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Pensamiento crítico; un mundo feliz

por Luis López
13 de octubre de 2024
en Tribuna
Luis Lopez El Espinar Ok
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Así habla un personaje de Un Mundo Feliz la novela distópica de Aldous Huxley: “… el control no ha cesado… Esto no ha sido bueno para la libertad, pero sí para la felicidad… La felicidad tenía su coste” Describe una sociedad que protege el bienestar a cambio de renunciar a la libertad individual. Hoy, en ello estamos con un gobierno que se empeña en controlar a la opinión pública. El derecho a opinar se ha convertido en el paladín de la vocación democrática; y así es. Nadie que opine en un medio dirá que es una libertad menor ya que, por añadidura, está consagrada en la Carta Magna. Esta tribuna es parte de esa libertad plena que me brinda El Adelantado de Segovia desde hace más de doce años. Pero, detrás de una opinión también despuntan criterios valorativos. Lógico; en eso consiste opinar.

En la novela de Huxley se asegura que “la independencia no fue hecha para el Ser humano” y, tal vez por eso, el gobierno nos pauta el camino adecuado del pensamiento con mensajes estereotipados. Incluso nos tutela con propuestas de ley para controlar medios de comunicación. ¡Hay quien suspiraría leyendo el Granma! Pero no, la libertad de expresión tiene dos límites; el pensamiento crítico del ciudadano y el Código Penal cuando alguien se pasa de frenada; todo lo demás es ventajista demagogia legislativa. El ciudadano debe tener la capacidad de decidir y desechar las opiniones malintencionadas de guion político que cobran vida versionando una realidad. “Pseudomedio” llaman a quien aventa versiones con doblez. Su rechazo depende únicamente del criterio del ciudadano, no de la tutela gubernativa. Hay incluso opiniones y preguntas incómodas que por no gustar al establishment se tachan de valorativas cuando son meramente descriptivas. Vale

Huxley nos explica cómo controlar a la sociedad; “… una verdad se crea por sesenta y dos mil cuatrocientas repeticiones”. ¡El CIS sabe de lo que hablo! Göbbels decía que una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad. Vale, pues la televisión ejerce este arte con maestría para que, después, el ciudadano, desposeído de argumentos propios y convenientemente manipulado, siga repitiendo aquello que escucha. Lo veo en las redes sociales. ¡Presumimos de independencia para ser totalmente dependientes! En fin, un ciudadano estabulado, sin criterio y sintiendo la ficción de libertad dentro del rebaño, es una buena garantía de paz social. Nos acomodamos al cardumen humano.

Frente a la libertad de expresión enjaezada de ideas sórdidas debemos ejercitar un pensamiento crítico que debiera ser un imperativo categórico entrenado en las aulas pero, claro, la sociedad pastueña está educada para ser feliz gracias a doctrinas precocinadas, experiencias instantáneas del hoy y ahora, con anestesia de felicidad en grajeas telemáticas y acostumbrada al no se moleste usted que ya se lo hago —y se lo pienso— yo, de modo que, en la elección entre la ardua razón y la espontánea emoción, preferimos la segunda por estar exenta de esfuerzo olvidándonos de que el pensamiento crítico radica en lo primero. La libertad de expresión sin pensamiento crítico no existe. Debemos aceptar la responsabilidad, en no pocas ocasiones, de reflexionar contracorriente.

Ortega y Gasset, esbozaba la reforma del entendimiento español con cuatro pasos en la toma de conciencia y decisiones. A saber: recopilación de información; entendimiento de lo recopilado; reflexión sobre lo entendido y conclusión sobre el conjunto. Saltémonos uno solo de esos escalones y erraremos el diagnóstico. Antes Francis Bacon —el filósofo, no el pintor— describía el pensamiento crítico con cuatro pasos: duda, reflexión, orden de ideas y el rechazo de la suposición. La teoría la conocemos; la práctica es otra cosa.

El poder —no sólo ahora— está lleno de impostura e hipocresía que manipula y moldea a la opinión pública sin que el ciudadano la coteje. Simplemente la acepta sin tamices. Todo ha crecido en la simiente de la comodidad social, del desinterés por aprender y descubrir. Peor aún, en el estiércol del combate ideológico lleno de filias y fobias. Pero de nosotros depende porque el tratamiento a la dolencia se llama pensamiento crítico y, estoy seguro, que con él —sin tutelas— encontraremos ese mundo feliz —no el de Huxley— en que la libertad de expresión tenga unos cimientos lúcidos, rigurosos, constructivos y sin ataduras. ¿Probamos?

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