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No hables con extraños

por Sergio Plaza Cerezo
29 de septiembre de 2024
en Segovia
Fotograma de Nunca hables con extraños.

Fotograma de Nunca hables con extraños.

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En muchas salas de cine de España, se proyecta “No hables con extraños”, remake hollywoodiense de un film danés reciente. Se trata de una película inquietante, en la que un tipo desinhibido, con simpatía arrolladora, excesiva, propia de muchos psicópatas, aborda a una familia residente en Londres, integrada por expatriados estadounidenses de alto poder adquisitivo. Una vez ganada su confianza, el desconocido invita a sus nuevos “amigos” para que pasen un fin de semana en una finca aislada de la campiña británica. Inmersos en la boca del lobo, todo lo ocurrido a continuación será terrorífico. Los términos se invierten respecto a ”Funny Games” (1997), de Michael Haneke, cuya trama narra la llegada de dos jóvenes perversos a un hogar convertido en infierno absoluto. La maldad en estado puro aparece en la pantalla, veamos una u otra producción.

Recordemos también “La noche del cazador” (1955), protagonizada por Robert Mitchum”: pavor extremo y miedos infantiles, ante la aparición de un hombre malo en casa de una familia encabezada por la madre viuda. No dejen de ver esta obra maestra del séptimo arte, dirigida por Charles Laughton, otro grande del cine clásico en lengua inglesa.

La moraleja del film recién estrenado nos advierte de la conveniencia de ser cautos en el trato con extraños. Tal vez ustedes guarden algún recuerdo relativo a ese tipo, quien, tras cierta conversación, anecdótica a priori, llegó a inquietarles. En algunas ocasiones, el currículum peliculero de los cinéfilos hará que la imaginación vuele, cual causante de sospechas infundadas. No obstante, en otros casos, las bases para el desasosiego podrían tornarse reales.

En cierto pueblecito de Irlanda del Norte, un hombre solitario vivía en una casa independiente, situada junto al cementerio de la iglesia. ¿Recuerdan “Psicosis (1960)? Llegamos allí por la noche, con objeto de alojarnos en régimen de “Bed & Breakfast”, sistema muy recomendable en las Islas Británicas. Parecía que el individuo hacía cosas raras, lo cual me asustó un poco. Miedo en vano; todo fue bien.

En Córdoba, una vez impartido un curso, una alumna, treintañera, tuvo la amabilidad de llevarnos en su coche para conocer la periferia de la metrópoli argentina. Experiencia necesaria para el aprendizaje sobre Urbanismo, en un país donde muchas familias acomodadas se establecen en barrios privados –o “countries”-, muy alejados del centro, que vienen a ser una especie de “no-ciudad”. La buena mujer conducía fatal; y, como en la película que otorga título al artículo, donde también aparecen unas escenas de carretera, estábamos un tanto alerta. Al finalizar el recorrido, en vez de retornar a la ciudad, equivalente argentino de Salamanca, dada la antigüedad y tradición de su universidad, la mujer nos llevó a una estancia remota, junto a las sierras de Córdoba, propiedad de su novio. Ella entró en la casa; mientras, nosotros esperábamos fuera, a la puerta del edificio. El tiempo pasaba: nuestros anfitriones tardaron más de 45 minutos en salir. No pasó nada; y estoy muy agradecido por aquel tour de cortesía. Sin embargo, el incidente me produjo desazón.

En un largo viaje desde Asunción a Córdoba, anterior al relatado en el párrafo previo, dio tiempo a hablar largo y tendido con otro pasajero del autobús. Estábamos en junio de 2002, apenas unos meses después de la crisis económica del famoso corralito. Todo el mundo repetía una frase: el país está fundido. A raíz de aquello, muchos argentinos emigraron.

Una vez en Córdoba, quedamos en tomar un café con aquel señor de mediana edad. Fuimos a buscarle a un aparcamiento a pie de calle, lo que allí denominan “playa”; y notamos algún movimiento extraño. Por otra parte, cuando estábamos con aquel individuo en la plaza San Martín, puro centro de la urbe, se produjo un encuentro sospechoso con una tercera persona; mientras, algo raro advertimos en las palabras intercambiadas entre los dos supuestos amigos.

