El año 1492 el Reino de Castilla descubrió el Nuevo Mundo y mucho se ha escrito en relación con la leyenda negra española. Sin embargo, una de las características singulares de la Monarquía hispánica fue el mestizaje, como señala la académica Carmen Iglesias, a diferencia de otros grandes imperios, como el inglés, el francés o el holandés. La configuración institucional del imperio español, basada en la lealtad al soberano, el confesionalismo y el respeto al particularismo a cada uno de los diferentes reinos y territorios, determinó el trato a la población indígena del Nuevo Mundo. No se trataba de esclavos, ni colonizados, sino “súbditos” del rey, en igualdad de condiciones y derechos que los demás españoles. En la primera Constitución de 1812, se define la nación española como “la reunión de los españoles de ambos hemisferios”, por tanto en este caso no cabe hablar del imperialismo. La consecuencia es la conciencia de pertenencia común a lo largo de tres siglos, dado que la Monarquía española fue inclusiva a diferencia de la colonizadora Inglaterra. El segundo rasgo que hizo posible el mestizaje, señala la citada historiadora, fue el carácter globalizador e integrador de aquella monarquía, el primer imperio global de la Historia. Es decir, la primera globalización se hizo uniendo las partes del mundo: Europa, América, Asia, África y hasta Oceanía.
El objetivo primero fue cristianizar a los nativos, como lo acredita las 16 órdenes que redactó Isabel la Católica para instruir en la religión a los indios, una reina que consideró a los nativos como personas dotadas de dignidad y prohibiendo así, mediante una Cédula de 1500, traer indios a España o someterlos a esclavitud.
Una concepción religiosa que tenía asumida la dignidad de la persona, unida a la consideración del indígena como súbdito del rey en igualdad de derechos que los peninsulares.
A diferencia de Inglaterra, Francia y Holanda, en la América Hispana no hubo genocidio y la gran mortalidad del siglo XVI fue debida a las epidemias, incluso el 80% de plata americana se quedó allí para su uso comercial. Un mestizaje que se pierde en gran medida con la Emancipación americana y la fragmentación de su territorio. Una independencia que perjudicó a los indios y benefició a los criollos fundamentalmente que detentaron el poder, al mismo tiempo que ocasionó un empobrecimiento económico y cultural de la América Hispana. Con la independencia se pusieron en marcha procesos de concentración de tierras que dieron lugar a grandes latifundios, con cargo a la Iglesia y a las tierras comunales de los indígenas que quedaron desprotegidos.
El resultado, gracias al papel jugado por Inglaterra en la financiación de aquella separación, fue la inestabilidad social, política y económica de los dieciséis Estados surgidos de la independencia americana, en lugar de tres grandes independientes e integrados junto a España en una Confederación.
Hoy nos une un idioma común, el castellano, una de las lenguas más vivas y vivaces del mundo, y una de las que con más energía avanzan, no solo en el área geográfica que se va cubriendo, sino en su capacidad para mezclar, incorporar y aceptar lo nuevo. Este idioma se ha convertido en un vínculo inquebrantable, y además la pluralidad y diversidad de la América hispana se han cohesionado con una lengua y una fe común. En definitiva, ha de ponerse en valor aquel legado que puede constituir un apoyo a la consolidación de las democracias americanas y a la cohesión de sus sociedades.
