Para culminar el viaje, Navalilla, el pueblo más dispar del ochavo de las Pedrizas y Valdenavares. Algún accidente de la historia, que ahora se escapa al conocimiento, lo incluyó en tal demarcación, a pesar de sus evidentes diferencias con el resto de hermanos de ochavo. Por paisaje, Navalilla pertenece, sin duda, a la Tierra de Pinares. Se sitúa en un claro del bosque. “Estamos rodeados de pinares”, corrobora Julián Merino. Tan magnífico emplazamiento tiene múltiples ventajas, aunque también un defecto. El fuego siempre acecha. Bien lo sabe el vecindario.
Va a pasar bastante tiempo hasta que sus habitantes olviden el 15 de junio de 2017. El calor era sofocante. Y se presentó la tormenta. Seca, sin una gota de agua. A eso de las seis de la tarde se vio un relámpago e, inmediatamente después, se escuchó el correspondiente trueno. El rayo había caído en el pinar, a no mucha distancia del pueblo. A los pocos minutos ya era visible una columna de humo negro, señal inequívoca de que algún árbol había prendido. Los vecinos actuaron con celeridad. Se dirigieron al sitio donde se había originado el incendio, y cuando llegaron allí comprobaron que ya se había expandido. El personal quiso apagar las llamas pero… no pudo. Además, pasó algo inesperado. El aire cambió con brusquedad de dirección, empujando a las llamas directamente hacia Navalilla. “En 20 minutos se presentó en el pueblo; era impresionante ver cómo avanzaba”, recuerda Isidoro de Pablo.

El peor momento fue, sin duda, cuando el fuego amenazó con entrar en el caserío. Había que tomar decisiones rápidas porque la situación empeoraba a cada instante. “Se respiraba mal, y en las calles el humo impedía una buena visibilidad”, continúa De Pablo. En tal tesitura, la Guardia Civil comenzó a llamar, puerta por puerta, en las casas que corrían mayor peligro. Tocaba desalojar. Los nervios estaban a flor de piel. Los desalojados corrieron a la plaza de Navalilla, o a la carretera, al entender que allí estaban más seguros. Y mientras, el personal de extinción de incendios luchaba a brazo partido para sofocar las llamas.
Nadie pudo dormir aquella noche en Navalilla. Aunque el fuego quedó controlado, los lugareños no acababan de fiarse. Nada más amanecer se desplegó un amplio dispositivo de medios aéreos. Y, con arduo trabajo, dominaron la situación. Por suerte, no hubo que lamentar daños personales, pero todo vecino reconoce que “se pasó bastante mal” en aquella ocasión. Cerca de 160 hectáreas de pinar quedaron calcinadas.
Aquel sobresalto tuvo su réplica, pocas semanas después, con un resultado igualmente terrible, pues el nuevo fuego volvió a devorar una amplia superficie de la comarca, de cerca de 400 hectáreas. La madre naturaleza no se domina, y de vez en cuanto pega estos sustos…

La iglesia más modesta
Entre los templos del ochavo, el de Navalilla es, a todas luces, el más sencillo. Dedicado a San Sebastián, el edificio no parece demasiado antiguo, lo que hace intuir al caminante que sustituyó a otro anterior, ya perdido. Se accede al interior de la iglesia desde la Plaza de España, gobernada por el Ayuntamiento, una obra de 1927. El templo, de una sola nave, está cubierto por bóveda de cañón. Los tres retablos existentes cuentan con diferentes imágenes, entre las que la de mayor interés es la de San Sebastián, del siglo XVII, situada en el presbiterio.

