David Cameron (Londres, 1966) sorprendió con una arrolladora victoria en las generales celebradas en Reino Unido este jueves, en las que el aspirante a la reelección se resarció de la decepción de 2010, cuando, en su estreno como candidato conservador, se le escapó la hegemonía en Westminster en este sentido.
Su principal reto, según confesó en su primera intervención, será “mantener al país unido” ante un panorama en el que el nacionalismo escocés, tras la derrota de la independencia en referéndum hace ocho meses, ganó peso propio en el Parlamento.
El lema de “una nación, un Reino Unido”, que reivindicó ayer, no será, sin embargo, el único desafío, ya que su Gobierno tendrá que hacer frente a un déficit que la pasada legislatura tan solo se redujo la mitad de lo esperado y, sobre todo, a las divisiones que su prometido plebiscito de continuidad en la Unión Europea podría generar en el seno de los conservadores.
No obstante, tras cinco años al frente de una coalición, el autoproclamado “heredero natural” del estilo de Tony Blair contará, por primera vez, con el margen de maniobra de una administración monocolor. Si hace cinco años la vieja guardia de su partido se había mostrado incómoda con el pacto con los liberaldemócratas, esta jornada, a la espera de confirmación del escrutinio final, Cameron les entregará la mayoría absoluta.
Ni las encuestas, ni la historia, estaban a su favor. Durante meses, los sondeos habían anticipado un escenario sin vencedores claros que abocaba a Reino Unido a un panorama de negociaciones post-electorales. Su gesta ha sido considerable. Tan solo hay dos precedentes en la historia en los donde se ha producido un hecho parecido.
