Curioseando por las efemérides de este mes de agosto, me he encontrado con una que me ha llamado la atención: un 25 de agosto de 1981, la sonda Voyager 2 tuvo su máxima aproximación a Saturno. Dos años antes, en 1979, se había aproximado a Júpiter. En 1986, hizo su máxima aproximación a Urano y, también un 25 de agosto nueve años más tarde, la sonda tuvo el máximo acercamiento a Neptuno. Finalmente un 25 de agosto de 2012, la nave dejó atrás los planetas del Sistema Solar. Necesitó 35 años para llegar a los confines del Sistema Solar. Definitivamente es una sonda ligada a este mes.
El programa de la NASA que envió estas sondas tenía como objetivo el estudio de los planetas pero con la esperanza de que fuesen más allá. En estos cuarenta siete años, las dos Voyager han aportado datos muy interesantes para los astrónomos en su aproximación a los planetas. Hasta entonces, todos los conocimientos estaban basados en la observación a través de telescopios. Su cercanía, relativa, les permitió a los científicos analizar la composición de la atmófera de hidrógeno y helio de Júpiter y revelar el dato sorprendente de que el planeta, que es gaseoso, emitía más energía de la que recibía del Sol; en Saturno, estudió la composición de sus famosos anillos confirmando que se trataba de miles de pedruscos de hielo rotando en torno al planeta. En Urano observó que, a diferencia de Júpiter y Saturno, su atmósfera está compuesta de metano y amoníaco y comprobó que los períodos de rotación son distintos en cada parte de su superficie gaseosa. Finalmente en Neptuno, mostró que había vientos de más de dos mil kilómetros por hora en su atmósfera y que su centro es una especie de hielo sobre un pequeño núcleo rocoso. Este es el último planeta del Sistema Solar y se encuentra a cuatro mil millones de kilómetros del Sol.
La Voyager 2 sigue operativa a pesar del tiempo transcurrido y de los cambios profundos que se han producido en los sistemas de navegación de las sondas espaciales. Se espera que siga transmitiendo datos hasta el próximo año aunque los ingenieros esperan prolongar su vida dejándola “adormecida”. No obstante, con el tiempo dejará de emitir señales y se convertirá en un objeto casi indetectable a la deriva en medio de la nada cósmica. Al abandonar el Sistema Solar atravesará el cinturón de Kuipert, una especie de anillo que rodea a todo el Sistema Solar, y pasado mucho tiempo, la nube de Oort, la factoría de muchos de los cometas que nos visitan.
Aunque la probabilidad de que haya vida inteligente fuera de la Tierra pueda ser tenida en cuenta y las probabilidades de que encuentren la sonda son más escasas que, por poner una imagen, encontrar un pequeño pendiente perdido en una playa de cuatro mil kilómetros, los científicos introdujeron en la sonda un disco de oro con imágenes de la vida en la Tierra, un mapa estelar para situar nuestro planeta y sonidos tanto de la naturaleza como saludos en unos cientos de idiomas. Se discutió si había que dar estos detalles porque había quién decía que es mejor que no nos encuentren porque la experiencia que tenemos los seres humanos de encuentro entre civilizaciones siempre se ha saldado con el exterminio del más débil. Y seríamos nosotros. Pero esos proyectos responden a una época en la que todavía teníamos confianza en el ser humano. Y lo cierto es que en cuanto manejamos datos cósmicos nos damos cuenta, por una parte, de lo insignificante que es nuestro pequeño planeta y, por otra, que más vale que lo cuidemos porque no será fácil encontrar otro lugar donde mudarnos.
Rebasado el Sistema Solar, la Voyager 2 se dirigirá hacia la estrella Ross 248, en la Galaxia de Andrómeda, una de las más cercanas a la Tierra. Aunque está a 10,30 años luz de distancia, cuando la sonda se acerque la estrella se habrá aproximado a nosotros hasta los 3 años luz. Contando con ello, tardará en llegar cuarenta mil años, una nadería en términos cósmicos, pero para entonces, ¿habrá vida en la Tierra?. Eso sí, seguro que llega un caluroso mes de agosto.
