Pocas imágenes de mi infancia televisiva han dejado una huella tan profunda y duradera como aquella en la que amputaban a golpe de hacha, el pie izquierdo a Kunta Kinte, tras una más de sus frustradas fugas. Una vez capturado y devuelto a su “dueño, el masa, magnánimo, le da a elegir entre la castración, o perder el pie izquierdo. Son esas escenas que se te quedan pegadas a algún rincón de la memoria y que vuelven cada tanto, dándole cada vez un sentido nuevo.
Con 10 años, ver esa escena de la serie Raíces burlando la implacable censura doméstica de los dos rombos, me dejó sacudido, al tiempo que me abría los ojos a una realidad desconocida.
Aquello del esclavismo y del racismo eran para mí ficción, cosas que le pasaban a los demás y que no tenían hueco en mi mundo. Muchas series después descubrí que Raíces se inspiraba en tantos y tantos Kunta Kintes, cuya lucha por la dignidad de su raza les hizo pasar travesías del desierto.
Antes del pie de Kunta, la espita de la lucha antirracista la abrió un descarado Jesse Owens. Ese negrito que corría como el viento fue la estrella no invitada a las Olimpiadas de Berlín de 1936, consiguiendo cinco récords en menos de 45 minutos, ante un Hitler atónito que se negó a saludarle. Otro hito para la segregación.
A él le siguieron otros. Un valiente y estoico Nelson Mandela había sido condenado a cadena perpetua en 1964, llegando a ser el primer presidente negro de Sudáfrica, que unió a blancos y negros con el rugby como excusa. En esos mismos convulsos tiempos, en 1968 Martín Luther King fue asesinado a tiros por su valiente defensa de los derechos civiles.
La causa ha servido de abono para decenas de películas y series desde entonces. El Ku Kux Klan, activo aún en algunos pueblos del sur estadounidense, los baños separados aún en ciudades sureñas, los desprecios a cuenta del color de la piel nos recuerdan que la herida sigue abierta. El cine, siempre testigo de la historia, aportó su grano de arena a la lucha activista y a la denuncia social. “Adivina quién viene esta noche a cenar”, “Arde Misisipi” y el inolvidable Attikus Finch (Gregory Peck) en “Matar a un Ruiseñor” fueron entre otras, la contribución del séptimo arte a la lucha contra la segregación.
En la España del tardofranquismo no había apenas población negra en España, éramos como la aldea gala que resistía al «invasor», que cruzaba a Algeciras en busca de su «El Dorado».
Pero los sueños de los forasteros que recalaban en España. «Le Meteque», como cantaba Moustaki, era más poderoso que las trabas que les ponía un estado represor.
Hoy hay más de 2 millones de inmigrantes negros de origen africano viviendo en nuestro país (un 2,2% de la población). El racismo es un sentimiento, no un movimiento y como tal, imposible de erradicar del todo.
No ayuda en nada a mejorar la situación, el «victimismo mediático» de ciertos personajes, nacidos en el Brasil del sindicalista obrero Lula Da Silva, que han recalado en España más en Porsche que en patera, que visten Armani y no harapos.
Son ídolos de niños, imagen de marcas de relumbrón pero con su «vienen a por nosotros, por negros» le hacen un flaco servicio a la comunidad afroamericana en España.
El futbol, lo más importante de las cosas menos importantes, es un potente generador de opinión y tendencias.
De los más de 90 futbolistas negros que juegan en los clubes de primera división, resulta que las masas del KKK español solo quieren cortar el pie izquierdo a uno. Los otros 90 están expuestos a la crítica y el insulto fácil de la misma forma que él. Pero él no es Mandela, ni Luther, ni Jesse Owens, ni será jamás víctima, más allá de serlo de su propio e inmenso ego.
No abanderará ninguna causa, ni será una “pantera negra”, puño negro al cielo. Tampoco corre riesgo de ser acribillado a balazos a la salida de Concha Espina. Su guerra debería ser otra, la del regate corto, la finta y el balón en el fondo de la red. “El jogo bonito”.
Cuando miras durante mucho tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti.
Por eso, Vini, no es el color de tu piel lo que subleva a los ultras. Tiene más que ver con tu actitud pueril y desafiante. Quizás seas solo un McGuffin, una distracción para que la trama (la lucha) continúe, mientras tú nos despistas a todos haciéndonos creer que se trata de ti.
Tú pie izquierdo, a diferencia del de Kunta Kinte, vale millones y eso, amigo, no se corta… ni con bisturí.
