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Carlota Pérez-Reverte: “Somos una península, no podemos entender nuestra historia sin mirar al mar”

Carlota Pérez-Reverte, arqueóloga subacuática

por Mercedes Temboury
17 de noviembre de 2024
en Segovia
Carlota Pérez-Reverte
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—¿Cómo surgió su vocación por la arqueología subacuática?

—Crecí a orillas del Mediterráneo y, desde que tengo memoria, he sentido gran interés por la Historia y la Arqueología, pero no fui consciente de que podía unir los dos mundos hasta que estuve en la universidad. Fue entonces cuando comencé a bucear y tuve la suerte de poder hacer mis primeras prácticas en el yacimiento del Bajo de la Campana (Murcia). Cuando salí de mi primera inmersión en esa excavación, sentí que aquel era mi sitio.

—¿Dónde trabaja?

—Actualmente en la Universidad de Cádiz, en la Línea de arqueología Náutica y Subacuática, como investigadora. Mi especialidad es la comunicación, la difusión y la transferencia; es decir, la mediación entre el patrimonio sumergido y el resto de la sociedad.

—¿Qué barcos o pecios investigan?

—Los proyectos que realizamos están muy enfocados en diferentes aspectos de la Historia marítima y el patrimonio del Estrecho de Gibraltar. Al ser una zona de paso y, a la vez, un punto de encuentro, ofrece una abrumadora riqueza natural, histórica y patrimonial.

—¿Es Vd. submarinista?

—Sí. No diría que soy una experta ni una gran buceadora, pero trabajar bajo el agua requiere de una serie de destrezas, tanto en el ámbito profesional como en el científico, para no dañar el entorno ni el patrimonio, sin olvidar la seguridad de los propios buceadores. Es importante contar con preparación y experiencia en este sentido.

—¿Ha conocido a Lola Higueras, que algunos llaman Lola Museo Naval y que fue la primera mujer arqueóloga submarinista de España?

—Desgraciadamente no he tenido la oportunidad. Sin embargo, conozco y admiro su trabajo.

—¿Qué cree que es necesario contar al gran público de un barco hundido?

—Es difícil generalizar porque cada naufragio es único. Un barco es muchas cosas a la vez: un medio de transporte, una pequeña sociedad, un vehículo de transmisión cultural, de ideas y conocimiento… Forma parte del paisaje marítimo y cultural, a veces también de la memoria de la comunidad, establece una suerte de simbiosis con el medio en el que se encuentra… Fue construido en una época concreta, siguiendo unas técnicas determinadas, y utilizado en un contexto social, histórico y político específico. Los objetos que contenía nos hablan del cargamento, de la vida en la época, de la vida a bordo, de los avances técnicos, de la guerra, del comercio, de la navegación… Podríamos decir que hay muchos hilos de los que tirar. Por eso suelo describir los naufragios como madejas de lana, algo enmarañadas, que los investigadores vamos desenredando para, con esos hilos, ir tejiendo de nuevo su historia. Quizá lo más importante para mí es recordar que detrás de cada uno de esos objetos y aspectos hay personas. Considero que ese es el objetivo primordial de mi trabajo. Recuperar su historia que, al fin y al cabo, es la nuestra. También es importante acompañar esto de un trabajo de sensibilización, que la gente comprenda la importancia de estudiar y cuidar este patrimonio, así como a relacionarse con él de una forma responsable.

—¿Y al público especializado?

—Para los especialistas reservamos las partes más “aburridas” y técnicas. En este caso, el objetivo es contribuir al avance de nuestro conocimiento y de nuestra disciplina. Compartimos los resultados, pero también las técnicas, los problemas y retos a que nos enfrentamos y cómo los hemos abordado. La Arqueología subacuática es bastante joven, pero ha avanzado a pasos agigantados, y aún más con la llegada de las nuevas tecnologías. Estar informados sobre estos avances, sus aplicaciones y el trabajo de otros investigadores es clave para desempeñar el nuestro de la mejor forma posible.

—¿Es una disciplina cara?