La antigua jota
“A San Antonio le rezo / tres días a la semana / y si algún santo tiene envidia / rezo al que me da la gana”. Así dice la llamada ‘Antigua Jota’ de Navalilla, una composición recogida en los años 50 por la Sección Femenina a María de Pablos Alonso y que después de haber permanecido unas cuantas décadas oculta en un archivo ha sido recientemente descubierta y recuperada por los folcloristas Víctor Sanz y Luis Ramos. Tras esta resurrección, la pieza vuelve a interpretarse. Lo hace de maravilla Cris Zagaleja, dando a esta jota de baile cantada un toque antiguo precioso.
Los tres pozos
Para el abastecimiento de agua, Navalilla contó con tres pozos públicos, ubicados en otros tantos puntos del pueblo. El más importante era el del Terrero, del que bebían los lugareños. Y luego estaban el del Egido y el de la Fragua, de los que consumían los animales. La posterior llegada del agua a los hogares acabó con aquel ancestral sistema. Aunque, eso sí, perviven los pozos, como testigos de un pasado no tan lejano.
El célebre aparato de rayos X
En tiempos, el Ayuntamiento de Navalilla fue rico. La opulencia provenía de una fuente clara. La explotación de los pinares reportaba una importante cantidad de dinero a las arcas municipales. Hasta tal punto llegó a ser boyante la situación económica de Navalilla que un alcalde, de nombre Teodoro Díez, allá por el ecuador del siglo XX, decidió adquirir un aparato de rayos X, que fue instalado en la casa del médico. Tal inversión, impensable para la inmensa mayoría de los municipios de la época, dio gran fama a Navalilla. “Venía muchísima gente, incluso de pueblos muy lejanos, a hacerse rayos X”, relata Julián Merino. El susodicho aparato se colocó en una sala apartada de la de consulta, y el mismo médico se encargaba de manejar el equipo. Cuando aquel capítulo de la historia sanitaria de Navalilla terminó, años después, “tuvieron que venir unos especialistas para desmontarlo, por el peligro de la radioactividad”.
La popular cendera
Lo llaman la cendera, que realmente es una contracción de la palabra hacendera (“trabajo a que debe acudir todo el vecindario, por ser de utilidad común”, según la Real Academia Española). Se celebraba el lunes y el martes de Carnaval, y consistía, sobre todo, en el arreglo de caminos, aunque sin rechazar cualquier otra actuación que fuera necesaria en ese momento para el pueblo. Al acabar la jornada, el Ayuntamiento invitaba a los participantes a merendar, escabeche. Con Julián Merino de alcalde –el primero democrático- se cambió la pitanza; desde entonces se asan chuletas.
El anhelo de Romualdo Maldonado
Se le metió entre ceja y ceja recuperar la tradición vitivinícola de Navalilla. Hasta que en 2003 acabó plantando viñas. Dos años después fundó Bodegas Navaltallar, una empresa que no ha parado de crecer desde entonces. En 2020, gracias a sus ocho hectáreas de viñedo, Navaltallar alcanzó los 70.000 kilos de uva, de la variedad tempranillo. Con esa producción elaboró 25.000 botellas de marca propia, vendiendo la cantidad sobrante a otras bodegas. “En 10 años –augura Alejandro Costa, yerno de Romualdo- el 90% de nuestro vino se venderá en el extranjero”. De momento, Navaltallar se ufana de sus exportaciones a Estados Unidos. Un ejemplo a seguir.

El pueblo de los paveros
Cuenta Julián Merino a quien quiera oírle que, hasta hace no demasiado, “a los de Navalilla nos llamaban los paveros”, debido a que numerosas familias del pueblo se dedicaban a la cría y venta de pavos. Los animales se guardaban por la noche en rústicas chozas levantadas en los pinares, cuyos piñones constituían un manjar para estas aves. Y cuando un pavero formaba una buena manada, de 150 ó 200 animales, se iba a vender. “Salían de aquí andando, unos en dirección a Peñafiel y otros hacia Segovia, parando en los pueblos del camino a ofrecer sus pavos, y cuando ya habían despachado todo el ganado regresaban a casa”, explica Merino. De aquella actividad solo queda hoy el recuerdo, algo difuso, en la memoria de los lugareños de mayor edad.
El viejo monarca del pinar
No muy lejos del caserío de Navalilla, al oeste, se encuentra el denominado Pino del Bosque, un magnífico ejemplar, centenario, cuyo tronco todavía conserva huellas de la resinación. “Hacen falta tres personas para abrazarle”, dicen en el pueblo, para animar a ir en su busca. En el entorno del gran árbol, con algo de fortuna, el caminante podrá recoger en otoño algún ejemplar del anaranjado níscalo, que bien acompañado de patatas es un placer.

Lagunas por doquier
Los arenales de Navalilla, sobre los que domina el pino, aparecen salpicados por pequeñas lagunas, poco profundas, hacia las que fluye el agua del entorno. “Aquí –afirma un vecino-, hay sitios donde haces un hoyo de metro o metro y medio y sale el agua”. Es cierto. Donde bajo el manto arenoso existe un sustrato de arcilla, el agua se retiene. Hoy en día las dos lagunas más conocidas son las del Tiemblo y la Grande. Pero hubo muchas más. Algunas desaparecieron, como la de las Cañizadas o la de las Varas, y otras perviven con escasísima agua o únicamente en las estaciones húmedas, como la de la Redondilla y la de las Pilas.

El resurgir de la resina
Poco a poco, los resineros están volviendo a los pinares de Navalilla, a extraer de nuevo la miera. Es esa una magnífica noticia para un sector, el de la resina, que después de haber tocado el cielo en los años 50 y 60 del pasado siglo, cuando en la provincia de Segovia llegaron a contabilizarse 27 fábricas de transformación de ese producto, entró más tarde, en los 80, en caída libre, sin freno, hasta su práctica desaparición. El reciente resurgimiento de la actividad, en la última década, se ha producido al amparo de un aumento del precio de la resina. Los nuevos resineros no son autóctonos, pero cumplen a la perfección con su papel de explotar el pinar al tiempo que lo cuidan, procurándose así un empleo digno. Que duren mucho.

—
Extraido del libro: “Por el Ochavo de las Pedrizas y Valdenavares” (2021)
Venta Online
Editado por Enrique del Barrio
