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Las brujas y el mal de ojo en los primeros años del siglo XX (II)

por Santiago Rincón
29 de diciembre de 2024
en SUPLEMENTOS
Vuelo de Brujas, 1797, de Francisco de Goya.

Vuelo de Brujas, 1797, de Francisco de Goya.

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Continuamos nuestro trayecto a través de los pueblos donde se registraron casos relacionados con la brujería: Fuentepelayo, Cabañas de Polendos y Castroserna de Abajo. El antropólogo Rafael Salillas ofreció una conferencia en 1902 bajo el título “La fascinación en España”, en la que ahondaba en estos temas.

Volviendo a Fuentepelayo encontramos que la prevención es el mejor recurso, así se concluye cuando se habla de las ropas que viste el recién nacido en el día del bautizo en esta localidad: “Se procura que el traje sea blanco, y consiste en mantilla, un abriguito, un gorro con más o menos adornos, más o menos lujosos, según la posición de la familia, y la indispensable regla de San Benito atada a la faja” y, en esta línea preventiva contra el aojamiento, “para protejerse contra tales maleficios apelan a la lectura de los Evangelios, solicitando que lo haga el cura accediendo algunos después de prudentes consejos por acallar imaginaciones exaltadas. Apelan también, a la llamada regla de S. Benito, y a nóminas, como ellos dicen, que les cuelgan a los niños, generalmente de la cintura y de la faja”. En estos extractos sobre la superstición relativa al informe de esta villa podemos ver cómo se proyecta en la noche el miedo a la muerte, “Creencia bastante generalizada es la de suponer que si los gallos cantan por la noche o los perros aúllan de una manera especial, no tardará en morir alguno de los de la casa en que esto sucede, o en las próximas. Benito de Nursia escribió en el año 516 el libro conocido como la Regla de San Benito. Contiene 73 capítulos referentes a la vida monástica, regla adoptada en los monasterios benedictinos bajo el lema “ora et labora”. San Benito aparece en los altares de iglesia portando en la mano su famoso libro.

Salillas comienza dibujando el perfil de las aojadoras y sitúa el estado de la cuestión en esos primeros años del siglo XX, “la creencia en el mal de ojo es origen primitivo y tan arraigado, que subsiste, no obstante, en el influjo disipador de las preocupaciones, varía de intensidad según localidades y capas sociales. Las brujas son las que pueden producir embrujamiento o mal de ojo de los niños, …el mal de ojo afecta a la paz de la familia, la salud de las personas, a la pérdida de bienes materiales… puede sufrirlo el feto en el vientre de la madre… y puede ocasionar la retirada de la leche – tal y como hemos visto en la anécdota contada por el profesor Maldonado- …afecta particularmente a los niños en los primeros meses o en los tres o cuatro primeros años, es decir, en el periodo más tierno de su vida” En el estudio estadístico realizado a partir de la encuesta del Ateneo destaca cómo el recién nacido se sitúa en el centro de estas preocupaciones sobre el mal de ojo: “no mirar a un niño cuando duerme porque se le revienta la hiel, no tenderlo boca arriba en una mesa, que lo vista una sola persona, que la que primero le da de mamar, le hace las entrañas y de no mecer la cuna vacía” son algunas de las prevenciones que aparecen en este universo de la superstición, donde “los niños más propensos a ser víctima de miradas dañinas son los más hermosos”.

La crueldad atribuida a las brujas no dejaba ninguna duda en el informe del Dr Bethecour “cuando las familias no toman las debidas precauciones, las brujas, penetrando en las casas, colocan adormideras junto a los padres para dormirlos; se llevan a los recién nacidos debajo de la cama, donde se los chupan a satisfacción por los oídos, y ya cadáveres los tornan a los lechos. Terminada la faena, huyen, pero como en el camino van dejando una huella por la buchadas de sangre que arrojan, procuran ganar grandes distancias, a fin de que no las encuentren ni conozcan”, así ante tamaña fechoría le venganza de las victimas no podía estar exenta de violencia.

Cabañas y Castroserna de Abajo. En las fichas relativas al informe de Hugón Valle no se distingue generalmente entre los comentarios de estas dos localidades segovianas pero sus informes fueron de los más completos y curiosos recogidos en la encuesta del Ateneo. Se transcriben textualmente y, como en las citas anteriores, con acentos colocados caprichosamente y con la ortografía del momento: “Creencias acerca de las brujas.

Origen. Dicen que cuando antiguamente se reunían a hilar las mujeres en las largas horas de invierno, una vez que varias viejas sintieron ganas de beber al terminar su labor, pero como no tuvieran vino y temiesen que el agua les hiciera daño, discurrieron el modo de proporcionarse aquel sin riesgo alguno para ellas. Despues de mucho pensar, inventaron por fin unos untos verdes, cuya composición se ignora, pero que aplicados en la región axilar, producia la virtud de convertirse en algún animalucho, como raton, hormiga, perro, gato, etc. Mediante esta metamorfosis podían introducirse libremente en las bodegas y allí bebían hasta alegrarse soberanamente, bromeando después, bien montadas en escobas y por el aire, ya bailando una danza extraña al son de destemplado tamboril, ya complaciéndose en sacar a la calle en ropas menores a cualquier vecino que pacíficamente dormía.

