Un testigo directo de la catástrofe de Levante me escribe invitándome a la solidaridad y a la promoción de la corresponsabilidad de la sociedad civil. Me dice, estoy de acuerdo con él, que el Estado se ha alejado de la sociedad civil y de los damnificados. Por eso es urgente que desde todas las instancias sociales se impulse la participación de la sociedad civil y vayamos creando otro tipo de gobernanza: la participación de las asociaciones y personas en el gobierno de las sociedades y en la solución de los problemas.
Es cierto que no es fácil realizar una lectura realista de lo que ha sucedido en Valencia. Cuando el número de personas muertas supera las doscientas y comprobamos los destrozos en campos, pueblos, comercios y hogares, nos vienen a la memoria otras catástrofes como las riadas de Valencia en 1957, Tous en 1982 o Biescas en 1996. De todas ellas aprendimos lecciones que han servido para mejorar las infraestructuras y organizar mejor tanto las obras públicas como la protección civil. También aprendimos algo del respeto a las víctimas, la reparación de los daños o desperfectos y los sistemas de compensación. Lo que no parece claro es que hayamos aprendido a estimular la generosidad o gestionar la información, pues hoy nuestras autoridades tienen problemas para construir un relato oficial.
Si antes era fácil controlar la construcción de las noticias porque se podía controlar la información disponible, ahora es más difícil porque los móviles y las redes convierten a cada ciudadano en un testigo acreditado. No solo nos encontramos con diversidad de fuentes, sino con una pluralidad indeterminada de relatos que dificultan la posibilidad de una narración objetiva, imparcial y creíble de nuestras respuestas a los hechos. Si a ello añadimos el papel de las emociones en tiempos de fango informativo y bulos comunicativos, el terreno parece abonado para el desconcierto cívico y la desgarradora perplejidad. Eso sin contar con las dificultades que ocasionan las administraciones públicas para incluir la polarización y el carroñerismo político en la elaboración cuidadosa de la veracidad en los relatos.
Cuando lo más fácil parece ser traicionar a la verdad y diseñar un chivo expiatorio para descargar responsabilidades, lo difícil es aceptar ayuda, ser humildes, tener la cabeza fría y aprender de las catástrofes. No hemos aprendido del COVID 19 porque las autoridades no han tenido altura de miras, no han querido analizar los hechos, organizar la información, evaluar las responsabilidades, sugerir protocolos de prevención o simplemente revisar malas prácticas.
Incluso las autoridades han desmontado y desactivado instituciones que podrían cuestionar el caótico relato oficial que nos ofrecieron. Comienza a construirse el relato público de esta última catástrofe y esperemos que la verdad no sea sacrificada por rifirrafes cainitas y malintencionados. Nuestros nietos afrontarán mejor las próximas catástrofes si ven que los responsables públicos sustituyen el emotivismo, el moralismo y el catastrofismo por la responsabilidad. Sobre todo, si en lugar de alimentar el egoísmo de partido incentivan la generosidad vecinal, respetan a las víctimas, evalúan daños con celeridad, reparan de inmediato y compensan a los afectados sin trampas o negligencias administrativas.
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* Profesor emérito.
