¡Bienvenidos a la Facultad de Educación de la Universidad de Valladolid de Segovia!
Habéis elegido una carrera eminentemente vocacional y de una enorme responsabilidad social entre otras razones, por el “material” altamente sensible con el que vais a trabajar: niños; por la extensión e intensidad en el tiempo –muchas horas diarias, durante muchos años-; por su valor exponencial: formamos a los niños de hoy, adultos de mañana, que a su vez serán los futuros educadores en su calidad de padres, madres, maestros…
La educación, independientemente del grado en el que intervengan otros condicionantes como el genético o el contextual, es el principal instrumento de promoción personal y social, y el único capaz de romper el “ciclo de transmisión intergeneracional de la pobreza”. La formación es uno de los mayores bienes, incluso en el sentido más pragmático y utilitarista, que podéis procuraros para vosotros y para vuestros alumnos; por lo cual, ha de entenderse como una inversión sumamente rentable a largo plazo y de modo muy especial en las etapas de Educación Infantil y Primaria.
La formación en estas primeras etapas educativas, que coincide con los denominados periodo crítico y periodo sensible, es decisiva en la adquisición de aprendizajes y en la formación de la personalidad y sus consecuencias, para bien o para mal, se prolongan a lo largo de la vida de forma difícilmente reversible.
Felizmente superada su concepción tradicional como guardería o preescolar, la etapa de Educación Infantil es considerada por ley como una “etapa con identidad educativa propia”, lo cual no obsta para que le sea reconocido, junto con la etapa de Primaria, un marcado carácter propedéutico.
En el ámbito académico, un niño que acabe la etapa de Primaria sin haber adquirido las competencias instrumentales: lectura comprensiva, expresión oral y escrita, cálculo…, así como hábito de estudio, estrategias de aprendizaje, sentido de la responsabilidad…, está prácticamente abocado al fracaso. Quien comienza a mostrar dificultades de cualquier orden: cognitivas, emocionales, comportamentales… y no sean subsanadas en estos primeros estadios tienden a “cronificarse” y lejos de corregirse, se agravan hasta hacerse prácticamente irresolubles; sin embargo seguimos concentrando todos los esfuerzos más en combatir el fracaso cuando este aparece, que en prevenir las causas. Pasado este periodo crítico, lo único que cabe hacer, en la mayoría de los casos, no es sino una mejor o peor gestión del fracaso, con la consiguiente pérdida de recursos e ilusiones, de medios materiales y humanos.
Por eso os digo, para empoderaros y porque lo creo sinceramente: no hay profesión más importante –y no es ninguna exageración- que la de maestro de Educación Infantil y Primaria. Estad orgullosos de ella. La falta de consideración social de la profesión docente de la que tanto se habla, no es verdad; las encuestas lo desmienten, es de las profesiones más valoradas; de todas formas, el prestigio o desprestigio nos lo ganamos nosotros mismos cada día. La autoridad, entendida como ascendencia, no se impone, se conquista.
El fin último de la educación es la formación integral y equilibrada de todas las dimensiones del ser humano: física, cognitiva, emocional, social, ética…; dicho en terminología aristotélica, la actualización de todas las potencialidades del niño o como dice la ley: “el pleno desarrollo de sus capacidades” y… a través de ella, la transformación de la sociedad; no podemos olvidar la inexcusable responsabilidad social de la educación.
Por ello, el profesor de Matemáticas, Lengua o Educación Física, lo menos importante que tiene que hacer -y esto ha de hacerlo muy bien- es “dar” Matemáticas, Lengua o Educación Física. No se trata de impartir esta o aquella asignatura, sino formar personas a través de esas asignaturas.
Desde esta concepción holística de la enseñanza, la vieja dicotomía entre las funciones instructiva y formativa del maestro, siempre, pero especialmente en estas primeras etapas educativas carece de sentido; ambas están indefectiblemente unidas. Sois, junto con sus padres, co-educadores de los niños –y a veces de los propios padres-; remad, pues, en la misma dirección, para no confundirles y potenciar así los aprendizajes. Y todo ello por dos razones fundamentales:
Primero, por imperativo legal (art. 2, 17… LOMLOE). A los maestros nos compete tanto el desarrollo de la competencia lingüística o matemática de nuestros alumnos, como la adquisición de hábitos de vida saludable o la resolución pacífica de conflictos. En unos casos será una tarea exclusiva y en otros, compartida con los padres.
Segundo, porque querámoslo o no, para bien o para mal, por acción u omisión, los maestros, somos modelos de referencia para nuestros alumnos, sobre todo para aquellos, que por sus circunstancias familiares carecen de dichos modelos; como decía Teresa de Calcuta; “puede que tus hijos [alumnos], no te escuchen, pero te observan continuamente”.
La calidad educativa por encima de aspectos legales, organizativos, presupuestarios e incluso metodológicos, depende fundamentalmente de la interacción entre los factores cognitivos, emocionales y contextuales del alumno y de la calidad personal y profesional del maestro.
En lo que respecta a los alumnos, se hace imprescindible trabajar, por un lado, los aspectos psicológicos, emocionales… de vuestros alumnos: motivación, voluntad, autoestima, autoeficacia, expectativas, resiliencia, locus de control, demora de la satisfacción… porque ahí reside, por encima de sus capacidades cognitivas, la clave del aprendizaje. Aprende solo el que quiere aprender, “puedes obligar a un caballo a ir a la fuente, pero no le puedes obligar a beber”, dice un refrán británico; y, por el otro, conocer lo más exhaustivamente posible su contexto socio-familiar -que es, sin duda, el factor más influyente del éxito o fracaso escolar-, con el objeto de hacer efectiva la función compensatoria que ha de tener la escuela.
En lo que respecta al maestro, dice un proverbio sufí: “maestro no es quien enseña, sino de quien se aprende”. Vuestra tarea no es enseñar –eso lo hace casi cualquiera-, sino que todos vuestros alumnos aprendan, especialmente a aquellos que, como dice la ley, “requieren una atención distinta a la ordinaria”.
Por todo ello, creo que solo deberían llegar a ser maestros, los mejores; no solo académicamente, sino en todas las dimensiones que conforman un profesional competente, entre otras: “saber”, “saber hacer”, “querer hacer”-, porque hay profesiones, como la de maestro, en que lo personal y lo profesional es difícilmente separable; parafraseando a Howard Gardner, “una mala persona no puede ser un buen maestro” o como decía Marcelino Champagnat, “no se puede educar a quien no se ama”.
La docencia es una mezcla de arte y técnica, de corazón y cabeza y requiere una enorme sensibilidad y sutileza por parte del maestro para detectar las necesidades que, de forma sutil, a veces imperceptible, nos demandan los niños”.
La mayoría de vosotros estáis muy motivados, habéis logrado entrar en la carrera de vuestros sueños; otros, sin embargo, estáis aquí por razones ajenas al interés por la docencia; en uno u otro caso, id descubriendo si es esta vuestra vocación; de lo contrario reorientad vuestro rumbo cuanto antes.
Las claves fundamentales del éxito en la vida, en un proyecto… son tener un objetivo altamente deseable y dedicarse a él con sistematicidad y constancia. No os dejéis engañar; nada –aprender un idioma, ponerse en forma, tocar un instrumento, dominar un deporte…- se consigue sin motivación, esfuerzo, tiempo y constancia.
Os invito a hacer un “ejercicio de prospección”: cerrad los ojos, ¿dónde os deseáis ver en el futuro? Pues llegar allí depende, en gran medida, de cada uno de vosotros. La suerte no existe, se provoca.
¡Bienvenidos a esta fascinante aventura!
