Juan Manuel Santamaría (*)
Voy a mostrar imágenes de un camino al que pocos igualan en belleza. Es el que une el barrio segoviano de San Marcos con Zamarramala, muchas veces pintado, descrito y aún cantado, en su totalidad o parcialmente. Tanto, que vamos a necesitar tres domingos para completarlo… ¡y no lo completaremos!
Empezamos con esta fotografía pictórica relativamente reciente (2010) de Eduardo Garay, “San Marcos, la Vera Cruz y Zamarramala”, que recoge un magnífico nevadón invernal.
A Manuel Trapero Ballesteros, subiendo la carretera, le ganó la Vera Cruz. Y ahí se quedó:
“A la vera de un camino polvoriento
que aceza zigzagueante en parda loma,
-¡oro viejo y nostalgia de Castilla
con ecos medievales de lamento!-
su traza, lanza en ristre, al fondo asoma
la Vera Cruz, cenceña y amarilla.”

Hay una ingenua pintura del siglo XVII, “Escondiendo la imagen de la Virgen de la Fuencisla”, que narra una historia ligada a un paisaje: el sacerdote don Lázaro, que aparece varias veces, ha cogido la imagen de su ermita y la traslada a la iglesia de San Gil, bajo cuyas bóvedas la escondió a la llegada de los musulmanes. El cuadro es muy descriptivo: vemos el ábside de la antigua Catedral, el Alcázar con sus cúpulas cubiertas de teja, el Lazareto, la iglesia de San Marcos, la arboleda del Eresma, la ermita primitiva, la Vera Cruz y el camino de Zamarramala, que se pintaba por primera vez…
Daniel Zuloaga salía de su taller en busca de lugares que le atrajesen, los pintaba a la acuarela y luego los pasaba al barro. Uno de esos parajes fue el Camino de Zamarramala visto desde el Alcázar. Y lo pintó con colores suaves, de forma muy descriptiva: tras el piso de arena, el poyo corrido y los hierros del primer plano vienen los chopos del parque y las casas del barrio de San Marcos que, doblando hacia la izquierda se abren al convento de carmelitas y a la alameda de la Fuencisla; a la derecha de este conjunto pintó la larga tapia de la finca conventual y el camino, a cuyos lados aparecen la Vera Cruz, las suaves lomas de las Cuestas y, casi perdido en el horizonte, el caserío del pueblo.

El barrio de San Marcos, las Cuestas, el zigzagueante camino que las corta, la Vera Cruz y Zamarramala confundiéndose con el cielo también ganaron la atención del vasco Valentín de Zubiaurre que llevó este paisaje, cobrizo y seco a muchos de sus cuadros, que pintaba repitiendo siempre el mismo esquema: lo llevaba al lienzo, solo o acompañado de fragmentos de otros caminos como los que conducen a un castillo o a las Hoces del Duratón. Luego, delante, colocaba un segoviano, una segoviana, una pareja, una fiesta popular… Y con esos cuadros enseñó al mundo que existía este paraje incomparable.
Aurelio García Lesmes, vallisoletano y uno de los grandes paisajistas castellanos, llegó a Segovia con ganas de pintar y también se vio arrebatado por lo que vio desde los jardines del Alcázar: la vegetación del río, las casas del barrio caminero de San Marcos, las cuestas divididas en dos por la carretera, el cenobio carmelitano y la Vera Cruz, parándose en el cortado rocoso donde tantos jóvenes han practicado escalada. ¿Qué habrá sido de este lienzo del que sólo conozco esta imagen tomada de las amarillentas páginas de un viejo periódico? Cómo me gustaría que alguien leyera esta entrada y me dijera que lo tiene en su casa.

Con Cristóbal Ruiz, maestro de las pinceladas depuradas, de la pintura tenue y de las imágenes imprecisas, llega otra cara de este fantástico paisaje. Eligió un punto de vista diferente, Zamarramala, y lo que se ve aparece desde la dirección opuesta a lo que se nos ha mostrado hasta ahora: a la derecha la Vera Cruz y la carretera que se pierde antes de confundirse con el Alcázar. La mancha verde de los nacientes trigales impide que el lienzo sea prácticamente monocromo. Cristóbal Ruiz crea una genialidad con el entorno difuso, los edificios confundiéndose con los campos y el sol de aurora continuado en las doradas mieses de la meseta que se pierden en el horizonte.
Hay otro cuadro magistral, pintado en 1928 por un joven Lope Tablada de Diego que iniciaba su carrera de gran colorista. La incomparable panorámica, vertebrada por el camino de Zamarramala, aparece descrita al detalle con la sucesión escalonada de cuestas, el vallejo, la iglesia de la Vera Cruz, la tapia que aísla el convento de los Carmelitas, el corte rocoso que deja ver plano de deslizamiento de la falla y el caserío del pueblo. Todo con unos colores que el artista le debió pedir prestados a la aurora.

Después de haber puesto la pintura de un joven Lope Tablada quiero hablar de ésta, pintada el mismo año, 1928, por un aficionado, Luis Felipe de Peñalosa, que aprovechó para soporte la tapa de cartón de una carpeta. Es también la descripción detallada del mismo atractivo paraje, aunque desarrollada con formas ingenuas. Abajo, la iglesia y casas de San Marcos de donde arranca el camino que, tras rebasar la Vera Cruz, dobla para confundirse con la tapia del convento de carmelitas y sube hasta Zamarramala, minúscula agrupación de casas sobre las que pesa el gran cúmulo de nubes que se ha formado en el cielo.
“Camino de Zamarramala” es como tituló Francisco de Cáceres su paisane pintado con tinta en 1929. Para acompañar a esta tan sintética como acertada mancha creo que nada mejor que un texto de Julián María Otero. En su Itinerario Sentimental, el escritor nos dice que había llegado a la explanada del Alcázar, desde donde mira y nos cuenta lo que ve: “Entre el camino y el cielo, el yermo abierto en surcos. Arriba, tan altos como el Alcázar, mirando frente a la ciudad, sobre los surcos, un campanario y unas casas. Para llegar al campanario de la altura un camino corta el yermo en zig-zag, llevando la imaginación a lugares de ensueño”.

Eduardo Martínez Vázquez, uno de los grandes paisajistas castellanos, dirigió el Curso de Pintura de Paisaje de Segovia los años 1950, 1951, 1952 y 1953, y aprovechó su estancia en la ciudad para pintar varios paisajes, incluyendo este que aquí muestro. No fue a pintar el camino de Zamarramala pero, como estaba allí, no pudo resistirse a su fascinación y lo incluyó en esta preciosa vista que se enriquece con la inclusión en primer plano de unas berzas a las que siguen la Puerta de Santiago y la lastra que se extiende al otro lado del Eresma.
El domingo que viene, si el dios de la imprenta quiere, veremos más.
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* Supernumerario de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce.
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