Nada menos que en El Quijote, Miguel de Cervantes dio relación de los lugares insignes de la picaresca española: Percheles de Málaga, Compás de Sevilla, Azoguejo de Segovia, Olivera de Valencia, Rondilla de Granada, Playa de Sanlúcar, Potro de Córdoba y Ventillas de Toledo. Y allí aparece nuestro Azoguejo, un espacio que el flamenco Jan Cornelisz Vermeyen fue el primero en dibujar. Vino a Segovia el año 1535, en el séquito del emperador Carlos, que marchaba contra Orán. Se apoyó en el contrafuerte de la escalera que bajaba del Postigo del Consuelo y dibujó el Acueducto y su entorno. Fantaseando un tanto, retiró la iglesia románica de Santa Columba, introdujo palmeras como las que luego vería en África y cerró, esto tal cual debía estar, con el convento de San Francisco.
En torno a 1920, a Brañez de Hoyos, además de llamarle la atención el Acueducto, le atrajo el mercado que, con sus puestos, protegidos por pingajos de trapos blancos, se desarrollaba en la Plaza del Azoguejo. Frente a las perfectas y potentes formas del monumento romano, todo es frágil, tanto la farola que suponemos poco alumbraría en la noche, como las tres casas que se levantan sobre soportales de formas distintas, adintelado, en arco y adintelado, con un piso, dos pisos y tres pisos, haciendo alarde de tosquedad y variedad…
La revista Cultura Segoviana ilustró uno de sus números, publicado en 1932, con este dibujo firmado por Helguera. El conjunto es parecido al óleo de Brañez sin farola y sin mercado. El Acueducto mantiene su prestancia y las casas, que se presentan con los mismos volúmenes y alturas, han ganado en equilibrio y firmeza, pasando a ser protagonistas. El dibujante fue uno de los muchos españoles que se vieron obligados a exiliarse a raíz de la guerra.
Por los años cuarenta, desconozco la fecha exacta, Torreagero pintó al pastel esta viñeta satírica, que se diría concebida para hablarnos de los medios de locomoción y transporte del momento. El Acueducto ha perdido importancia y la ganan las tres construcciones encajadas entre las calles de San Francisco y Angelete. Detalles: ciclista, automóvil, motocicleta, asno y carro tirado por bueyes. Hay paseantes incluyendo dos sacerdotes que caminan ufanos por el centro y un puesto de caramelos como el que se mantuvo durante décadas. La casa del centro ya era Horno de Asar y había protegido sus balcones con el doble tejadillo dispuesto en ángulo. ¿Sería Cándido, el gran mesonero, quien está asomándose a la calle? Bello retrato de una Segovia ida que Torreagero supo reflejar como nadie.
Manuel Mingorance Acien, malagueño, vino a Segovia el año 1949 con el Curso de pintores de El Paular. Pintó la Plaza del Azoguejo marginando un tanto al Acueducto y poniendo énfasis, como ya hiciera Torreagero, en los tres edificios que la cierran por el sur. Frágiles, diferentes en alturas, en volúmenes y en vanos, contrastando con la uniformidad y la fuerza de la monumental obra romana. Por la plaza deambulan las gentes y, bajo los soportales, se han multiplicado los puestos de chuches.
Eduardo Martínez Vázquez, gran paisajista, pintor de montañas gigantes en Gredos, fue nombrado director del Curso de Pintores Pensionados de El Paular el año 1851. Y aquí, en Segovia, pintó esta vista nocturna de la Plaza del Azoguejo, con la masa del Acueducto, poderosa, y la fragilidad de lo que llena el escenario, porque todo, los edificios, los vehículos y los personajes parecen estar allí para destacar la grandeza del imponente monumento romano.
Pienso que la Plaza del Azoguejo, aún sin contar con el Acueducto, tiene su encanto. Y entre quienes supieron apreciarlo se halla Alice Martínez Richter, francesa, asistente al Curso de Pintura de Paisaje del año 1953. Pintó el Acueducto, pero como si no la interesara, y se volcó con las casas que cierran la plaza por el lado sur. El cuadro, un tanto naif, es claro a pesar del cielo nublado y del pavimento gris de plaza y calles, contrapeso de otros colores como el blanco que aplica a las casas, a las telas que envuelven los puestos de chuches, a los vestidos de algunas mujeres y a la guerrera del guardia que regulaba el tráfico protegido del sol.
Gonzalo Chillida pintó esta vista de la Plaza del Azoguejo en 1953. Se me agotan los adjetivos: magistral, admirable, distinta. Tan pasó del Acueducto que lo sustituyó por aleros de tejados que no había. Poder del que crea. Y llenó el lienzo con la representación de elementos urbanos geometrizados con los que construyó una imagen próxima al cubismo, sabiamente estructurada y realizada basándose en una gama de colores gredosos, E2-13 del pantone, que lo hacen especialmente atractivo.
Un aguafuerte de Francisco Lorenzo Tardón de 1960: estamos viendo que un mismo espacio, representado desde el mismo o parecido punto de vista puede dar lugar a composiciones diferentes y ser tratado desde muy distintas tendencias y con muy variadas técnicas. En este aguafuerte, el expresionismo figurativo, al que nos llevan los surcos profundos, el acusado contraste entre luces y sombras y, en las casas del costado sur, la distorsión de líneas y volúmenes.
Con colores húmedos, que no los hay, una sabia combinación de azules, grises y rosas de caída de la tarde, Lope Tablada de Diego pintó esta vista de la Plaza del Azoguejo el año 1962. El cuadro se ve con los ojos y se siente dentro y con la piel. Es como si la nieve hubiera congelado, para hacerlos fijos y perdurables, recuerdos de la imagen que se me aparece cada vez que en este espacio evoco representaciones de cualquier lluvioso y frío día de noviembre.
Sanz del Poyo, soriano, se dio a conocer como ilustrador del libro Cancionero de las dos Castillas y autor de la colección de tarjetas postales Estampas de la arquitectura tradicional castellana, impresa en 1967 y que la Caja de Ahorros y Préstamos de Soria reeditó 20 años más tarde. ¿La novedad? Que en un espacio ya bien conocido el artista colocó la ampliación realizada a la izquierda del Mesón de Cándido y personajes de antaño, con la planta y la vestimenta de un pasado desaparecido hacía mucho tiempo. Los pícaros transformados en figuras de cartón piedra por obra y gracia del dibujante.
De los artistas segovianos, los más dados a representar espacios de la ciudad con sus bellezas han sido los acuarelistas. Y la acuarela la técnica que desde Martín Rico y Pedro Pérez de Castro han venido empleando quienes han tratado de representar los monumentos más señeros y los rincones más característicos. Entre los acuarelistas, que más de una vez han sabido formar grupo, uno de los más destacados, dibujante preciso y colorista delicado, fue Faustino Román, autor de esta preciosa acuarela que el afamado Mesón de Cándido ha utilizado alguna vez como reclamo publicitario.
Juan Manuel Santamaría
Supernumerario de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce
