La Casa de Caño debe su nombre a ser el último edificio del casco urbano de Nava de la Asunción y estar en la cercanía de la fuente del Caño Viejo o Fuente del Obispo, que este prelado de origen navero mandó construir en 1682, cumpliendo su promesa de que si llegaba a Obispo dotaría a su pueblo con una fuente con caños, y que también es un monumento especial para los naveros que identifica al pueblo.

La Casa del Caño es uno de los edificios más antiguos del pueblo, con la excepción de la Iglesia y la ermita. No se sabe la fecha de su construcción pero sí hay noticias de que a primeros de septiembre de 1756 se crea una fundación de mayorazgo mediante un testamento mancomunado realizado por cuatro personas de origen riojano de la localidad de la Viguera, residentes en aquellas fechas en Segovia y La Nava de Coca -nombre que sostuvo el pueblo hasta que el año de 1773 obtuvo el título de Villa y pasó a dominarse Nava de la Asunción-. Ellos eran Pedro Vidal de Tobia y Cándido de Tobia, canónigos de Segovia, Diego Jacinto de Tobia, cura de La Nava que el año de 1734 comenzó la reforma de la antigua Iglesia parroquial por la nueva construcción que ha llegado hasta nuestros días, y Feliciana de Tobia, que era mujer de José de Morales Maza y vecina de Nava. Una familia que por influencia de su hermano Jacinto fue arraigándose en La Nava y compraron viñas y tierras en Nava y Santiuste de San Juan Bautista, cuyos bienes decidieron unificar vinculados por vía de mayorazgo que incluía la Casa del Caño, que disponía de un rico oratorio de los canónigos, pinturas y muebles entre otros bienes que se unen al mayorazgo por cada uno de los hermanos: “Yo el dicho Diego-Jacinto de Tobia, la casa en que al presente vivo en dicho lugar, junto a la fuente –se refiere al Caño Viejo-, que la he fabricado a mis expensas, con su bodega y cubaje, lagar, paneras, caballeriza, corrales, huerta cercada, casilla para el hortelano y palomar, que es todo una posesión. Y al sitio de todo compré parte a los herederos de Doña Isabel Cedrón y Ulloa, vecinos de Galicia; otra porción a los herederos de Eugenia García; y otra parte de Manuel Toledano. Y la casa del hortelano a Francisco de Santos, vecino de dicho lugar”, tal y como recoge el libro La Nava, de la Asunción. Memoria fotográfica y apuntes históricos, escrito por Amador Marugán y Benjamín Redondo.

La Casa del Caño se remonta a mitad del siglo XVIII , el escudo de armas que orna su portada es más antiguo, no se conoce a qué linaje puede pertenecer, quizá fuera de los primitivos dueños, es seguro que no pertenece a los Cabezón y Tobía ni a sus descendientes. El mayorazgo se dejó en herencia a Josefa-Melchora Cabezón y Tobia, sobrina de ellos, que era hija de su hermana Rafaela de Tobia y de su marido Agustín Cabezón. Será con Josefa-Melchora, tatarabuela de Jaime Gil de Biedma, donde se inicie el linaje familiar de la Casa del Caño, ya que la heredera bajo la aprobación de sus tíos se casó con Francisco de Vera Lorenzana, alférez mayor y Regidor Perpetuo de Sepúlveda. Tras su muerte la herencia recayó en su hija Ana María Vera-Lorenzana, que se casó en 1805, en Madrid, con Tomás de Varcárcel, ballestero de su Majestad y también Regidor Perpetuo de Sepúlveda. Su hija Isabel Varcárcel, bautizada (1806) y casa en Segovia (1837) con su pariente Atanasio de Oñate y Salinas, nacido en Sepúlveda en 1809. Este caballero fue unos de los íntimos del rey Alfonso XII, quien le agradeció sus servicios por lograr la Restauración concediéndole el condado de Sepúlveda y el Vizcondado de Nava de la Asunción en 1876, convirtiéndose así en el primer Vizconde de Nava. Con Atanasio comienza una relación más estrecha con Nava y amplió las propiedades de la Casa del Caño adquiriendo tierras y el Pinar Grande del término de Coca, donde organizaba cacerías y donó sus pinos para hacer las traviesas del la línea férrea Segovia-Medina del Campo a su paso por Nava y Coca, cuyo primer tren pasó en junio de 1884. A la familia descendiente de los Oñate los naveros les dieron el apodo de “los oñatillos”, según cita Blanca Gil de Biedma en su manuscrito “Habla la Casa del Caño”. A la muerte de Atanasio las propiedades pasaron a su nieta Isabel Biedma, hija de Jacoba Oñate y Varcárcel y Juan de Biedma y Torres, quien se casó con Javier Gil y Becerril, segoviano, abogado y diputado a Cotes por Sepúlveda, Secretario del Congreso de los Diputados y gerente de la Compañía Transatlántica, quien solicitó al Ministerio de Gracia y Justicia fundir en uno sólo el primero de los apellidos del matrimonio quedando así en Gil de Biedma y Becerril el apellido de sus cinco hijos: María, José, Javier, Isabel y Luis, este último padre del poeta. El vínculo con el pueblo se estrechó más y ahora los naveros pasaron a llamar a esta familia “los becerriles”.
