Finalizando el siglo XIV, por los pizarrales de Nieva se halló una imagen de María a la que llamaron, por haberla encontrado enterrada, Soterraña. Se le apareció a un pastor, de nombre Pedro Amador, intervinieron el obispo de Segovia y la reina de Castilla, y se fundaron una villa, Santa María la Real de Nieva, y un convento que se entregó a los frailes de la orden de Santo Domingo, los dominicos. Los religiosos de este convento, como tantos en España, tuvieron que dejarlo tras promulgarse las leyes desamortizadoras que aprobó el gobierno liberal de Juan Mendizábal y el edificio sufrió daños derivados del abandono que siguió. Pero se mantuvo en pie y las imágenes que nos ofrece el claustro, una de sus joyas, todavía resultan un conjunto escultórico fascinante. Iremos viendo algunas.

Buen número de capiteles del claustro del convento dominicano de Santa María la Real de Nieva están dedicados a representar las tres clases sociales de la época: Nobleza y Clero (los privilegiados, que no pagaban impuestos) y Pueblo o Estado Llano, que sí los pagaba manteniendo así el reino. Los nobles podían ser duques, marqueses, condes, castellanos y caballeros. Los más poderosos vivían en casas fortificadas, los castillos, defendidos por fosos, torres y muros almenados. Esta es una representación de uno de ellos, muy próxima a la que aún se mantiene en el imaginario colectivo.

El caballero tenía que costearse y mantener un equipo de guerra, del que eran parte armas de ataque y defensa y, esto inexcusable, un caballo. De ahí le venía el nombre de caballero. Su oficio era guerrear al servicio de los señores, como nos recuerdan los versos que Miguel de Cervantes ponía en boca de Don Quijote:
Mis arreos son las armas,
mi descanso el pelear,
mi cama las duras peñas,
mi dormir siempre velar.

En este capitel vemos a un jinete cristiano arremetiendo contra otro musulmán, que trata de protegerse con su escudo mientras huye.
Segunda escena de la secuencia en la que se ha representado a un jinete cristiano persiguiendo a un jinete moro. El primero lleva casco y protege todo el cuerpo con armadura de hierro, bien dibujada por el escultor. El segundo se cubre con turbante y viste ropas de tela, ligeras. La cabalgada acaba mal para el segundo que, atravesado por la lanza del enemigo cristiano, cae malherido o muerto sobre su propia cabalgadura.

Jinete y ballestero. La ballesta apareció como arma que podía causar daño lanzando flechas a distancia, como el arco, pero mejorando la eficacia de éste ya que con ella se apuntaba mejor, se disparaba con mucha más fuerza y, por tanto, alcanzando una mayor distancia. El ballestero que vemos en este capitel ha puesto rodilla en tierra para que su flecha pudiera salir más certera y, con suerte, librarse del ataque con lanza que había iniciado el jinete. El capitel está muy dañado, pero, a pesar de ello, el tema, aunque con cierto esfuerzo, puede apreciarse bastante bien.

Los infantes o peones eran guerreros de a pie, atacaban al enemigo con espada y se defendían con rodela, un pequeño escudo redondo, hecho de madera y reforzado con placas de hierro, que se sujetaba al brazo con correas. Los escultores de los capiteles de Santa María de Nieva representaron así a dos de estos guerreros para que, en el futuro, los pudieran reproducir, sin equivocación, los cineastas de Hollywood.

Escena con cuatro personajes, a uno de los cuales le ha ido mal en el enfrentamiento que han tenido. El que va delante tira de una soga con la que se ha atado al segundo, prisionero; el tercero lleva un hacha con la que suponemos se ha de decapitar a éste; y cierra el desfile el cuarto, armado con lanza y escudo en el que luce el emblema de su casa. Si esta historia les parece cruel pueden pensar otra como que a los prisioneros no se les mataba pues los vencedores preferían hacerles trabajar como mano de obra barata o cobrar rescate por ellos.

Justa entre dos caballeros. Las justas -lucha de caballero contra caballero- y los torneos -lucha entre varios caballeros divididos en dos bandos- servían de entrenamiento para la guerra. Yo, formado en el cine de Hollywood, viendo este capitel del claustro conventual de Santa María la Real de Nieva tengo que ir hacia atrás en el tiempo al encuentro de Ivanhoe y Bois Gilbert peleando por la vida de la judía Rebecca. Faltan brazos, caras y lanzas, estragos del tiempo, pero la imagen, con dos caballeros embistiéndose con lanza, cada uno a un lado de la liza que divide el palenque, es perfectamente reconocible y fácilmente identificable con una escena cinematográfica.

Cortando piedra. En la Edad Media, la sociedad europea estaba dividida en tres clases: Nobleza, Clero y Pueblo o Estado Llano. Hemos visto imágenes que los escultores del claustro de Santa María la Real de Nieva dedicaron a la Nobleza: Seguidamente veremos las dedicadas al Clero, representado en la Orden Dominicana, fundada por el burgalés Domingo de Guzmán. El Clero, tanto el Regular, el que pertenecía a órdenes religiosas, como el Secular, el que atendía las parroquias, asumía como obligación rezar por la comunidad aunque, atendiendo a la norma fijada por San Benito con su “Ora et Labora”, el Regular también atendía al trabajo, intelectual y manual. Había que levantar el convento comenzando, como aquí vemos, por cortar piedra.

En esta escena, los dominicos del convento de Santa María la Real de Nieva se retrataron a sí mismos trabajando de la construcción de su propio claustro. Es el capitel que más le gusta a Glenn Murray. El obrero que se halla de pie en la borriqueta, sintético resumen del andamiaje, lleva una llana en la mano derecha mientras que con la izquierda dirige la soga que ha subido una carga de piedra con el torno elevador, manejado por el dominico que se encuentra abajo. No había grúas ni mandos a distancia, pero la técnica estaba haciendo progresos.

Toma de hábitos. Este relieve representa una escena de la vida interna de los religiosos que, antes de entrar en la orden, debían pasar por un periodo de iniciación y preparación llamado noviciado. El escultor, muy hábil en la composición, ha representado al novicio que va a dejar de serlo para entrar en la orden y convertirse en fraile, arrodillado entre otros dos frailes: el superior del convento, que va a ponerle el hábito, y el que será su padrino. La escena se completa con un tercer fraile colocado a la derecha que, con la cabeza inclinada y las manos juntas, parece rezar.
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* Supernumerario de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce.
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