Plaza San Martín de Córdoba (Argentina). Rafael Bravo.
Plaza San Martín de Córdoba (Argentina). Rafael Bravo.

Desde ese momento, no había forma de quitarse de encima a nuestro acompañante. Como siempre nos gustaba contactar con los viejos emigrantes en los viajes a Latinoamérica, visitamos, a última hora de la tarde, uno de los centros donde se reunían los españoles de Córdoba, ancianos en su mayoría, así como sus descendientes. Aquella tarde-noche había una celebración, con asistencia de gran cantidad de compatriotas, originarios de Lorca, muy numerosos en esta ciudad argentina. Aunque asociamos el gran flujo migratorio desde nuestro país con gallegos y asturianos, cabe reseñar que Granada, Murcia y Almería constituyeron un foco expulsor muy relevante. La nonagenaria Mirtha Legrand, actriz de la Edad de Oro del cine argentino, auténtica leyenda que todavía presenta un programa de televisión, tiene sus raíces más cercanas en la provincia famosa por el rodaje de las películas del spaguetti western.

Los anfitriones murcianos de Córdoba, encantadores, nos invitaron a cenar; y pasamos una velada muy agradable, si bien estábamos tensos, como si, de repente, nos viéramos inmersos en la trama de una película de suspense dirigida por Alfred Hitchcock. El tipo del autobús se unió al festín; y, en esas estábamos. ¿Qué pasaría al abandonar aquel refugio garante de seguridad?

Una vez finalizada la reunión, el argentino tan pesado del autobús –ómnibus como dicen allá- proseguía con su asedio, asfixiante, pues pretendía que fuéramos a tomar algo con él, a pesar de captar que nos encontrábamos a disgusto. El presidente lorquino del Centro se dio cuenta del peligro potencial que podíamos correr; se puso muy serio con el hostigador; y tuvo la amabilidad de llevarnos en su coche al hotel Sussex. En realidad, pasamos la noche en vela, pues el acosador sabía dónde nos alojábamos. Gracias a Dios, no volvimos a cruzarnos con aquel elemento. ¿Qué buscaba? ¿Desde pedirnos dinero a un posible intento de secuestro exprés? Estas eran opciones posibles. Hablo con conocimiento de causa, pues mi familia y yo fuimos víctimas de esta última modalidad delictiva, frecuente en Latinoamérica, años después en Guayaquil; pero, esa es historia para otro artículo.

Calle Oscar Freire (Sao Paulo). Heitor Carvalho.
Calle Oscar Freire (Sao Paulo). Heitor Carvalho.

En la calle Oscar Freire, milla de oro de Jardins, barrio más elegante de Sao Paulo, había un café muy emblemático –creo recordar que era el Santo Grao-, lugar para ver y ser visto. A partir de la cercanía de trato en la distancia corta, correspondiente a ciertos ámbitos de socialización en Brasil, hombres maduros de mucho dinero se mostraban muy cariñosos con las camareras. Por su parte, cuando había cambio de turno, empleados y empleadas se daban un beso, abrazándose, algo también habitual en Argentina. Nuestro hotel estaba cerca; y, durante la estancia en la capital económica del gigante sudamericano, era un placer pasarse por allí a última hora de la tarde, sobre todo en la medida en que podía resultar peligroso alejarse del barrio burgués, propicio para atrincherarse una vez anochecido.

En una de aquellas jornadas, al escuchar nuestro acento, se nos acercó un español, residente en la metrópoli más grande de Sudamérica; y, sin haber bebido ninguno de los contertulios, el hombre insistía y volvía a insistir, con pesadez extrema, para que fuéramos a su casa. Como posible anzuelo, comentaba que tenía mucha amistad con un cantante de nuestro país avecindado en Sao Paulo –o San Pablo, como dicen los argentinos-, quien podría unirse a la reunión en aquel domicilio. Tal vez perdimos la oportunidad de una velada interesante; pero, aquel ahínco, obsesivo, solo promovía desconfianza. Así que no aceptamos la invitación.

