El siglo XV fue un período de transición en Castilla, en el que los últimos ecos de la Edad Media se entrelazaban con las nuevas influencias del Renacimiento. La moda, reflejo de estos cambios, combinaba la austeridad y el simbolismo medieval con la sofisticación renacentista, siendo además -como siempre hasta mediados del siglo XX- un indicador clave de estatus y poder.
El Alcázar de Segovia, dentro de las actividades propuestas para la conmemoración del 550 aniversario de la proclamación de Isabel I de Castilla, ha abierto al público, desde el pasado martes hasta hoy, en el horario de apertura del monumento, una exposición que recoge algunos de los trajes cosidos por Herminia Guerrero Infante con motivo de las representaciones que ha habido en Segovia de la proclamación de la reina en 2004 y 2013. La exposición también aspira a llamar la atención sobre la colección, que debe ser guardada y protegida como lo que es: una joya excepcional fruto de un intenso trabajo de documentación y elaboración manual.

Vestimenta como símbolo de jerarquía. En una sociedad profundamente jerárquica, las prendas no solo protegían del clima, sino que también manifestaban, mediante códigos inequívocos, el rango social y político. Los nobles vestían tejidos como terciopelo, seda y brocados, adornados con hilos de oro y plata. Los colores como el carmesí o el azul eran un lujo reservado a las élites, ya que los tintes eran costosos.
La influencia italiana trajo detalles más elaborados a las prendas: bordados complejos, cortes geométricos y tejidos ligeros. Escotes cuadrados y hombros marcados comenzaron a definir una estética que buscaba resaltar la figura humana.

La moda femenina: briales y verdugados. El brial, un vestido largo de talle alto, era decorado con bordados metálicos, piedras y perlas. Un elemento novedoso era el vestido verdugado, con una estructura interna de varillas que daba forma cónica a la falda, precursora de los posteriores armazones y miriñaques. Isabel I de Castilla, una joven culta y guapa, seguía la moda de su tiempo y, en consecuencia, “se pirraba” por estos vestidos verdugados. Al parecer esta afición le costó una reprimenda de su confesor, que consideraba esta moda inmoral por dejar mucho aire libre entre las piernas y la falda (el verdugado suprime muchas de las enaguas y bajofaldas que se llevaban hasta entonces).
El uso de corpiños y escotes cuadrados, influidos por Italia, realzaba una silueta sobria y elegante. Las mangas, a menudo largas y con aberturas, permitían vislumbrar los brazos en un gesto refinado. Bajo estas prendas, las camisas de lino bordadas en los puños y el escote y las bajofaldas garantizaban decoro y comodidad.


La indumentaria masculina: entre la funcionalidad y el estilo. La moda masculina evolucionó hacia siluetas ajustadas que marcaban el torso. El jubón, una prenda entallada, destacaba por su sofisticación y, en ocasiones, incluía rellenos para acentuar la figura. La saya, larga o corta según la ocasión, era complementada con capas y mantos. La loba, un abrigo sin mangas, simbolizaba riqueza, estatus y poder.
Las calzas ajustadas estilizaban la figura, mientras que los tejidos y adornos reflejaban el rango del portador. La moda masculina era una declaración de fuerza y elegancia.

La burguesía: elegancia bajo restricciones. Aunque la burguesía castellana por entonces ya había acumulado riqueza, leyes suntuarias limitaban su acceso a tejidos y adornos reservados a la nobleza. Solo podían usar sedas o brocados en pequeñas franjas decorativas, conocidas como cortapisas. Sin embargo, lograron crear un estilo propio combinando lana fina, lino y detalles ingeniosos como botones bordados.
Así pues, hombres y mujeres de la burguesía vestían prendas similares a las de la nobleza, pero con materiales más modestos, coartados por leyes impuestas desde las élites tradicionales. Este equilibrio entre restricciones y creatividad reflejaba su éxito económico y sus aspiraciones sociales.

Complementos que hablan: tocados, zapatos y joyas. Los detalles eran clave para completar la vestimenta en la corte. Las mujeres usaban tocados como cofias, bonetes y crespinas de hilos de oro o seda. Los hombres optaban por bonetes cónicos y capirotes. El calzado también denotaba rango: los chapines femeninos y los borceguíes masculinos se confeccionaban en cuero fino y a menudo incluían pedrería.
Los complementos, como joyas, diademas y cinturones decorados, realzaban el atuendo, proyectando riqueza y distinción. Los guantes, de cuero o tejidos finos, eran imprescindibles.

La ropa interior: elegancia oculta. La ropa interior tenía también una carga simbólica. Las camisas bordadas, influidas por tradiciones islámicas, destacaban por su belleza y funcionalidad. Estas prendas se expandieron por Europa y dejaron un legado aún hoy visible en los trajes tradicionales españoles.
La moda del pueblo llano: sencillez y pragmatismo. En contraste con las élites, el pueblo llano vestía prendas de lana y lino, enfocadas en la funcionalidad. Las mujeres llevaban sayas sencillas y mantos gruesos en invierno. Los hombres usaban jubones, sayas cortas y calzas resistentes, reflejando una vida dedicada al trabajo.

El calzado era rústico y sin adornos, como zuecos de madera o zapatos de cuero grueso, diseñados para durar. Este vestuario, aunque austero, representaba la adaptación a un entorno exigente.
Los Reyes Católicos: autoridad y estilo. La vestimenta de Isabel y Fernando combinaba lujo y sobriedad. Isabel prefería tonos sobrios con bordados religiosos, mientras que Fernando optaba por jubones ajustados y capas largas, reforzando su imagen de liderazgo. El uso del negro y el púrpura destacaba su conexión con el poder divino.

Las joyas, como coronas y diademas, simbolizaban su linaje, mientras que los tejidos ricos y decorados reflejaban la grandeza de su reinado. Esta exposición cuenta con algunos preciosos detalles de joyería inspirada en la época, cedidos por la tienda del Alcázar, que los tiene habitualmente a la venta.
¿A qué olía Isabel la Católica? Un apartado de la exposición que ha llamado poderosamente la atención de los visitantes ha sido el rincón en el que el visitante es invitado a acercar la nariz a diferentes frascos de cristal, en apariencia vacíos, que desprenden olores como el azahar, el mirto, el almizcle o el ámbar.

El luto real: sobriedad y tradición. El negro se consolidó como el color del luto en el siglo XV, influido por la moda borgoñona. Los monarcas y nobles adoptaban una apariencia austera en periodos de duelo, proyectando autoridad y respeto. Estas prácticas dejaron un legado duradero en la moda funeraria europea.

Un legado de estilo. La moda del siglo XV en Castilla, con sus complejidades y simbolismos, trascendió fronteras. La vestimenta de los Reyes Católicos, en concreto, marcó tendencias que influyeron en todas las cortes europeas. A través de matrimonios y alianzas, su estilo se difundió, estableciendo un legado que definió la imagen de la monarquía española durante siglos.
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Javier Sanz Rodríguez
