Una fotografía. Una pintura. Sí, una pintura es un fotograma. Una pintura es cine. Y el cineasta camina por un museo, camina despacio, observa con detenimiento lo que se encuentra. En este escrito intentaremos acompañar al cineasta, a un creador.
Al mismo tiempo me acerco a uno de los estantes. Es un libro que creo tener ubicado y que al final encuentro. Le cuesta salir del estante. Hace mucho tiempo que no lo he abierto y parece más cerrado de lo normal, como si algunas páginas amarillentas se hubieran pegado con otras. El libro es “Tim Burton por Tim Burton”. Me detengo de pie y lo hojeo. Me fijo en las palabras del actor Johnny Depp: “Pasando de los deseos, esperanzas y sueños del estudio de tener a una gran estrella con tirón demostrado de taquilla, me eligió a mí. Inmediatamente me convertí en una persona creyente, convencido de que se debía a alguna clase de intervención divina. Para mí, este papel no era sólo un avance en mi carrera. Este papel (“Eduardo Manostijeras”) era la libertad. Libertad para crear, experimentar, aprender y exorcizar algo de mí. Me rescataba del mundo de la producción de masas, de la muerte en la televisión comecocos, por aquel joven brillante y extraño que había pasado su juventud haciendo dibujos raros y pateando las calles de Burbank sintiéndose, él también, bastante monstruoso (como descubriría más tarde)”.
Ese hombre que pasea por el Museo del Prado, en Madrid, es Tim Burton. Han pasado muchos años desde que conoció a Depp. ¿Y qué hace en Madrid? Seguramente se sorprende. Se detiene delante de un cuadro. ¡Mi cuadro favorito! -dice-, ¡Mi cuadro favorito! Burton queda asombrado. Es “El jardín de las delicias” de El Bosco.
Pero sigamos también con Depp, con su retrato de Burton: “Era un hombre pálido, de aspecto frágil y ojos tristes, con un pelo que expresaba muchas más cosas que la lucha de la noche anterior con la almohada”.
Burton se hace una pregunta a sí mismo: “La gente me pregunta cuándo voy a hacer una película con gente real. ¿Qué es real?”
Sí, Tim. ¿Qué es real?
En estos estantes de mis bibliotecas están, además de “Burton por Burton”, los libros de Manolo Marinero, sus diccionarios. Durante un tiempo tuve que consultarlos en una biblioteca pública. Afortunadamente me los regalaron tiempo después. Ahora los tengo bien cerca. Son no sólo libros, son fuertes recuerdos.

Marinero: Letra e. He pensado en “Eduardo Manostijeras” porque es posiblemente la primera película de Burton que ví. Marinero: “El mejor cuento de hadas, en mucho tiempo, posiblemente le hubiera gustado más a Walt Disney que las películas que han producido con su nombre sus herederos. Vincent Price tiene aquí una dimensión “sagrada””.
Sigo en la letra e. A propósito de la que quizá es la mejor película de Burton, “Ed Wood”: “(…) Johnny Depp transmite el entusiasmo injustificable de Ed Wood, director de “las peores películas de todos los tiempos” y su indisponibilidad al desaliento”.
A la hora de escribir estas líneas “Bitelchús Bitelchús” es la película que tengo más fresca. Elena me dice que es una “locura inexplicable”. No sé si eso es bueno o malo pero sí sé que me gusta ver a Michael Keaton de nuevo en el papel de Bitelchús. Keaton transmite alegría. Por él ya merece la pena ver la película. Quiero tener presente esa película y gracias a ella no olvidar a Burton. Ojalá siga filmando muchos años más. “Bitelchús Bitelchús” se convierte en un taquillazo para espantar los fantasmas del fracaso. Conseguido, Burton seguirá filmando.
¡Batman! ¡Batman vuelve! Todos queríamos ver aquellos taquillazos, aquellas películas. Parecen mentira los muchos años que han pasado. Aquel Joker de Jack Nicholson y aquel Pingüino de Danny DeVito. Luego fueron Heath Ledger y Joaquin Phoenix. Y aquella Catwoman burtoniana de Michelle Pfeiffer en plenitud sería Anne Hathaway. Es la vitalidad del cine, su poder.