Calle de Wangfujing (Beijing). Hal 0005.
Calle de Wangfujing (Beijing). Hal 0005.

Un chico y una chica, veinteañeros con buena presencia, se nos presentaron al salir del metro de Shanghái, identificados como estudiantes deseosos de practicar su inglés, bastante fluido. Según dijeron, eran hermanos; mientras, el muchacho apuntó con la mano a un hotel cercano, para explicar que se trataba de su supuesto centro de trabajo. Una vez que la conversación avanzaba, propusieron ir, todos juntos en buena camaradería, a un salón de té cercano; y, les seguimos, como si fuéramos las ratas atraídas por el flautista de Hamelín.

Recién sentados en una mesa de la segunda planta del recinto, vacío, carente de clientes, se me encendió la lucecita. Habíamos sido víctimas del “timo del té”. ¿Cómo fui tan lerdo para caer en la trampa? Había leído sobre este peligro en mi guía “Rough Guide” de Shanghái, la cual llevaba bajo mi brazo en ese mismo momento. Vaya fallo; pero tuve capacidad de reacción en apenas cinco segundos. Me levanté; hice señas a mi familia; y abandonamos el local a escape. Una vez descendida la escalera, una camarera intentó bloquear la salida; pero, logré abrir la puerta. Así, pudimos salir, si bien con el susto en el cuerpo.

Una profesora argentina, con quien he impartido dos cursos en la Universidad de Buenos Aires, y su marido, otro académico reputado, sí fueron víctimas del engaño: la factura abonada fue abusiva. Nunca una taza de té volverá a costarles tan cara, aunque tomen asiento en la mesa de la “Tea House” más lujosa de Singapur, donde hizo parada la reina de Inglaterra. En fin, gajes del oficio de viajero.

El aprendizaje, derivado de la experiencia adversa, fue puesto a prueba tres años después en Beijing, ni más ni menos que dos veces. Por ello, no devinimos en víctimas del “timo de las pinturas”. En una ocasión, visitamos un restaurante giratorio, ubicado en la azotea de cierto hotel donde se alojan muchos turistas españoles, si bien no era nuestro caso. Desde aquel alto, como si el entorno urbano fuera uno de esos quesos con agujeros, se veía cómo algunas porciones del “hutong” –denominación de los barrios antiguos- habían sido demolidas al milímetro, para dar paso a solares vacíos en espera de rascacielos de próxima edificación.

Cuando abandonamos el edificio, una muchacha china, posicionada de forma estratégica junto a la entrada, se acercó; y, en lengua castellana, nos invitó a visitar una galería de arte próxima. Algunos compatriotas, que acceden a dichas cuevas de Ali Babá, acaban por desembolsar cantidades excesivas a cambio de un cuadro normalito. En las cercanías de la calle Wangfujing, arteria pekinesa que me recuerda a Preciados en Madrid, junto a un restaurante en el que cenamos dos veces, enfrentamos la segunda tentativa destinada a que, cuales supuestos inocentes, cayéramos en el “timo del té”.

Parque Kennedy en Lima. Thérèse Hébert & Jean Robert Thibault.
Parque Kennedy en Lima. Thérèse Hébert & Jean Robert Thibault.

