Querido Rafa: Recuerdo con honda emoción tu paso por las pistas del Club Deportivo Casino de la Unión, en Valverde del Majano. Corría el año 1997. Por aquel entonces, el tenis había logrado un auge inusitado entre los más pequeños. Tanto era así, que el Casino daba cabida a dos escuelas tenísticas distintas; una, dirigida por Lorenzo González, con la asistencia de Miguel Ángel de Frutos y la otra, bajo la dirección de Javi Gracia, con la ayuda de Ángel de Marcos. Ellos sembraron el amor a ese deporte en el cuerpo y la mente de muchos chavales.
Por aquellas, el club acogió la celebración del campeonato de España alevín. Mi padre llegó a casa, a comer, totalmente abducido por un chavalín que acaba de vencer en la semifinal. Fue tal la “brasa” que dio que, al día siguiente, asistí a la final. Un niño llamado Rafa Nadal le pegaba a la raqueta como si no hubiera un mañana, con la técnica depurada propia de todo un campeón adulto. Fue tu primer torneo importante, precisamente aquí, muy cerca de casa. Y es que siempre has estado cerca de mi familia.
Cuando llegaba el Torneo Challenger de El Espinar, mi padre tenía por costumbre acudir a todos los partidos. Se pedía unos días de vacaciones en el Hospital si era necesario. Ya entonces era tu fan número uno. Regalaba abonos entre familiares y amigos; él era así. Acudiste a jugar en 2003. Y, ¡cómo no!, ganaste el torneo. Comenzabas entonces tu carrera profesional. Te encontrabas en el puesto cincuenta y uno del ranking y, El Espinar supuso tu despegue definitivo al estrellato. Una carrera meteórica: 22 Gran Slam (2 Open de Australia, 14 Roland Garros, 2 Wimbledon y 4 US Open), 36 Master 1000, 92 ATPs, 5 copas Davis, 2 oros en juegos olímpicos… . Para mi padre no había duda de que siempre has sido el mejor deportista español de todos los tiempos. En especial, desde que, en 2005, te diagnosticaron el síndrome de Müler Weiss en tu pie izquierdo. Sólo un traumatólogo sabe que vencer al dolor de esa lesión, es tarea de un héroe. La siguieron veintidós lesiones importantes más que has superado en silencio. A mí me serviste de ejemplo cuando me destrocé la rodilla esquiando. Los médicos me dijeron que no volvería a realizar la postura del loto jamás. Al año y medio, había vuelto a meditar con normalidad sentado en ella.
-Mañana se come a las dos, que a las tres comienza la final de Roland Garros y juega Rafa. ¡Cuántas veces habré escuchado este mantra salir de su boca!
Sufrimiento, gritos, abrazos; a veces, hasta ya bien entrada la noche. ¡Vamos, Rafa!, era el grito unánime de una familia unida por tu juego. Y, al final, casi siempre ganabas.
Creo que has sido el único capaz de cambiar el reloj español a la hora de Estados Unidos o de Australia durante el tiempo que duraba una final.
Recuerdo aquel día que jugabas un amistoso de dobles contra tu ídolo McEnroe y paraste el partido hasta que apareció una niñita, Clara, que se había perdido de su madre en la grada. Tu actitud provocó emocionadas lágrimas de reconocimiento en el americano que abrieron la espita a mi contenida emoción, para acompañarle en su llanto.
-Yo quiero ser como Nadal cuando sea mayor, se repite una y otra vez entre los más pequeños. Los papás, las mamás y los mayores interpretan que se refieren a ser ricos, famosos, importantes, ganar títulos como tú. ¡Qué poco entienden el sabio lenguaje de un niño aún no tocado por “el fango” de las creencias y las ideologías!
Es cierto que me fascinan tus títulos y tus logros, pero al igual que a esos pequeños, yo me quedo con lo que eres. Tu respeto hacia los demás, tu exquisita educación, tu paciencia a la hora de atender amorosamente a estúpidas preguntas de ciertos periodistas con malas intenciones, tu reconocimiento, siempre, al rival, tu calmada manera de ganar y tu digna forma de perder.
Desgraciadamente vivimos un momento en el que todo lo importante parece encontrarse en el logro de lo evidente. Por eso, me rebelo cuando las noticias y premios se fundamentan exclusivamente en tus logros externos. Casi nadie se para a pensar en lo trascendente, en el camino para conseguirlos. Cierto que cuentas con un cuerpo dotado para la victoria, de un brazo izquierdo poderoso como la pata de un elefante, de unas piernas veloces como los miembros de una gacela, pero pocos admiran la constancia necesaria para alcanzar esta meta y poder mantenerla, sobre todo, cuando los años comienzan pesar.
Pero lo cierto es que los partidos no los ganabas con las armas de la fuerza y de la de técnica, sino con la conquista de tu mente. Esa batalla permanente, cada segundo de tu vida, frente a ella, es la clave de tus resultados. Porque eres tú quien, utilizando tu mente, tienes la capacidad para vencer airoso a tus lesiones. Eres tú quien da la vuelta a los partidos porque ningún rival te gana en el arte del autocontrol. Y eso es lo que derrumba al más cualificado contrincante.
Tu determinación, desde que comenzaste, te ha llevado a la conquista de tu propio ser. Y esa es la belleza de tu vida. Lo de los títulos, es consecuencia de tu victoria en la gran batalla dirimida en la pista en tu interior.
Cuando un Maestro se va, nos deja el legado de su enseñanza. Y, si logramos hacerla propia, nos guía para conquistar nuestros torneos. ¡Has sido el referente de tantos! Quién sabe, quizá esa semilla que sembraste en muchos actúe como impulso para ganar el partido frente a las fuerzas que pretenden teledirigir el mundo hacia nuestra muerte como humanos, intentando convertirnos en máquinas exentas de libertad, subyugadas a su servicio.
En esta nueva vida, alejado de la competición, ¡vamos, Rafa!