El paso del tiempo deja a todos los y las intérpretes sepultados. Nos deja. ¡Un recuerdo! Un doblete de películas para una tarde: Primero la estupenda “Michael Collins” de Neil Jordan y reservo la segunda película para “Mars Attacks!” Salgo de la sala de cine entusiasmado con Burton, con actores y actrices en estado de plenitud, con Danny Elfman soberbio.
Mark Salisbury sobre esta película: “Es una película en la que el mundo está una vez más vuelto del revés, en el que todos sus líderes más representativos (los medios, los militares, los científicos y los políticos) fracasan, mientras que son de nuevo los desclasados (los no queridos, los incomprendidos, los inocentes) los que triunfan”. Es decir, estamos ante Tim Burton en estado puro.
Burton: “(…) hasta cosas que se ven como comerciales, como “Batman”, cosas que la gente se cree que no son personales, para mí han de tener algo mío. Aunque sólo sea un pensamiento”.
En “Bitelchús” se ríe de la muerte. ¡Eso es Burton!

Pensé: Siempre hay que esperar algo de Burton. Yo siempre lo hago cuando patina y creo ver sus buenas intenciones. Pero, pero, ¡pero! Pero tanto cine de Burton queda olvidado. ¿Cómo escribir pues de ese cine? De cualquier cine. Veo “Big fish”, por ejemplo, en su estreno. La olvido. Un olvido terrible. Hace relativamente poco vuelvo a verla con Elena. Ambos la olvidamos. ¿Hay que seguir viéndola o hay que dejarla ir?.
Recordaré al menos el rostro del gran Albert Finney. ¡No lo olvides! Repite su apellido, Finney, Finney, Finney.
Soy un fantasma atrapado en una biblioteca y no encuentro los libros que busco. Las películas van quedando olvidadas y me voy olvidando de mí mismo. Van quedando mis carencias, mis repeticiones, el agotamiento. Es mi negligencia ahora de atesorar lo que me ha pasado. Rápido, rápido, abre el Cine del Clavo Ardiendo.
Tim Burton pasó su infancia en Burbank (California), cerca del cine, cerca de Hollywood. Y las salas de cine de Burbank todavía no habían desaparecido. A Burton pronto le interesan las películas de monstruos. Le gusta dibujar y descubre a Ray Harryhausen y sus argonautas, esos a los que estaría siempre homenajeando, como en “El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares”, un maravilloso desvarío protagonizado por la estupenda y sonriente Eva Green.
El libro de “Tim Burton por Tim Burton” está publicado por Alba Editorial. Está plagado de dibujos de Burton, para entenderle mejor. Lo recomiendo al lector. Dice Burton: “Recuerdo un día que me sentía muy frustrado porque me encanta dibujar pero en realidad no lo hago muy bien. Pero un día algo hizo “clic” en mi cerebro. Estaba dibujando y pensé: “Joder, no me importa si sé dibujar o no. Me gusta y ya está”. Y juro por Dios que de un segundo para otro, sentí una libertad que no había tenido antes. A partir de ese momento, no me importó si no podía hacer que la figura humana se pareciera a la figura humana. No me importó si le gustaba a la gente. Fue una sensación de libertad casi como producida por las drogas. Y lucho contra eso cada día, contra la persona que te dice: “No puedes hacer eso. No tiene sentido”. Cada día es una pelea. Es cuestión de tratar de mantener un mínimo de libertad”.
No le gustó el régimen de Disney de artista más obrero de fábrica en “Tod y Tobi”. Pensaba que era un zombi sin personalidad.
¿En qué se ha convertido Tim Burton con los años? Es posible que otro Tim Burton se ha comido al primer Tim Burton. ¿Se ha acomodado? Insisto en mi postura. Sigue mereciendo la pena ver sus películas. No se parecen a nada. Surge la sonrisa del espectador al contemplar que una película “existía” en un limbo y él, mentalista, la saca a la luz.
Aprendiz de brujo en Disney, tras “Taron y el caldero mágico” tiene la gran oportunidad, el auténtico origen de Burton: “Vincent”, de 1982, con su admirado Vincent Price.
¡El sueño es posible! Maravilla en un cine que sólo dura cinco minutos.
El Batman de Burton es la respuesta o la pregunta al hipervitaminado y enfático de Christopher Nolan. ¡Qué pelmazo Nolan!
Sigue y sigue Burton en el museo del Prado. Sigue detenido ante “El jardín de las delicias” y se nos queda mirando. Quizá tiene unos poderes sobrenaturales y se da cuenta que él observa a El Bosco y que nosotros le observamos a él. Y, yo, quizá, también soy observado en estos escritos. ¿Lector?
Yo sigo en mi confusión, pregunto a lo perdido y no devuelve nada. Me repito, me repito y me voy dando cuenta de ello. De nuevo mis carencias y voy quedando exhausto. Rápido, rápido, me dice una voz, mira aquella película y escibe sobre ella. Aunque sólo sea el título, la mirada de una actriz o de un muñeco.

Busquemos algo divertido en la tiniebla.
Miremos el rostro de Danny DeVito o de Michelle Pfeiffer o Christopher Lee o Eva Green o por supuesto Johnny Depp. Esperan nuevas historias del Universo Burton.
Recuerdo aquel pase, con amigos, aquella proyección de “Sleepy Hollow”. ¡Qué fascinación! Ahora, afortunadamente, el amigo Manolo Marinero se asoma aquí y nos cuenta: “(…) Esta bellísima película que casa el cine policíaco y el terror gótico demuestra, como otras del mismo director, lo eficaces que pueden ser los efectos visuales usados con inteligencia”.
De repente, en mi búsqueda de libros en mis bibliotecas, he descubierto una belleza, un librito delicioso titulado “El cuento de Augie Wren”, de Paul Auster. Está publicado por Lumen. Mientras leo, me detengo rápidamente en una frase: “Si no miras con detenimiento, nunca conseguirás ver nada”.
Detenimiento y concentración. Ya habré olvidado “Sleepy Hollow” porque hace mucho tiempo que la vi, o ya habré olvidado “Sweeney Todd”. Me dicen que lo bueno de olvidar es que luego, si vuelves a ver la película, es como si fuera la primera vez que la ves. No acabo de estar muy convencido de esta idea. No sé como responder efectivamente al olvido. Quizá la respuesta sean nuestras bibliotecas. Biblioteca de un único libro, como ese “Burton por Burton” que hemos estado revisando, biblioteca de un pequeño estante, librería en la que hojeamos ese libro que no podemos comprar si el bolsillo es pequeño. Biblioteca pública de barrio, quizá la mejor. Y luego las grandes bibliotecas regionales o la abrumadora Biblioteca Nacional. Rescates.
Podría detenerme en la magia de “Pesadilla antes de Navidad”, en colaboración con Henry Selick o en la arrinconada “Big eyes” o en su particular “Dumbo”. Pero es que ni siquiera puedo asegurarme de si “Eduardo Manostijeras” me gustó o no. En ese punto estamos. ¿Qué tal trabajó Johnny Depp? ¿Qué tal lo hacía Winona Ryder? Si no recuerdo quizá sea porque no era valiosa para mí. No lo sé. Desmemoria.
Dejas de ordenar. Es algo monstruoso. Sí, Depp y Ryder. La primera película de Burton que ví (eso creo).
Y no queda nada. No queda nada. Y me viene a la cabeza aquel pensamiento que leí, no sé a quién (he querido olvidarlo). El pensamiento: “El cine no sirve para nada”.
“Cuéntame un cuento”. Y ahí, la respuesta al pensamiento. Una de ellas: Burton. La sonrisa de Johnny Depp en “Ed Wood”. Ahí seguirá para tantos espectadores que la verán por primera vez o para los que ya la vimos y se fue como un susurro.
Observemos con detenimento, como dice Auster. Encuentro amigos, como Vivas Plá, reticentes a Burton, que piensan en su asimilación al “mainstream”, que me dicen que han dejado de seguirle hace mucho tiempo. Otros, como Rubén Sánchez, se quedan en lo positivo: “El corto de “Vincent” es de lo mejor que se ha hecho nunca. (…) Cuando ser diferente a las masas no era “cool” ni moderno, sólo Tim Burton se atrevió a ir a contracorriente buscando la comodidad en la oscuridad”.
Pero lo que más me gusta viene de mi viejo amigo Carlos Gracia, que sabe muchísimo más de cine que yo. Es, literalmente, un hombre rodeado por el cine, como si fuera un poderoso escudo.
Gracia: “Cuando no tenemos noticias de Tim, habría que invocarlo para que estrenase nueva película: “¡Burton, Burton, Burton!”
Absolutamente. A invocarlo.