Miraflores es barrio burgués y bohemio, donde todavía residen muchas familias limeñas con prosapia, venidas a menos. En un paseo con mi hermano por sus calles, recién anochecido, nos abordaron unos músicos brasileños. Un vecino del distrito, quién creyó percibir algo raro en dicha aproximación, se presentó como nuestro salvador. Éramos jóvenes e ingenuos: salimos de Málaga; y pudimos meternos en Malagón. A primeras de cambio, el hombre, dotado de una simpatía arrolladora, nos invitó a su casa. Una vez en el domicilio privado, nos mostró su pistola, algo que nos dejó impactados. De forma afortunada, aquello quedó en falsa alarma: este señor, que tenía cuarenta años de edad, y su novia, chino-peruana, mucho más joven, nos acompañaron en algunos de nuestros recorridos por la capital del Perú. Este interlocutor, descendiente de un presidente de aquella república, pertenecía a una familia de antiguos hacendados. Por vez primera, fuimos con nuestro “guíamigo”, a un “chifa”, donde disfrutamos de una cena espléndida; ahora, este tipo de restaurante, cantonés pero acriollado, ya existe en Madrid, urbe donde puedes elegir entre más de un buen arroz chaufa. El limeño, castizo, pensó en que un desayuno con chicharrones sería una buena idea. Aquello sí que me dejó hecho polvo. Cuando pensaba en aquella experiencia gastronómica, meses después, me daban arcadas. La gastroenteritis fue efecto colateral de hablar con aquel personaje; pero, en balance, el recuerdo del trato con el anfitrión afable es muy satisfactorio.

Calle Palma (Asunción). Arthuro SantaCruz.
Calle Palma (Asunción). Arthuro SantaCruz.

En las semanas pasadas como profesor visitante en la Universidad del Norte, los paseos por la calle Palma, arteria principal de Asunción, fueron recurrentes. De forma casual, nos cruzamos con un ciudadano español avecindado en la capital de Paraguay; y quedamos para tomar algo en una cafetería muy agradable, justo al día siguiente. Se trataba de un madrileño; por cierto, originario del pueblo segoviano de Casla. Las cosas no le habían ido bien: había perdido sus ahorros, creo recordar que unos catorce millones de las antiguas pesetas, como consecuencia de una crisis bancaria en aquel país sudamericano.

Por aquel entonces, tan ingenuo, pensé en que éramos afortunado por vivir en España, donde esas cosas no debían ocurrir. Cuánto me acordé del señor vinculado a la sierra, años después, cuando mi familia y yo sufrimos una merma, muy superior, de nuestro patrimonio en el mercado de valores. En Asunción, no surgió la inquietud, dado que fue un placer conversar con el transeúnte desconocido, pariente lejano más que probable, puesto que todos los segovianos con raíces profundas, es decir, “pata negra” diríamos en broma, tenemos, como mínimo, algún ascendiente común que vivió en los siglos XVI o XVII. Créanme: pura estadística genealógica, una de mis aficiones favoritas.

En cierto café de Segovia, un matrimonio de jubilados entabló conversación con mi familia. Como era probable que nos encontráramos al día siguiente en el mismo emplazamiento, mi hermano me pidió que, si eso acontecía, fuera cortés con el marido, quien, había sufrido depresiones. El hombre, muy serio, me causó buena impresión. Si Ernesto y yo sabíamos convertir en protagonista a nuestra contraparte, un dato jugaba a favor de mi interés por mantener esa charla posible, dados los orígenes del señor en una de mis comarcas españolas “de culto”. Algunas de estas jurisdicciones, de ámbito inferior al provincial, me fascinan; y ésta era una de ellas. Así, la plática derivó hacia temática regional, territorial, una de mis favoritas, dada mi querencia particular, obsesiva, por cuestiones de ámbito geográfico.

Esta pareja, sin orígenes segovianos, residía en otra urbe, que no era Madrid. Por lo que contaron, les gustaba pasar temporadas, de forma periódica, a los pies del acueducto. La mujer sí había mantenido vínculo pretérito con la ciudad; pero, no dejaba de sorprenderme aquella querencia, pues su biografía incorporaba cierto episodio, muy triste, relacionado con el municipio profuso en iglesias románicas.

Esta señora hacía preguntas indiscretas; y, además, nada más conocernos, inició un bombardeo de mensajes, vía whatsapp, remitidos a mi madre, cuales misiles hipersónicos, uno tras otro. Según se desprendía de aquella situación, a partir del aburrimiento, la mujer pretendía que quedáramos a diario, lo cual nos procuró agobio, sensación de hostigamiento. Mi hermano fue quien lo pasó peor durante aquellos días de pesadilla fugaz. Cortamos por lo sano; y sanseacabó.

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