Admirado coronel Pérez de los Cobos:
Le escribo porque estos días ha vuelto a salir su caso en la prensa con motivo de su discurso de despedida en la festividad de la Virgen del Pilar, Patrona de la Guardia Civil. También porque la reciente imputación del Fiscal General del Estado, Álvaro García Ortiz, me ha recordado que, frente a cargos públicos de dudoso comportamiento, incluso delictivo, hay personas intachables, como usted, que han arriesgado sus carreras por cumplir con su deber.
El 13 de diciembre va a pasar a la reserva, pese a que debería haber sido ascendido a General de Brigada y, con ello, haber tenido la posibilidad, como era su voluntad, de continuar activo al frente de la Comandancia de Madrid. No ha sido ascendido, como le correspondía, pese a que el Tribunal Supremo (TS) sentenció (julio de 2023) que el Ministerio del Interior, es decir, el ministro Fernando Grande-Marlaska Gómez, de forma ilegal, con la colaboración de la ministra de Defensa, le había privado de ascender, y eso que obtuvo la mejor calificación de 33 coroneles, de los que 23 ya han sido ascendidos. ¿Cuál era la causa del irregular comportamiento de Marlaska hacia usted? Algo tan elemental para un funcionario público, como negarse a cometer un delito aportando información judicial secreta, algo que el ministro tilda como falta de confianza.
Por aquel entonces, primavera de 2020, la Policía Judicial investigaba, ante el contagio del Covid, si en las actuaciones del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, con el nefasto Fernando Simón a la cabeza (“España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado»), y de la Delegación del Gobierno, había habido prevaricación al autorizar manifestaciones (8-M) y actos públicos disponiendo de información sobre contagios (se rastreó el informe del Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades, que daba la alerta sobre la realidad del Covid, y que, en efecto, llegó a los organismos citados antes de los actos).
Usted informó a la Directora General, pero ante lo sensible del caso, la juez instructora, Carmen Rodríguez-Medel, pidió absoluta reserva y que solo se informase a ella, lo que usted cumplió, ocasionando el correspondiente enfado en un ministro que, al enterarse por una filtración de las diligencias a la prensa (22 de mayo, en el que usted no tuvo ninguna responsabilidad), sorprendido porque usted no le hubiera informado, alegó que usted no fue leal. Ello motivó su destitución como Jefe de la Comandancia de Madrid, el 24 de mayo de 2020, confirmado en alzada por el ministro del Interior el 28 de julio. Por si fuera poco, el ministro dejó caer insinuaciones sobre un tema que desacreditaba a la Guardia Civil, en una muestra más de lo infame de su actuación. Por aquel entonces era directora de la Guardia Civil María Gámez, que dimitió el 22 de marzo de 2023 por la imputación de su marido por prevaricación administrativa, malversación y blanqueo de capitales en otro de los casos ERE.
Ante el atropello, recurrió a la Justicia, en un largo y penoso periplo judicial que llevó, finalmente, a la anulación del cese por el Tribunal Supremo (28 de marzo de 2023). El Supremo estimaba el fallo de la sentencia en primera instancia (31 de marzo de 2021), que hablaba de ejercicio desviado de la potestad discrecional del cese, “pues el motivo para acordarlo era ilegal” y si hubiera informado, en contra del mandato judicial, “podría haber incurrido en un posible delito”. Además, se afirma que no era admisible la interferencia gubernativa (el fondo de la cuestión) en una causa penal.
El ministro, dilatando en lo posible su cumplimiento, no tuvo más remedio que restituirle en julio de 2023, pero ha impedido de forma ilegal su ascenso. Esa es la recompensa al mérito, mientras que al exdirector de la Guardia Civil, Leonardo Marcos (cesado el pasado mes de septiembre), salpicado por haber dado, presuntamente, el chivatazo a la trama Koldo de que estaba siendo investigada, se le premia con la embajada en Washington.
Así que, mi coronel, en eso radica su “culpa”, en haber mantenido su integridad como funcionario público frente a los oscuros deseos de una autoridad que, a sabiendas, pues Marlaska es juez y no un Patxi López, pretendía que usted cometiera un delito. Es lo contrario de lo que ocurre habitualmente en estos tiempos, en que se confunde la jerarquía con el servilismo, en que vemos a funcionarios públicos prevaricar para la realización de actividades irregulares, si no delictivas. La corrupción sería más difícil de cometer si quienes estamos al servicio de la función pública cumpliéramos con nuestra obligación, en lugar de facilitar el delito mirando hacia otro lado, o colaborando con él. No hablo ya de cargos políticos nombrados por el gobierno, verbigracia los últimos directores de la Guardia Civil, salpicados por casos corrupción, o de esa pléyade de palmeros, puentes, aceves y demás pelotas con sueldo público, dispuestos a todo para mantenerse en sus cargos. Me refiero a quienes ocupan puestos por sus méritos y se comprometieron con el servicio al Estado.
Sin embargo, la honestidad y el cumplimiento del deber frente a la sumisión, tienen un precio que no todos están (estamos) dispuestos a pagar, sin darnos cuenta de que los corruptos necesitan colaboradores necesarios en la Administración. Usted ha pagado un precio demasiado elevado, primero con la retirada de jefatura de la Comandancia de Madrid, después con la privación del ascenso a general, cuyo mérito acreditaba sobradamente. Cierto es que, en su titánica lucha contra el ministerio y la Abogacía del Estado, usted ha salido victorioso, como ha ocurrido a lo largo de su brillante trayectoria, aunque, en este caso, los enemigos no eran esos terroristas de la ETA a los que ha combatido (y a los que ahora beneficia el gobierno), sino quienes deberían mantener, entre otras funciones, “la promoción de las condiciones para el ejercicio de los derechos fundamentales, en particular, la libertad y seguridad personales”.
Al margen de la injusticia y de la ignominiosa persecución por un abyecto personaje como Marlaska, usted, como bien dijo el día 12, ha obtenido la más alta recompensa que puede atesorar un militar, la mirada de quienes ha tenido bajo su mando; pero no solo, mi coronel, también tiene la mirada de admiración de otras muchas personas que valoramos su integridad por encima de su empleo, su trayectoria por encima de otras consideraciones. Puede marcharse con la cabeza bien alta, al contrario que su acosador, al que muchos miramos con el desprecio que merece quien ha renunciado a sus principios y a su deber con fines espurios. Todo agravado porque de la formación y de la trayectoria de Marlaska se esperaban rectitud y probidad, si bien el ministro se ha decantado, o mejor, inclinado, como tiene por costumbre, por la sumisión y por los intereses de gente sin escrúpulos que le acompaña en el gobierno.
Le reitero mi agradecimiento y mi admiración, afirmando que, pese a todo, prefiero escribir esta carta a un coronel íntegro, que a un general que ha obtenido el fajín de forma ignominiosa. Y, aunque no le sirva de consuelo, usted será recordado por su rectitud incluso en los momentos difíciles, mientras que Marlaska ha dejado una huella de vileza difícilmente de borrar.
Como bien dijo al final de su alocución, ¡misión cumplida!
Reciba un muy cordial saludo con toda mi admiración.
