Me encanta, y mucho, andar los caminos de la Cultura del Vino de la mano de Prudencio Mateo, Pruden para el mundo rural segoviano, espacio que conoce como la curtida palma de su mano. No en vano, Pruden, mano derecha “in perpétuum” de la directora de la Fundación Caja Rural de Segovia, Beatriz Serrano, ha estado en activo más de 40 años al servicio de la entidad cooperativa, recorriendo cada uno de sus pueblos y hablando con los paisanos que son, a la postre, quienes habitan el paisaje, conservan su entorno, airean el medio ambiente y frenan, apurados y por el momento, que la llamada España vaciada sea cada día una triste realidad.
El caso es que estuve con Pruden, y otros cincuenta y cinco enoturistas segovianos más, visitando los territorios de la Denominación de Origen Protegida Valtiendas (le queda un telediario para ser DO con todo su esplendor), un territorio plagado de atractivos naturales, cultuales, gastronómicos, y cómo no, vitivinícolas, que yo desde ya aconsejo visitar. Y es que cada día son más las personas que se adentran en estas zonas rurales para conocer la magia del vino, o si lo preferís el enoturismo. Según los datos de ACEVIN, la asociaciones de ciudades del vino, que preside Rosa Melchor, alcaldesa de Alcázar de San Juan, en 2023 fueron algo más de tres millones de enoturistas los que se interesaron por la Cultura del Vino. Por algo se empieza.
Interés que en el caso del tour de Valtiendas arrancó en un majuelo, a 950 metros de altitud, con una larga charla a cerca del viñedo, de la vida y obra de los bodegueros, y que con cristiana paciencia y resignación abordó el bueno del viticultor José Galindo, propietario homónimo de una de las siete bodegas que integran esta DOP. Después de conocer hasta su marca de colonia, o de si los cantos rodados (The Rolling Stones), o piedras depositadas en el suelo pedregoso, eran autóctonos o importados de una cantera de Afganistán, la expedicción enológica se desplazó hasta Sacramenia (el mejor asado del mundo se puede degustar aquí, en la carnicería/restaurante Maribel) para visitar una de las joyas más desconocidas del románico segoviano. ¡Puro enoturismo!
¡Alucinantes! las pinturas murales del siglo XV que luce el ábside de la iglesia de Santa Marina: dragones, seres oníricos y otras figuras que poco tienen que ver con la tradicional ornamentación eclesiástica, pero de un encanto sobrecogedor. Menos mal que el elevado ritmo cardiaco, propio del conocido síndrome de Stendhal, producido como todos sabéis cuando nos exponemos a obras de arte de contrastada belleza, fue mitigado con una extraordinaria cata en la colindante bodega Zarraguilla, donde, ¡ahora sí!, comenzó el espectáculo que muchos estábamos esperando: la cata y difrute de los vinos de Valtiendas. Arrancaba el hedonismo.
Finca Cárdaba, Cuvée Joana, Paramera, Vennur, Evolet y La Nota. Fueron los seis vinos, de otras tantas bodegas de Valtiendas, los catados por los “indianajones” del tour enoturístico. Todos los vinos podemos catalogarlos de aceptables, correctos, bebibles y aptos para compartir, porque no olvidemos que la compañía es el factor principal del vino. No se entiende un vino en soledad, salvo que haya una puesta de sol espectacular, suene el Bolero de Ravel o no encontremos a nadie para compartir. Ah!, yo me quedo con el Vennur (acrónimo de Venancio y Nuria) 2019, un doce meses de crianza que a pesar de sus más de 15 grados era de un trago largo, fresco y cargado de un fantástico volquete de fruta.
La excursión de enoturistas (por cierto, casi todo el grupo estaba formado por parejas, lo que demuestra que el vino es cosa de dos. o más) nos dirigimos hasta la bonita villa de Fuentidueña donde dos grandes objetivos nos esperaban: continuar con una nueva cata de vinos y visitar a Rufino en busca de viandas que pudieran saciar a unos estómagos que reclamaban ya algo más contundente que los panecillos ofrecidos por Galindo y cia.
Pero bueno, la espera mereció la pena ya que Hernández y Fernández (¡ya, ya!, los apellidos nos recuerdan a los personajes creados por Hergé para las inolvidables aventuras de Tintín), esto es Secundino y Lorena, viticultor y enóloga de la bodega/garage Centauro, respectivamente, nos ofrecieron dos vinos de ¡muuuuuuucha! altura: un sauvignnon blanc, con batonaje incluido, y un tempranillo con una crianza que sólo un bodeguero de la saga de Matusalén podría llevarlo a efecto (cinco años de crienza entre madera y botella), y que parece ser que cuando salga al mercado se llamará La Centaura. Me encantó este tempranillo, y eso que llevaba sólo unos meses enfrascado. Y me encantó que un par de jóvenes hayan decidido huir de su zona confortable madrileña para hacer un vino a cuatro manos, que estoy convencido triunfará entre los winelovers. Quedaros con este nombre: Centaura.
Después de largas horas de viaje por esas carreteras, atravesando pueblos que Pruden iba describiéndome con precisos detalles antropológicos, catando vinos con la sola ayuda de las citadas bolsas de panecillos…llegamos al Rufino, en Fuentidueña, al frescor de río Duratón y al calor de los nuevos gerentes del restaurante, una familia, creo que búlgara, que ha sabido interepretar a la perfección la cocina de la zona. Sopa castellana, rabo de toro, cachopos, entrecot, lomos…y vinos de Galindo Winegrower, de Valtiendas, “of course”…de vuelta al autobús y regreso a Segovia. Al principio más ruido de la cuenta, pero lentamente la pasión fue decayendo, llegando, incluso, a rozar el silencio monacal. Es lo que tiene el enoturismo.
¡Pruden, hasta el año que viene!
