Es imposible, claro está, saber después de 550 años, que habrá pensado la reencarnación teatral de la Reina Doña Isabel, al realizar sobre blanco alazán un paseo por nuestra ciudad. Hay que suponer que antes de salir del Alcázar para asistir al recuerdo de su proclamación, se habría contemplado en su retrato en el magnífico mural que Carlos Muñoz de Pablos pintó en la Sala de la Galera, y poco después verse en otro salido de los pinceles de José Luis L. Saura en la Travesía del Patín.
Apenas cruzado el puente levadizo se encontró la primitiva catedral de Santa María, ante la que rogaría por Enrique IV recientemente fallecido y pediría para ella fortaleza ante lo que le esperaba a sus 23 año, si bien antes, al ser las vidas más cortas, también la madurez solía llegar a edad temprana.
Sorpresa al llegar a la que hoy es Plaza Mayor, entonces un terreno libre, y descubrir que “su” iglesia de San Miguel no está en su sitio, desparecida con su atrio donde se colocó el dosel que cubriría la solemne ceremonia de la proclamación el 13 de diciembre de 1474. Y no digamos otra sorpresa más al contemplar su busto y las dos únicas imágenes auténticas que adornaban la fachada de la primitiva iglesia de San Miguel, que pueden contemplarse en el vestíbulo de uno de los accesos al templo actual.
Estas imaginaciones nos llevan hoy, después de 550 años, a conmemorar muy brillantemente aquella solemne ceremonia de la proclamación de la Reina Isabel por el pueblo y Consistorio de Segovia. La ceremonia recreadora del hecho, hoy en el enlosado de la inexistente entonces nueva catedral, nos encamina hacia estos recuerdos, sin olvidar que la Señora, una vez proclamada, entró en la antigua iglesia para orar y dar gracias, en la que recogió el estandarte real para entregarle seguidamente al abanderado. De regreso, la Reina fue recibida en la primitiva catedral por el obispo y cabildo, donde se cantó un solemne Te Deum. Terminó el recorrido en el Alcázar, recibida por el alcaide de la fortaleza.
Así, pues, hoy tenemos, como antes decía, una rememoración escénica de aquellos acontecimientos, por lo que la Plaza Mayor, Calle Real, Paseo del Salón, plaza de Medina del Campo y otros escenarios se han visto adornados con gallardetes y colgaduras para “trasladarnos” a aquéllas épocas, con presencia de mercados, de exhibiciones medievales, con torneos, músicos, equilibristas, que se han confundido entre el enorme gentío con los agentes de seguridad, sustitutos de medievales vigilantes.
Doña Isabel, en estos momentos, ha removido la curiosidad de todos los segovianos, ha provocado la llegada de más turistas, ha contribuido a un cierto ocasional crecimiento de nuestra economía a través de todos los medios turísticos, y ha ofrecido un mercado medieval amplio, con muchos puestos de productos variadísimos, desde los alimenticios a los oferentes de hierbas de inimaginables virtudes para curar todo tipo de dolencias y malestares.
La “nueva” Doña Isabel aprendió muy bien su papel escenográfico, especialmente en el solemne momento de la jura y de la promesa a los segovianos, secundada por una numerosa representación de “cortesanos” y demás personajes principales de la Corte, que han paseado sus trajes por la ciudad, además de en el cortejo oficial, y en una recreación escénica muy animada.
Sea bienvenida, pues, esta rememoración de la proclamación de la Reina Doña Isabel, cuya vida y obras, junto a Don Fernando, ya como Reyes Católicos, están siendo contadas por historiadores en una notable variedad de libros.
Ante esto, me permito recordar la oportunidad de consultar la gran Historia de Segovia, de Diego de Colmenares, y un interesantísimo artículo del notable historiador Mariano Grau en el primero de sus dos libros titulados “Polvo de archivos”. En él cuenta el episodio de la proclamación gracias, escribe, a que la fortuna quiso poner en mis manos una copia de los testimonios expedidos por el escribano del Concejo segoviano Pedro García de la Torre, presente en los acontecimientos celebrados en Segovia en aquella memorable ocasión. El valioso documento fue encontrado en el Archivo Municipal, donde se conserva, y Grau reproduce el texto original, así como un traslado del mismo a nuestra lengua de hoy. Un minucioso relato que bien merece conocerse.
¡Ah! Y a todo lo positivo y bien organizado, se puede añadir la “ayuda” de la presencia de Doña Isabel para que se haya arreglado la acera a lo largo del enlosado de la catedral, que desde hace varias legislaturas permanecía con numerosos hoyos por desprendimiento de los cantos rodados que la conforman. Hecho que es posible sirva para continuar el ejemplo en otros muchos espacios de la ciudad, de siempre tan maltratada en sus pavimentos.