Condiciones. “Para ser bruja se requería: 1º no ser menor de 60 años; 2º, frotarse con los referidos untos que les proporcionaba otra del oficio.

Efectos. Además de los dichos producía los siguientes: 1º La propiedad comunicada por el unto no duraba más que cierto tiempo, al final del cual volvían a su primer estado; 2º durante la transformación no podían pronunciar ningún nombre sagrado, ni tener reliquia o cosa alguna bendita, bajo pena de volver inmediatamente é su primitivo ser; 3º, no tenían poder alguno sobre persona o cosa que tuviera sobre sí objeto sagrado o bendecido; 4º, las personas de sangre salada estaban inmunes respecto a los maleficios que pudieran causar las brujas, que no tenían acción sino sobre las de sangre sosa”

En comprobación de lo dicho, cuéntanse las siguientes consejas:

La bodega del tío Martín. En cierta ocasión iba a ingresar una bruja nueva. Las otras, antes de aplicarle el referido ungüento, habían advertido repetidamente que no pronunciase ciertas palabras. Hecha la unción, dirigiéndose todas a la bodega del tío Martín. La novicia, como no estaba acostumbrada a refrenar la lengua, satisfecha de su primera libación, exclamó: ¡Jesús, y que buen trago he echado!. En el momento quedaron todas en su forma ordinaria sin poder salir del local. A la mañana siguiente llegó el tío Martín con un jarro para llevar vino; el buen hombre quedose sorprendido al encontara allí aquellas mujeres, quienes aprovechándose de la turbación del dueño, huyeron cada una por un lado.

El vuelo de un criado. Dormía tranquilamente el criado del mismo tío Martín sobre una tarima o estrado situado junto al hogar. Una cuadrilla brujeril bajó por la chimenea y quiso divertirse a costa del infeliz, para lo cual arrojaron unos untos sobre las tablas, y sentándose una sobre ellos, quedó pegada a la tarima, hecho lo cual, comenzaron a remontarse por el aire, subiendo por la chimenea y llevándose tarima y criado, ya cerca de la salida despertó el criado, y sorprendido de su vuelo exclamó: ¡Jesús, pero a dónde voy! Con lo cual la cama y él se desprendieron de las brujas y cayó el criado dándose un porrazo regular.

Las morcillas. Otra vez, según oí contar en Castroserna de abajo, se había enojado una bruja con un tal Guillermo, al retirar una caldera de la lumbre tropezó con un perro, cayó, y se derramó todo el contenido. Guillermo, lleno de ira, cogió un hacha, y sacudió tan fuerte golpe al animal, que le dio por muerto y lo arrojó a un estercolero. A la mañana siguiente corría por el pueblo la voz de que la bruja se hallaba herida en cama y el perro que se creía muerto, había desaparecido del muladar; también se vió más tarde que la bruja andaba con un pañuelo al cuello, precisamente en la parte que el perro sufrió el hachazo” “ Las brujas, pues, pueden hacer el mal de ojo, para lo cual emplean procedimientos (besar, ponerse en contacto,, mirar a la criatura, etc)2 “ Las brujas no pueden producir directamente la muerte, pero sí apresurarla, y hasta provocar la desesperación del paciente si no se acude prontamente con el remedio”.

La Regla San Benito sobre la mano izquierda del santo, grabado que está en la Biblioteca Nacional de España.
La Regla San Benito sobre la mano izquierda del santo, grabado que está en la Biblioteca Nacional de España.

Este completo informe, recogido en las localidades de Cabañas de Polendos y Castroserna de Abajo, se completa finalmente con el apartado de prevenciones y remedios contra el mal de ojo según consta textualmente en su ficha respectiva:

1º Los Evangelios. Son cuatro inpresos en hojitas muy pequeñas y que corresponden a los cuatro Evangelistas. Guardanse en una bolsita bien cosida y se cuelgan al cuello o se atan a la faja de los niños, para prevenir el mal.

2º Medallas, de Santos y Santas. Han de estar bendecidas, pero se creen que no son tan eficaces como los evangelios. Se emplean como estos.

3º Lominas. Son oraciones en latin impresas en una hoja en 4º y que deben ser leidas en presencia del paciente por persona no emparentada con él. En su lectura, debense echar las bendiciones marcadas en el texto con una cruz y si el paciente es mayor de edad debe rezar 9 padrenuestros con sus avemarias por espacio de 9 días.

4º Invocaciones, ya pronunciando nombres sagrados de Santos y Santas, jaculatorias.

“En honor de la verdad debemos confesar que la mayoria de la gente ha desterrado ya estas supersticiones y que no creen en ellas más que algunos viejos o gente chapada a la antigua o ignorantes y aun asi y todo cuando verifican algunas de tales practicas, lo hacen en secreto pues a ser publico el hecho se expondrian a la burla y chacota de los demás”.

