Cuesta creer que el hoy parvo y callado pueblo de Villacorta fuera, allá por el siglo XVI, criadero de descubridores de América. El tiempo se ha encargado de ocultar sus aventuras allende el Atlántico. Entre aquellos exploradores almazarroneros, el pionero debió ser Rodrigo de Villacorta, miembro de la tripulación de Cristóbal Colón en su segundo viaje, que zarpó de Cádiz avanzado el año 1493. El destino sonrió a aquel adelantado, como parece demostrar que en 1501 ostentara el cargo de tesorero de las Indias. Y tal vez su buena fortuna animó a otros hijos de su pueblo natal a seguir su estela en el mar. En 1514 se cita a Lope de Villacorta como encomendero en Concepción (Santo Domingo). Juan de Villacorta estaba en Cuba en 1519 y participó en la conquista de México en 1520. Poco después, en 1528, Andrés de Villacorta fue teniente de alcalde de Cumana (Venezuela). Y en los archivos también se cita en tierras americanas a Juan de Villa, hijo del ya mencionado Juan de Villacorta.

¡Qué lejos quedan ahora aquellas empresas transatlánticas! En cinco siglos, Villacorta ha pasado de ser cuna de descubridores a tierra de acogida. Él cruento éxodo acaecido desde mediados del siglo XX amenazó la pervivencia del lugar pero superado el momento más crítico –la década de los 80- presenta de nuevo signos de vigor. En la actualidad suma 21 habitantes, la gran mayoría llegados de otros sitios. Es el caso de Marta Labanda, natural de Benidorm (Alicante). Cansada de trabajar en hostelería y tratar con guiris, decidió hace una década buscar un lugar que fuera la antítesis a su lugar de nacimiento. Lo encontró en Villacorta, donde gestiona el teleclub. Dice estar feliz. “Aquí –relata- te despiertan por la mañana los pájaros, y eso es una maravilla; y las noches de verano puedes ir al campo de fútbol, en La Nava, tumbarte en el césped y disfrutar de la Vía Láctea, ¡eso no lo pueden hacer en Madrid!”. Si el indiscreto visitante pregunta a Labanda por los duros inviernos en la falda de la Sierra de Ayllón, ella niega tal suposición, terciando en ese momento su hija, con un argumento irreprochable: “Podemos hacer muñecos de nieve”.

Villacorta regala paz. Es lo que quiere Luis Manuel Rubio Cuenca, uno de los contados residentes con raíces en el lugar. “A mí me encanta vivir en el campo; Madrid me agobiaba muchísimo”, confiesa. Lleva en Villacorta casi 20 años, respirando aire puro. Trabaja durante los meses de verano como operario de usos múltiples para el Ayuntamiento de Riaza, y también se ofrece para otros cometidos. “Estoy a lo que salga”, recalca. Lamenta la escasez de empleo en la comarca. “Conozco a un montón de gente dispuesta a venir a un pueblo como este, pero como no hay trabajo no acaban de dar el paso”, añade. Él tiene su sueño, el de abrir un restaurante en el pueblo. De hecho, ya tiene terreno. Le falta dinero. Pero no desiste. Por las venas de Villacorta corre sangre, hay vida.
La iglesia de Santa Catalina
En pleno centro de Villacorta se sitúa la iglesia de Santa Catalina, templo que se viste de gala en la festividad de su titular, el 25 de noviembre. Cuentan algunos vecinos del pueblo que la iglesia alberga un valioso artesonado mozárabe…, una sospecha que invita al caminante a acceder al edificio para comprobar su veracidad. En el exterior destaca un llamativo letrero dedicado al Sagrado Corazón de Jesús situado en el remate de la espadaña, con la leyenda “1949. En vos confía este pueblo y anejos”. Tal inscripción recuerda que hasta bien entrado el siglo XX Villacorta contaba con dos pedanías: Alquité y Martín Muñoz de Ayllón. En 1979 el Ayuntamiento fue agregado al de Riaza.

Primorosa colección de objetos litúrgicos
A partir del segundo tercio del siglo XVI, al consolidarse en Castilla la influencia clasicista del norte de Italia, se desarrolló la platería renacentista. Las cruces procesionales, las custodias y los relicarios, entre otros objetos, sirvieron de soporte a un arte que conjuga el fervor religioso con el trabajo minucioso sobre los metales nobles.
La iglesia de Santa Catalina de Villacorta cuenta con una primorosa colección de objetos litúrgicos, ahora conservados en la Colección de Arte Sacro ubicada en Nuestra Señora del Manto, en Riaza. Entre otras piezas se encuentran las que ilustran estas dos páginas.
El Molino de la Ferrería
Antes de que el turismo rural se pusiera de moda, Alejandro Múgica y Mónica Otero ya habían rehabilitado en Villacorta un molino harinero situado junto a una antigua herrería. Lo compraron en 1995, abriendo las puertas de ‘El Molino de la Ferrería’ cuatro años después. “Al principio nos fue muy bien, pero luego la competencia aumentó muchísimo y los intermediarios fueron adquiriendo cada vez más importancia”, declara Múgica, quien insiste en que, ante las dificultades crecientes, su alojamiento, de 12 habitaciones, ha optado por ofrecer la máxima calidad a sus clientes. Merece la pena ir allí, si no es a dormir al menos a degustar la ensalada de cogollos con codornices escabechadas o las albóndigas de ternera con setas. Como diría Carlos Arguiñano, “rico, rico”.