—No necesariamente. Lo que es caro es sacar un barco del agua. Y no ya por la extracción en sí misma, puesto que el coste dependerá de muchísimos factores (tamaño de la embarcación, estado de conservación, profundidad, etc.), sino porque todo lo que saquemos del agua llevará aparejado un proceso de conservación. Los materiales en el agua sufren cambios y se saturan de agua salada. No podemos sacarlos y dejarlos secar sin más porque se dañarían de forma irreversible o se perderían para siempre. Esto implica que necesitan un tratamiento para su estabilización, que puede ser muy largo, y, a veces, cuidados durante el resto de su vida. Por eso la Convención de la Unesco prioriza la conservación en el propio yacimiento: solo deben extraerse materiales en caso de que estén en peligro o la extracción responda a motivos sólidos de investigación. Y, por supuesto, únicamente si podemos garantizar ese proceso de estabilización y cuidados. Pero la realidad es que esto es algo extraordinario. Muchas intervenciones ni siquiera incluyen la excavación: en las prospecciones identificamos y documentamos los restos (con fotografía, vídeos, mediciones y dibujos) sin alterar el fondo. Otras veces se realizan sondeos, pequeñas excavaciones en diversos puntos que nos ayudan a entender el potencial y las características de una zona. Incluso en excavaciones completas, lo normal es extraer determinados objetos y documentar bien los restos arqueológicos para luego volver a cubrir el yacimiento. Hay intervenciones dedicadas solo a monitorizar, a hacer un seguimiento, del estado de ciertos yacimientos para asegurarnos de que no están sufriendo degradación o daños. Y, finalmente, la mayor parte de nuestro trabajo se desarrolla en tierra, en archivos, oficinas y laboratorios, analizando, estudiando, contrastando e interpretando todos esos datos que hemos recogido.

La Arqueología subacuática no es cara, pero necesita que se invierta en ella. Somos una península, no podemos entender nuestra historia sin mirar al mar. Y el patrimonio no es un bien regenerable. Lo que se pierde, se pierde para siempre.

—¿Cómo interfieren en sus investigaciones los cazatesoros?

—El principal problema de los cazatesoros, desde el punto de vista arqueológico, es que no siguen una metodología científica. Un yacimiento es como la escena de un crimen: a ti te puede parecer que un envoltorio de plástico es basura, pero puede decir algo importante a quien sepa leer en él. De la misma manera, todos los elementos de un yacimiento, así como su disposición, nos cuentan una historia. Los cazatesoros alteran y destruyen los yacimientos para buscar objetos concretos. No ponen cuidado en la extracción y no protegen los materiales que dejan sumergidos. Tampoco documentan el proceso. De esta manera, desaparecen yacimientos enteros, fragmentos de nuestra historia que no podemos recuperar.

La segunda parte del daño es la especulación con el patrimonio que sobrevive, al que le dan un valor meramente económico y que rara vez llega al público general, que es a quien pertenece, vulnerando el derecho reconocido de las personas a preservar, acceder y disfrutar de su patrimonio como sociedad. Es un patrimonio compartido, y es muy triste cuando se mercantiliza para el beneficio de unos pocos.

Por eso es importante trasladar a la sociedad la realidad de estas actuaciones que tenemos algo romantizadas y ser muy cautos al dar información sobre estos hechos y esta forma de vida. Los cazatesoros no encuentran, buscan activa y conscientemente; no tienen un interés histórico ni filantrópico sino económico, y no rescatan nada del fondo del mar, lo destruyen.

Por otra parte, es igual de importante entender que hacemos el mismo daño al patrimonio cuando al bucear encontramos restos arqueológicos y los tocamos, movemos, desenterramos o extraemos como recuerdo de la inmersión. En este caso no existe la intención de mercantilizar, pero también podemos ocasionar graves daños al patrimonio. Así, también es parte de nuestro trabajo como arqueólogos sensibilizar a los buceadores y darles información sobre cómo actuar al encontrar este tipo de restos.

Defensas de elefante, de marfil, en el yacimiento de Bajo de la Campana, en la provincia de Murcia.
Defensas de elefante, de marfil, en el yacimiento de Bajo de la Campana, en la provincia de Murcia.