La Casa del Caño con sus nuevos moradores “los becerriles” son los que dan vida a esta casona a la que acuden a pasar días de asueto y recreo, pero de esta familia va a ser don Luis Gil de Biedma, un prestigioso abogado y presidente de la Compañía de Tabacos de Filipinas y su mujer doña Maria Luisa Alba Delibes, hija del reconocido político y fundador del periódico El Norte de Castilla Santiago Alba y Bonifaz, quienes den a partir de los años 40 plena vida a la Casa del Caño tras adquirirla don Luis a sus hermanos al ofertar la mayor cantidad al pliego cerrado al lote de la subasta que comprendía la casona, el pinar de los Alisos y la ribera de mismo nombre, que Jaime Gil de Biedma inmortalizó en su poema “Ribera de los Alisos”, todo por importe de 625.000 pesetas. Los nuevos propietarios hicieron reformas, vistieron la casona con telas especiales llegadas desde la Ciudad Condal, la enriquecieron con muebles comprados a anticuarios de Segovia y crearon un extraordinario jardín con una rosaleda con cesto de piedra de frutas en el centro y ordenados parterres alrededor, que para los naveros que la visitaron o la veían subidos a la pared que circundaba la finca les parecía un vergel en un palacete con estampa de película con su cancha de tenis y piscina. Un lugar emblemático donde la familia Gil de Biedma y Alba con sus siete hijos, Marta, Luis, Carmen, Jaime, Blanca, Ana María y Mercedes, llegaban desde Barcelona para disfrutar cada verano del ambiente del pueblo y su entorno. Hasta que con la muerte de don Luis (septiembre de1970) y de Dª Maria Luisa (diciembre de 1989, un mes antes que su hijo Jaime) la casa fue languideciendo y el vergel (“Jardín de los Melancólicos”), desapareció el año de 1990 para convertirse en una mole de pisos adosados. Aún hubo ocasión de dar esplendor a la Casa del Caño tras la moción presentada por los concejales socialistas en este año de 1990, se contaba con el compromiso del Ministerio de Cultura y de la Diputación Provincial para apoyar al Ayuntamiento en la adquisición, pero la Corporación Municipal de ese entonces no lo aprobó y la emblemática casona pasó a manos de un particular. Como escribía el profesor Juampi en su poema dedicado a la memoria de Jaime Gil de Biedma, en noviembre de 1990: “Hoy/ sólo queda/ la casa amenazada/ el jardín destrozado -terreno urbanizable para especuladores-/ Hoy, sólo queda/ el mito/ y el camión de mudanzas/ aparcado al borde de la acera”.
Se pretendía crear en ella el rincón literario del poeta en homenaje Jaime Gil de Biedma y todo lo que representó este lugar para él al que siempre se sintió vinculado y a salvo entre el “Jardín de los Melancólicos” y los pinares del Jinete y la Condesa, los más abrigados decía, y donde vivió los mejores años de su vida y escribió algunos de sus poemas más geniales como “Pandémica y Celeste”, “Contra Jaime Gil de Biedma” y “Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma”, entre otros como “Intento formular mi experiencia de la guerra” y “Ribera de los Alisos” y donde también escribió parte de su diario “El artista seriamente enfermo” mientras mantuvo una de sus estancias más largas en Nava para recuperarse de una enfermedad pulmonar que padecía. Lugar donde forjó su mitología inmortalizando parajes emblemáticos como la Ribera de los Alisos, donde su familia poseía una casa de campo, y el mar de pinares de Mesalta. Su tierra gentilicia decía, cuyo ambiente mágico de la Casa de Caño compartió con poetas de su generación como Carlos Barral, Caballero Bonal, los hermanos Goytisolo, Gabriel Ferrater, Ángel González, entre otros amigos como el escritor Juan Marsé, que escribió en la Casa del Caño las últimas páginas de su libro “Últimas tardes con Teresa”, la fotógrafa Colita, la escritora y poeta Ana María Moix y la editora Beatriz Moura, entre otros personajes. La Casa del Caño y la tranquilidad que le ofrecía su entorno representaba para él, que siempre se consideró navero por propia elección, un lugar al que siempre acababa por volver.