Espectacular enramada
En el marco de las fiestas de San Roque, las más sobresalientes de Villacorta, se celebra desde hace 11 años ‘la enramada’, una recreación de la ancestral costumbre de los mozos de enramar ventanas y balcones de las mozas del lugar. Con el pueblo iluminado por antorchas, un grupo de hombres escenifica aquella vieja tradición ante los balcones de tres mujeres. Pero el espectáculo no acaba ahí, pues a continuación se saca la imagen de San Roque a la puerta de la iglesia y, allí mismo, se bailan unas danzas en su honor.
La vida de antes
En 1955, Guadalupe Arranz se fue a Madrid, donde su marido estaba colocado. Desde entonces, la capital de España ha sido su lugar de residencia. Pero siempre que puede se escapa a su cuna. “El pueblo me tira muchísimo”, afirma. En su memoria se amontonan recuerdos de juventud en Villacorta. Habla de aquellos pastores que daban la cencerrada por Navidad, y todavía se acuerda de las canciones que interpretaban las chicas del lugar en Cuaresma, cuando cada mañana de domingo salían con un crucifijo por las calles pidiendo limosna para el Santo Cristo. Y se entretiene explicando cómo eran las ‘regueras’ de entonces y en qué consistía el rito de bendecir los campos, en la Cruz de Mayo. Tiempos pasados, que ya no volverán.

Un puente romano que no es obra de los romanos
Villacorta se enorgullece de su puente romano. Aunque, en rigor, no sea creación de los romanos sino de almazarroneros nacidos muchos siglos después. En cualquier caso, la datación de la obra –motivo de frecuente debate entre los lugareños- no reduce un ápice su belleza. “Es una preciosidad”, resume Luis Manuel Rubio Cuenca, quien otorga al puente rango de vecino. Todo hijo de Villacorta recuerda alguna escena de infancia o juventud junto al monumento. La octogenaria Guadalupe Arranz, por ejemplo, rememora las muchas veces que bajaba hasta el puente a por el agua del río Vadillo. “A veces –señala- si dejabas el cántaro sobre una pizarra y luego te entretenías un poco hablando con alguien, la base de la vasija se quedaba pegada a la roca, ¡se helaba!”. A Rubio Cuenca, de 52 años, le queda la imagen de las truchas bajo el puente. “Antes había para aburrir, ahora no se ve ni una”, afirma. El reloj trabaja sin descanso, pero el puente permanece inalterable.
Rojos… hasta en el gentilicio
Villacorta es pueblo rojo, no lo puede negar. Desde el punto de vista arquitectónico, el principal material para la construcción de las casas fue la arenisca ferruginosa, perfectamente visible en la sillería de los muros. En cuanto a la organización de las casas, un estudio realizado por el Departamento de Urbanismo de la Escuela Superior de Arquitectura y Arte de la Universidad Europea de Madrid advertía de una curiosidad, la de que un buen número de ellas contaba con corral delantero de tapia baja. Al margen de estas cuestiones arquitectónicas, llama la atención que los vecinos de Villacorta tienen tan interiorizado ser ‘un pueblo rojo’ que hasta su gentilicio, almazarronero, está relacionado con ese color.
Abundancia de lobos
Expone el Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de Pascual Madoz, redactado a mediados del siglo XIX, que el término de Villacorta “cría alguna caza menor y muchos lobos”. El Canis lupus desaparecería más tarde de toda la Sierra de Ayllón, y habrían de pasar bastantes décadas hasta que, recientemente, la especie más temida por los ganaderos haya vuelto a colonizar la comarca.

El lento trabajo del río
Contemplando esta refrescante imagen, un poeta meditará sobre la perseverancia del saltarín río Vadillo para horadar la roca. Pero al caminante tiene ahora mayor interés encontrar una respuesta científica a esta erosión, así que le pregunta a su amigo Andrés Díez. “Los arroyos y torrenteras de la vertiente segoviana de la Sierra de Ayllón –inicia su lección magistral- circulan por gargantas y valles cuyos cauces se labran en la sucesión de pizarras y cuarcitas ordovícicas y silúricas, formadas en un lecho marino entre hace 485 y 425 millones de años”. “Y –prosigue este geólogo- en función de la resistencia y tenacidad de las rocas del lecho a la erosión fluvial, los cauces son una alternancia de pequeños saltos (chorreras) y pozas al pie de cascada (charcas o calderas), con tramos llanos y poco profundos (vados; de ahí el topónimo ‘Vadillo’) en cuyas márgenes se observan cantos rodados de antiguas posiciones del lecho (terrazas), entremezclados con depósitos de vertiente (coluviones)”. Amén.

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Extraido del libro:
Del Color de la Tierra (2019)
Un recorrido por los pueblos rojos, negros y amarillos
de la Sierra de Ayllón segoviana.
Coeditado: Librería Cervantes
y Enrique del Barrio.
https://libreria-cervantes.com/libro/del-color-de-la-tierra_27206
https://enriquedelbarrio.es/tienda/libros/del-color-de-la-tierra-un-recorrido-por-los-pueblos-de-la-sierra-de-ayllon/
