Anda el patio revuelto en torno a la jornada continuada.
Si doy rienda suelta a ocurrencias sobre cualquier materia, me pregunto si no voy a tener alguna conclusión, siquiera provisional, sobre este asunto después de treinta y ocho años de prácticas. La tengo, otra cosa es que guste a todos o que tenga razón.
No podremos entendernos si no partimos de que la escuela hoy, probablemente siempre, tiene dos cometidos: servicio a las familias y socialización de los niños. Llevan mareando con la educación, el aprendizaje, los valores y, por supuesto, la propaganda, gubernamental y de la otra. Como si la mente del educando fuera una lavadora donde se puede meter de todo y solo consistiera en apretar los botones convenientes.
Como maestro afirmo los inconvenientes de ejercer la profesión después de comer. Qué difícil practicarla entre los vapores de la digestión, con el solecito de la ventana o al calor de la estufa. Eso si no tienes que dar de comer a los tuyos, transportarte entre sesión y sesión, etc. Qué bonito cerrar la escuela a las tres y olvidarte hasta el día siguiente, por mucho que tengas que madrugar.
Como padre de alumna creo que tengo derecho a opinar. Creo que tengo derecho a votar. Creo que tengo derecho a decidir cuál es el tipo de jornada escolar que me viene mejor o puede favorecer más a mi hija. En la medida en que el lugar donde vivo ofrece alternativas de ocio (deporte, música, teatro…) casi me gusta que la escuela dure poco. En la medida en que la escuela constituye el único elemento de dinamización cultural, la jornada única conduce a los niños al aburrimiento. No todos vivimos en ciudades con grandes ofertas, llenas de posibilidades, ni todos tenemos tiempo, ganas y dinero para llevar a nuestros hijos a ballet, a inglés o a taekuondo.
La batalla se alimenta de dos frentes. El gremio de los maestros y la intendencia de las familias. A mi modo de ver, sobre todo en lo tocante a los funcionarios, servicio público por definición, debería primar el interés de la ciudadanía. Otra cosa es cómo se paguen y se compensen los intereses profesionales. Por tanto, los políticos, siempre hambrientos de votos, deberían escuchar y complacer a los padres, que por lo menos son más.
Ya veo a algunos compañeros de profesión acusándome de traidor. He disfrutado algunos años de la jornada continua y ahora despotrico contra ella. Seguid perorando. Sé, por experiencia propia, que los maestros somos unos artistas justificando nuestras acciones.
En estos casos se lamenta que no afloren consideraciones de altura. Por ejemplo: ¿qué es lo mejor para una persona de 3, 5, 8, años? ¿De verdad es tan bueno levantar a los niños a las ocho de la mañana y traerlos del colegio a las tres de la tarde? ¿No era más racional tres horas por la mañana, con recreo en patio socializante incluido, y dos horillas por la tarde? ¿Prefieren los señores maestros que tan vanidosamente se dejan llamar profesores, dar sus cinco o seis horas lectivas seguidas? Eso no se lo planteaban cuando estaban caninos por entrar en la profesión. Pero luego, claro, eso de vivir en los pueblos es una leche y para ir y venir de la capital hay que arrear, que el invierno es muy largo.
Si este problema está así, de enquistado y radicalizado, ponte tú a considerar cuestiones de calado como qué enseñar, cómo enseñar, distinción entre educación, pedagogía y didáctica.
De tal forma que un maestro llega a la jubilación y puede sentir que ha sido toda su vida un impostor. A no ser que se encuentre con un antiguo alumno y le regale unas alabanzas que ya quisiera lucirlas en la pechera como medallas para exhibir. Si ese cariño, si ese agradecimiento, anida en los corazones de algunos el maestro se siente pagado y aborda el último tramo con más resignación.
Sea como sea ver a los niños ir y venir de la escuela es la alegría más bonita de pueblos y ciudades. El día que falta su algarabía por las calles se alza sobre los pavimentos una niebla apenas visible, muy parecida a la indiferencia y a la desesperanza. Para disimular la cultura del espectáculo produce artificiosidades varias. ¡Viva la escuela!