—¿Siguió el caso de la Fragata Mercedes?

—Lo seguí con mucho interés y creo que es un muy buen ejemplo de lo que estábamos hablando. De las argucias que utilizaron los cazatesoros para ocultar su delito, y de cómo un buen trabajo de investigación archivística, histórica y arqueológica (unida a la de las autoridades competentes), consiguió demostrar que era un buque español. Además, creo que es un magnífico ejemplo de colaboración entre países, con una exposición que cruzó el Atlántico para llegar, también, a México.

—¿Ha trabajado en otros países que no sean España?

—Afortunadamente, he tenido la oportunidad de colaborar en diferentes proyectos nacionales, pero también internacionales desde la universidad. En la Línea de Arqueología Náutica y Subacuática hemos trabajado, y seguimos haciéndolo, en diferentes proyectos como “TIDE”, un proyecto Interreg orientado a la investigación y puesta en valor del patrimonio marítimo y subacuático del área atlántica, “U-MAR” un proyecto Erasmus+ destinado a formar operadores turísticos del Mediterráneo para aprender a relacionarse de forma responsable con el patrimonio sumergido o “CREAMARE”, todavía vigente, que propone la creación de una plataforma que conecta a instituciones y empresas con creativos digitales para desarrollar productos relacionados con este patrimonio y que pondrá a prueba la solvencia de la plataforma con la creación de un videojuego educativo que nos sumergirá en diferentes barcos hundidos del Mediterráneo y que ya está en fase de testeo.
No todos los países tienen la misma concepción del patrimonio ni la misma legislación, tampoco la misma forma de relacionarse con él. Estoy muy agradecida de haber podido trabajar durante tantos años en proyectos con equipos multidisciplinares y multiculturales porque eso ha supuesto un grandísimo enriquecimiento para mí tanto a nivel personal como profesional.

—¿Qué recomendaría a los jóvenes que quieran dedicarse a esta disciplina?

—Que se preparen bien, que adquieran una formación sólida académica y de buceo, que dominen otros idiomas (especialmente el inglés), que busquen prácticas para adquirir experiencia donde sea, que estén dispuestos a viajar. Y que se preparen. La Arqueología subacuática como disciplina es preciosa, tiene momentos que son mágicos… Pero es una carrera de fondo con momentos, también, muy duros. A grandes rasgos hay dos caminos: empresa y universidad. En el mundo de la empresa deben estar preparados para la movilidad y para períodos con menor carga de trabajo. En el mundo académico les espera la precariedad que caracteriza al sistema en nuestro país. No quiero desalentar a nadie, pero tampoco romantizarla. Es una profesión muy bella y gratificante (qué voy a decir yo) pero requiere vocación y perseverancia.

—¿Cómo divulga sus hallazgos y conocimiento?

—Afortunadamente, vivimos un momento en el que la comunicación de la Ciencia en general recibe bastante atención y tenemos numerosos espacios y tecnologías a nuestro alcance para comunicar los resultados de nuestros trabajos. Desde la Arqueología subacuática entendemos que, puesto que trabajamos sobre un patrimonio compartido y que pertenece al conjunto de la sociedad, es nuestro deber compartir ese conocimiento. Así, participamos en numerosos foros, encuentros y talleres destinados a diferentes tipos de público, estamos presentes en las redes sociales en la medida de nuestras posibilidades, utilizamos plataformas como Sketchfab para hacer un pequeño museo virtual de nuestros hallazgos con modelos 3D, utilizamos gafas de realidad virtual para sumergir a la gente en los yacimientos que están en sus costas a través de vídeos de 360º y colaboramos con otras instituciones y empresas para ofrecerles información y asesorar sobre el patrimonio, su comunicación y las formas de relacionarse de forma responsable y sostenible con él. Siempre estamos buscando nuevas formas de llegar a las personas y mostrarles esa parte de su Historia. Como nos gusta tanto repetir, y como decía Jacques Cousteau, solo protegemos aquello que amamos. Nuestra intención es que la gente conozca su patrimonio y se enamore de él, como nos ha pasado a nosotros.

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