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El olor y el sonido de la tragedia

por El Adelantado de Segovia
8 de noviembre de 2024
en Tribuna
CARLOS ARNANZ
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Tiempos líquidos

Carlos Arnanz Ruiz

Somos incontables los teleespectadores que presenciamos en estos días las tremendas imágenes que se nos presentan de la maldita DANA. Pero, de la misma manera que no es igual ver una ópera en un teatro que en una pantalla, o un partido de futbol en un estadio o en TV, las imágenes no dejan de ser, no quiero decir una parodia, pero sí una realidad un tanto distorsionada.

Me permito hacer estas observaciones por haber vivido la triste experiencia de las inundaciones del 15 de octubre de 1957 en Valencia. Entre 100 y 200 litros por metro cuadrado se han dicho que cayeron entonces pero nada varía para el caso.

Tengo que decir, también, que mi experiencia quedó lejos de la de cualquiera de los damnificados. Fui un testigo ocasional, muy alejado del dolor que produce la pérdida de seres queridos y de bienes devastados.

Algo ya he escrito en EL ADELANTADO sobre ello. Pero me parece oportuno volver sobre el tema y destacar matices que no reflejan los medios informativos del momento y que podrían ser de interés para los lectores.

Comenzaré por subrayar que desde el año de 1321 hasta el 1957 tuvieron lugar nada menos que 25 episodios conocidos como GOTA FRÍA. Los desastres han sido, pues, persistentes en la zona levantina donde se han llevado a cabo obras tendentes a paliarlos.

El río Turia pasaba por una zona de la ciudad de Valencia, digamos que alta y por el norte y al desbordarse, se expandía hacia el sur, anegando cuanto encontraba a su paso.

Riada en Valencia, 15 de octubre de 1957.
Riada en Valencia, 15 de octubre de 1957.

Fue a partir de este año de 1957 y tras las grandes dimensiones del desastre, cuando se pensó en un llamado PLAN SUR que terminó por hacerse realidad. El 22 de julio de 1958 se aprobaron las obras y el 22 de diciembre de 1969 las inauguró el entonces jefe del Estado Francisco Franco.

Este PLAN SUR consistió en desviar las aguas del río Turia desde Quart de Poblet hasta el norte de Pinedo. O, dicho de otro modo: dejando a la ciudad de Valencia por encima del río.

Han transcurrido 67 años y llega ahora un nuevo episodio de especial trascendencia. Hemos tenido ocasión de oir opiniones de expertos en las que, si bien el desastre se ha presentado imparable, el PLAN SUR ha evitado males mayores.

Recién aprobadas las oposiciones al Cuerpo de Telégrafos y con 21 años de edad, se me envió en Comisión de Servicio a la devastada Valencia. Conmigo lo hicieron medio centenar de compañeros de otras tantas centrales telegráficas de capitales españolas.

El telégrafo tenía entonces una gran importancia y el teléfono carecía de la difusión de hoy. De todas formas, las líneas habían quedado destruidas por la riada. Por lo tanto, los pocos teléfonos que se habilitaron en los primeros momentos, fueron destinados exclusivamente a los servicios de emergencia. Quedaba el telégrafo para el común de la gente como única alternativa de comunicación directa.

No estando sus líneas operativas y siendo la demanda muy grande, se optó por hacer copia de los telegramas que se depositaban en las ventanillas y mandarlas por avión a Madrid y Barcelona.

Desde estos centros se reexpedían al resto de España por los medios habituales. Y lo mismo se hacía a la inversa.

Este sistema se empleó hasta que poco a poco se fue normalizando la situación al cabo de varios días.

Riada en Valencia, 15 de octubre de 1957.
Riada en Valencia, 15 de octubre de 1957.

El caos con el que nos encontramos era difícil de asimilar. Igual que ahora, el barro era el rey y su olor se imponía sobre cualquier otro. Y lo mismo podría decirse del sonido del ambiente acaparado por el ruido de la maquinaria pesada pero, sobre todo, de las sirenas de las ambulancias y de los coches de bomberos.

Contaba a la sazón 21 años y pedí ir voluntario por carecer entonces de ataduras familiares.

El Habilitado me facilitó un anticipo para los gastos iniciales y partí en tren desde Segovia hacía Madrid, primero y Valencia, después. En la estación de Atocha me encontré con otros compañeros procedentes de provincias cercanas como Ávila, Toledo, Guadalajara, Valladolid…

Al llegar el tren a Alcira, no pudo ya pasar por estar inundada la zona. Y allí tuvimos que esperar a que un autobús nos trasladara a Valencia. Mientras tanto y como llevábamos ya unas cuantas horas sin dar cuenta de nuestra vidas a nuestras familias, nos acercamos a la estación telegráfica de la citada Alcira para ponerles un mensaje.

Cuando redacté el mío, el telegrafista que era de Segovia y conocía a mi padre, también telegrafista, me ofreció toda la ayuda que pudiera necesitar que, por el momento, era innecesaria pero digna de agradecimiento.

Ya en el autobús y camino de Valencia pudimos ver la magnitud del desastre. Todo inundado. Recuerdo a las vías del ferrocarril como si se tratara de una valla de encerramiento de ganado y los tejados de las casas emergiendo en medio de aquel gran lago.

La bella ciudad de Valencia se había convertido en un lodazal con muebles y objetos atrapados en las ventanas de los bajos que los barrotes habían impedido absorber.

Al presentarnos en la Sala de aparatos los compañeros de aquella central pusieron palabras a lo que habíamos visto y a lo que no habíamos visto; palabras que se quedaban cortas cuando se referían a los detalles de semejante tragedia. Así fue cómo comenzamos a vivir con una tensión permanente.

De las 24 horas que tenía el día, trabajábamos 16. Las otras 8 quedaban para el descanso. Sin embargo, tomábamos parte de este tiempo para visitar los lugares más emblemáticos de la ciudad convertidos en un campo de batalla: el centro, una sala de fiestas, el campo de futbol de Mestalla…

Han transcurrido 67 años y aun hoy percibo el olor del barro y las sirenas de las ambulancias con la misma nitidez de entonces. Son sensaciones recurrentes que han aparecido a lo largo de mi vida en numerosas ocasiones por la simple asociación de ideas. ¡Cómo no iba a ocurrir ahora en una situación tan parecida!
Sirvan estas líneas para rendir un humilde recuerdo a quienes han tenido la desgracia de padecer desgracias similares que parece ser que nunca tendrán fin.

—
* Académico Honorario de San Quirce.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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