovianos. Nada más sentarse en la mesa el ‘uno’ y los ‘otros’, estos plantearon la queja que llevaban en el ‘portafolios’: ‘señor Gobernador, nos parece del todo injusta la medida del Gobierno que grava tres céntimos el litro de vino’. No se fueron por las ramas, no.
La autoridad competente recogió –es un decir- la queja y prometió hacerla llegar a la superioridad. Días después, 1º del año 1915, entraba en vigor la subida. Si de película se tratare su título sería el de ‘Siempre me dices lo mismo’.
Lo tengo que contar, por más que en aquellos tiempos –y en estos- haya en la profesión –también- mucho tiquis miquis que se mosquean por “na”. Así, llegado la noche de inocentes, los componentes de la Asociación de la Prensa de Segovia se citaron para celebrar el final de año en el Hotel Fornos (C/ Reoyo, ahora Infanta Isabel), para comer/cenar judías. Y es que sobre gustos no hay disputas. Que no. Bueno, pues, que allí acudieron directores, jefes y empleados… En total alrededor de cuarenta ‘plumillas’. No faltaron los directores del ‘Diario de Avisos’ (Sr. Pedrazuela) y de El Adelantado (Sr. Cano de Rueda), junto con Vicente Berzal, Feliciano de Burgos, Segundo Gila, Blas Zambrano, Mariano Quintanilla, Juan de Contreras, Antonio San Martín, Ciriaco Ramírez, Rogelio Urrialde, Mauro Lozano, José Rodao… Y Carlos de Lecea que era presidente honorario de la Asociación.

Como agregados (invitados especiales) estaban el gobernador civil y el Sr. Obispo. Este último obsequió a los presentes con licores y cigarrillos. Lo mismo, igualito, que hizo el señor Lecea (¿judías y tabaco?). A nadie le extrañó que fuera una noche de humos por ‘ambas partes’.
Y no dejen de leer. Pueden perder el hilo. En la noche del 24, último mes del año 1914 se le había perdido a un segoviano un reloj. Lean a continuación y con atención el ‘suelto’ que publicó en los periódicos al día siguiente: ‘Se ruega a la persona que en la noche del sábado se encontró un reloj de oro de caballero, extraplano y con cadena, lo presente en la Jefatura de Policía, donde se gratificará’. (¿?)
La nota continuaba con la siguiente –describo yo-, coletilla intimidatoria: ‘Se advierte que se tienen antecedentes suficientes para reclamar judicialmente la alhaja, caso de no ser devuelta voluntariamente’. (¡¡¡!!!)
Fue por aquel tiempo cuando en una reunión oficial de ediles en el Ayuntamiento de la capital se presenta la siguiente petición que formulan dos barrenderos municipales: ‘Dado que a la vez de realizar nuestro trabajo de limpieza se nos encargó asistir a las autopsias, pedimos que se nos conceda una gratificación de 50 pesetas por este segundo cometido’. El señor alcalde expone ante los concejales: ‘siento no poder acceder a la petición, pues se han agotado todos los capítulos del presupuesto’.
Ante la situación, y como mal menor, se acuerda pagarles 25 pesetas ‘cuando se aprueben nuevos presupuestos’. Se celebraba en ese tiempo la pascua navideña. En esa misma reunión, finalizando ya la misma, el señor Lozano, alcalde en funciones, decretó que se quemara una vaca ‘por no estar en condiciones para el consumo’.
En relación, pues todo no iba a ser negativo, siendo diciembre de 1926, la Corporación provincial ‘percatada de los buenos servicios que prestan sus funcionarios’, esgrimía la nota oficial, ‘quiere demostrarles su reconocimiento y aprovechando la actual Pascua de Navidad, ha concedido a todos ellos una gratificación equivalente al 25% de la paga mensual’. Los beneficiarios lo recibieron con palmas, besos y abrazos.
Hay que poner el open. Les cuento. En la bajada al Salón había, 1915, una sala de fiestas con el nombre de ‘Castilla’. Al llegar la navidad subían a su escenario ‘cantaores y bailaores’ de flamenco. Tanto ‘El Faico’, como su compañera Diana tenían un gran número de seguidores que llenaban el recinto. Los artistas de daban una buena paliza, pues comenzaban sesión a las cuatro y con los descansos ‘que marca la ley’, se marchaban a las doce.
Con este final les deseo un feliz año, a la vez que les recuerdo aquel refrán que se utilizó mucho antaño: ‘al que veas en alpargatas por Navidad, no le preguntes cómo le va’.
