El Museo Thyssen recupera al pintor Jean-Léon Gérôme, despreciado en Francia y olvidado en Europa, en una exposición en la que no solo se descubre a uno de los pintores más emblemáticos del academicismo francés, sino a uno de los grandes creadores de imágenes del siglo XIX.
Con 57 obras, la muestra es una versión reducida de otras anteriores, pero en ella están las piezas esenciales de Gérôme (1824-1904).
Pintor despreciado por su enfrentamiento con los impresionistas y olvidado en Europa, fue «uno de los artistas franceses más destacados de su época», en opinión de Guillermo Solana, director artístico del Thysssen.
Édouard Papet, conservador jefe del museo d’Orsay y comisario de la muestra junto a Laurence des Cars y Dominique de Font-Réaulx, señaló que la exposición contiene «las obras maestras de la pintura y de la escultura de Gérôme».
Olvidado en Europa «y despreciado en Francia, donde tuvo que pagar un precio muy caro por su posición contra el impresionismo», en EEUU siempre estuvo considerado como uno de los grandes artistas galos del XIX. «Persona muy erudita, fue uno de los primeros creadores de imágenes. Utilizó la escenografía de forma magistral para las reconstrucciones de la antigüedad y de sus visiones de Oriente», comentó el comisario.
Otro de los aspectos que destaca en la pintura de Gérôme es el cinematográfico «algo que atrajo mucho en EEUU. Sus obras inspiraron directamente escenas de las grandes producciones cinematográficas de temática histórica».
Gérôme se familiarizó con la nueva creación fotográfica y recurrió a instantáneas para componer algunos de sus cuadros y, sobre todo, aprendió a aprovechar el medio para vender su obra. Desde 1859, el creador utilizó reproducciones fotográficas y estampas para divulgar sus trabajos.
Édouard Papet recordó que a los 54 años el artista decidió dejar la pintura y convertirse en escultor «y, aunque nunca había modelado, se convirtió en uno de los más importantes de la época. Revolucionó la escultura y reinventó la talla con policromía».
El recorrido se inicia con el Géôme más academicista, influido por Ingres y Delaroche, con obras de estilo neogriego como Pelea de gallos con el que logró gran éxito en su presentación en el Salón de 1847.
En la sala dedicada al orientalismo se puede apreciar como tanto en sus pinturas costumbristas como en sus paisajes y personajes muestra una profunda fidelidad en la reconstrucción de lugares y ambientes, así como interés en la representación de lo pintoresco en arquitecturas o en indumentarias exóticas. Perfectamente documentada, su obra orientalista se nutre de los bocetos realizados durante sus numerosos viajes por Egipto y Asia Menor, así como de las fotografías tomadas in situ por sus compañeros de viaje. En este apartado se puede contemplar Vendedor de alfombras en El Cairo o el emblemático El bardo africano.
Núcleo central de la muestra es la representación de su pintura de historia, incluyendo los grandes temas que centraron su atención: la Roma antigua, las escenas napoleónicas y las del reinado de Luis XIV, con «La muerte de César» (1867) o Pollice Verso (1872).
El recorrido finaliza con las obras escultóricas a las que dio color, como Tanagra, y con las pinturas en las que el mismo se nos representa en su taller de escultura «como un Pigmalión moderno», comentó el comisario.