Lógicamente, muchos de los detalles que se señalan son comunes a todos los informes, lo cual refleja que estas supersticiones estaban firmemente arraigadas por toda la geografía en los aspectos definitorios de brujas y prevenciones contra el mal de ojo, así como en los amuletos y los remedios que se procuraban las familias víctimas del aojamiento.

Amuletos y curanderos. Curas y curanderos serán los encargados de luchar contra este enemigo invisible, con una buena provisión de técnicas: la lectura de Evangelios, poner la ropita del niño o niña enfermo debajo del mantel de la mesa del altar donde se celebra la misa, poner bajo palio a esos enfermitos en ciertas festividades que sacan en procesión el Santísimo Sacramento, encender una lampara que luzca constantemente hasta que la criatura recobre la salud etc. Oraciones y jaculatorias eran recitadas por estos curanderos, no siempre inteligibles para mantener el secretismo del oficio: la curandera, tras colocarse un mechón de pelo del aojado entre las manos recitaba: “tres te han aojado y cuatro te tienen que desaojar, Jesús, María y la Santísima Trinidad” o “salga lo que hay dentro, entre lo que ha de entrar, Jesús, María y la Santísima trinidad” haciendo posteriormente la señal de la cruz.

Determinadas hierbas eran utilizadas en los rituales de curación, entre ellas el torvisco y la verbena: se colocaba en uno de los platos de la balanza al niño y en el otro se contrapesaba con torvisco, que se arrojaba después sobre un tejado hasta que se secara, circunstancia que marcaba la curación del mal. El siguiente refrán alude claramente a la utilización curativa de estas plantas, “El que coge la verbena la mañana de San Juan ni le muerde la culebra ni cosa que le haga mal”.

Los amuletos, en infinidad de versiones según su color, olor o forma servían como prevención para apartar el mal de ojo: una cinta roja en la muñeca a modo de brazalete, también podía ser granate o encarnada. Otras veces eran los colores amarillo, azabache o negro los que mejor funcionaban en los amuletos. El traje interior hecho de bayeta amarilla (camiseta y calzoncillos) estaba reputado como muy eficaz contra los dolores reumáticos. Los “puñeres”, eran manitas pequeñas de azabache, generalmente engarzadas en plata, que se ponían a los niños sujetas con una cadena o cordón en la muñeca o cosido al justillo. En otros casos, la acción del mal de ojo puede ser desviada hacia el amuleto: las piedras de azabache y el amuleto representando la higa sufren el efecto y, en lugar de partirse el corazón del aojado, lo harán éstos en su lugar.

Otros amuletos estaban directamente relacionados con el sentido del olfato: el estiércol de puerco y el de gallina colocado en una bolsita, o el ajo, trazando un círculo sobre el suelo con un diente de ajo, la zona interior quedaba preservada de culebras, alacranes y víboras.

Los amuletos destinados a ahuyentar tenían forma de animales feroces: leones, lobos serpientes, toros, caballos, asnos y sobre todo gorgonas, mujer guerrera con cabellera de serpientes y mirada petrificante, perteneciente a la mitología griega. En una bolsita se metía una cabeza de lagarto, diente de animal, quijada de liebre, la mano izquierda o la pata derecha de un lagarto, pelos de tejón, colmillo de cerdo o jabalí. una culebra, etc. Son algunos de los muchos objetos que completan la extensa colección que relaciona en la encuesta del Ateneo.

Cabe señalar que estas localidades segovianas, que aparecen en las fichas del Museo Arqueológico Nacional, no fueron seleccionadas en la encuesta por una especial relación de estos municipios con la brujería, sino por la oportunidad de contar con los informantes, Segundo de Andrés y Hugón Valle, socios de reconocido prestigio afincados en la Segovia rural.

Actualmente el tema de la brujería en Segovia nos traslada a la localidad de Sebulcor, que tiene a gala llevar el nombre de “el pueblo de los brujos” presentándolo en un gran panel informativo que recibe al visitante a la llegada a la localidad. Hace alusión a una larga tradición de curanderos que han ejercido como tal en este pueblo, situado en la comarca de las Hoces del Duratón, donde también se encuentra Castroserna de Abajo. En la capital, la memoria nos lleva igualmente al barrio de San Millán: unos asesinatos ocurridos a finales del siglo XIX, en el palacio de Ayala Berganza, fueron atribuidos a la brujería; estos trágicos sucesos motivaron que el palacio quedara deshabitado mucho tiempo hasta que Ignacio Zuloaga lo alquilara como lugar para su estudio de pintura; conocedor de la historia que se cernía sobre el lugar decidió inmortalizarla en un lienzo titulado Las brujas de San Millán, donde el referente estético eran las mujeres del barrio que acudían diariamente a la iglesia de San Millán, ataviadas con los característicos sayos negros cuando estaban de luto por la pérdida de algún familiar.

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