Segunda escena de la caza del jabalí. Es una lástima que el capitel esté tan dañado en la parte que ocupa el animal, del que sólo se ve el dorso, marcado por las incisiones que el escultor hizo con su cincel para que pudiera ser identificado, y algo de la parte de atrás. Está muy lograda la figura del cazador, montado sobre un corcel al que su jinete ha hecho levantar las dos patas delanteras para facilitar la lanzada que va derecha a la cabeza del animal. El cabezal y el estribo documentan parte de los arreos de la cabalgadura.

Los siguientes dos capiteles del claustro de Santa María la Real de Nieva que muestro representan la caza del león. Por los encinares de Nieva pudo haber osos y jabalíes, pero no leones y, a pesar de ello, esta escena cinegética parece haber sido esculpida por alguien que la hubiera visto directamente: el jinete echa hacia atrás el brazo armado con la lanza que clavará en la boca del león que se alza apoyado en sus patas traseras y sacude la cola con el movimiento que es característico en esos animales. No me imagino donde pudo verlos para reproducir uno con tanta fidelidad.

En esta segunda imagen dedicada a la caza del león, son dos los cazadores que atacan a la fiera. El que la acomete de frente lo hace armado con una espada que la clava en la boca -ya había que tener tino para alcanzar a uno de esos animales en tan mínimo espacio- y el que está detrás de la fiera lleva escudo para protegerse y lanza para herir, lo que hace por detrás. Es una escena bastante realista, algo que a pesar del deterioro de las figuras se puede apreciar en detalles como las manos, la empuñadura de la espada, el blasón del escudo y, sobre todo, en la figura del león ¡Como si el escultor lo hubiera visto!

Otro método de caza que se practicó -y que aún se practica- es la cetrería, la que se realiza con aves de presa, amaestradas para que cojan la pieza y se la entreguen al cetrero. Este ha sido representado montado a caballo, llevando las riendas con la mano izquierda y con la derecha alzando un azor; delante, dos perros husmean el rastro que han podido dejar las liebres o perdices sobre las que caerá el halcón, gerifalte o azor. Estampa como la que componen los dos perros, ¿perdigueros de Burgos?, todavía pueden verse en nuestros días por los campos de Castilla.

Nueva escena de caza con rapaz domesticada. La cetrería fue una forma de caza extendida y muy arraigada durante la Edad Media. En este capitel, con solo una corpulenta encina se ha representado un paraje boscoso. Sobre el árbol, vemos a la rapaz, azor seguramente dado el tamaño, y sobre el caballo, más bien mula, al cazador, en este caso cetrero, que lleva una palmípeda en la mano derecha. Acierto del escultor ha sido mostrar lo que ya entonces sería un encinar adehesado, con pocos árboles y amplios rasos para pastizales y campos de sembradura por los que los cazadores podían moverse bastante libremente y en los que nada perturba la visión de las rapaces.

Un cazador al acecho. Es una pena ver los daños que el tiempo ha causado en esta rica serie de capiteles que, recién concluida, debió ser algo digno de verse y de admirarse, mientras que ahora, en muchos casos, el espectador sólo puede imaginarse como fueron e incluso intentar adivinar, sin conseguirlo siempre, lo que representan. Esta es, posiblemente, otra escena de caza, con un cazador que, rodilla en tierra, tensa el arco dispuesto a disparar sobre la pieza que se esconde en la maleza.

Muchas de las esculturas que decoran el claustro del ex convento dominicano de Santa María la Real de Nieva nos cuentan hechos de la vida de las gentes de la zona. Empiezo por mostrar unos que hablan de su afición a los festejos taurinos que, por lo que vemos en las esculturas, datan de antiguo. Creo no equivocarme si digo que nadie hasta entonces ni nadie después tuvo la ocurrencia de contar con imágenes los pormenores de una fiesta que allá por el siglo XIV ya era popular. La primera escena, el momento previo al encierro, nos muestra a un animal en el campo, venteando con la cabeza levantada.

En el segundo relieve vemos a un mozo que, para seguir la carrera de los animales sin arriesgarse a ningún peligro, se ha encaramado a un árbol sujetándose entre las ramas. El toro, aquí de silueta poderosa e inconfundible, ha llegado hasta donde el mozo se ha escondido, le olfatea y se detiene mirándolo desafiante. Resulta una escena que muchos de quienes corrían en festejos de ese tipo conocerían bien. El toro parece estar esperando a que el joven baje para acometerle. La vegetación, salvo la encina refugio, es poco natural.

Posiblemente, una nueva escena del encierro. El poderoso toro ha seguido su carrera, topa con otro mozo que se le ha puesto delante y se dispone a amurcarle. El artista no es un escultor fino, pero sí un buen narrador y en este capitel nos ha dejado el momento más vívido del espectáculo: aquel en el que el toro ha alcanzado al corredor y le amurca por detrás. Es una escena que reproduce hechos de la calle, obra de un artista genial, un verdadero adelantado a su época. Me parece alucinante. El toro ha perdido los cuernos pero el rabo se ve perfectamente.

Esta es la escena final, aunque puede que haya otras que yo no haya visto, de la secuencia taurina representada en el claustro de Santa María la Real de Nieva. Un hombre se halla frente al toro, tiene separadas las piernas y comienza a levantar la espada que lleva en la mano derecha para entrar a matar. No conozco ningún conjunto escultórico medieval que ofrezca nada semejante. No obstante su interés, documenta que a principios del siglo XV ya se corrían toros en la campiña segoviana, nadie hasta ahora les ha dedicado la más mínima atención. Me gustaría saber manejar algún programa de ordenador para añadir a las escenas los trozos de piedra que han desaparecido. Acaso alguien que sepa manejar la inteligencia artificial pueda darnos la versión primera, sin destrozos.

Seguimos con los capiteles del claustro del convento dominicano de Santa María la Real de Nieva. En éste vemos a un jinete lanzando al aire una azagaya o jabalina de pequeña longitud. El que esté solo y los adornos floreados que adornan el asta del arma pueden llevarnos a preguntar si no estaría realizando algún tipo de ejercicio más relacionado con el juego que con la lucha. Quizá bofordando, palabra antigua derivada de bofordo, pequeña lanza con la que, entre otras cosas, se alanceaban los toros. ¿Un antecedente del rejoneo? ¿O era un rejoneador?
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* Supernumerario de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce.
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