Pablo Martín Cantalejo
Tomo el título de una de las famosas películas interpretadas, allá por el año 1937, por los celebrados y ya adelantados en el humor irónico y absurdo Hermanos Marx. Y tomo el título porque tengo en mis manos un programa oficial del Moto Club Segoviano editado nada menos que el 29 de junio de 1956, con las informaciones y normas que ese año regirían para el III Gran Premio Motociclista, dado que en unos cuantos años estas carreras eran prácticamente insustituibles en las Ferias de San Juan y San Pedro de nuestra ciudad.
La época registraba la existencia de moto-clubs en muchas ciudades, y no iba a ser menos Segovia, por lo que unos cuantos buenos aficionados lo fundaros unos años antes del ahora citado. Era director de la carrera ese año el empresario José Víctor García Martín que contaba con Bernabé Álvarez San Frutos como secretario y un grupo numeroso de aficionados de distintas profesiones para encargarse de las diferentes comisiones de responsabilidad, comisarios técnicos, juez de salida, cronometradores, servicios médicos, etc.
El programa que comento contenía el reglamento de la carrera, las categorías de las máquinas de competición y comerciales, y los significados de las banderas que serían utilizadas…
También breves entrevistas a aficionados segovianos, como José María Sanz Flandes y José Luis Martínez, y los habitualmente participantes de renombre nacional hermanos Checa, Gabriel Corsín, los hermanos Carlos y Demetrio del Val… Por supuesto un detallado plano del circuito por la avenida de Fernández Ladreda (hoy del Acueducto), Ezequiel González (Camino Nuevo), curva de Santo Tomás, Fernández Jiménez hasta la curva frente al convento de MM. Reparadoras, donde estaban el control principal y la meta. Recorrido, 40 vueltas con 50 kilómetros para máquinas de competición y 25 vueltas con 3l.250 metros para máquinas comerciales.
Muy de mañana, Gildo Martínez , muy hábil y experto mecánico, propietario de un taller, situado frente al Jardín de los Caídos (hoy de Luis Marcos y Carlos Martín), con sus hijos Antonio y el citado motorista José Luis, recorrían el circuito con su camioneta descargando pacas de paja en los puntos que se consideraban más peligrosos. Unas horas después, la Cruz Roja comenzaba la colocación de mesas petitorias para celebrar el “Día de la banderita”, mesas que luego atenderían señoras colaboradoras mientras las más jóvenes, hucha en mano, “asaltaban” a los transeúntes prendiendo en las solapas un alfiler con la banderita de la entidad.
Comenzaba la animación con los pasacalles y dianas de la Banda de Música de la Academia de Artillería, “La Popular” de Carlos Marín Crespo y la del Hospicio, y con la banda de cornetas y tambores de Cruz Roja. Es decir que Segovia iniciaba con música, gigantes y cabezudos y alegría el día de San Pedro del año 1956. Y empezaba también la llegada de muchos habitantes de la provincia dispuestos a disfrutar con las carreras y, ¡cómo no! con la vespertina y tradicional corrida de toros, generalmente con “buenos carteles”.
Cientos de personas se iban situando a lo largo del circuito motociclista, y el aquí firmante junto a la tribuna de controladores, porque entonces no se disponía de las supermodernas máquinas actuales y había que hacer las clasificaciones a mano, atendiendo a los datos que marcaban los relojes de los controladores, lo que llevaba mucho tiempo…y yo sudaba, clasificaciones en mano, para correr hacia el periódico a fin de alcanzar la primera edición dirigida a la provincia.
Concluidas las carreras, con los participantes sudorosos y sometiéndose a las felicitaciones de los espectadores, “cada mochuelo a su olivo” y los visitantes a buscar algún mesón donde poder satisfacer su apetito con buenos asados de cordero y cochinillo.
Con el estómago ya bien alimentado, y muchos caballeros con su buen cigarro puro en la boca, cumplían con el rito de ingerir un buen café en los varios bares situados en las inmediaciones del Azoguejo, a esperar la hora de encaminarse a la plaza de toros, bien participando en poblados grupos que caminaban a pie o bien tomando alguno de los autobuses que prestaban servicio hasta la plaza, cuando se podía circular bajo el Acueducto.
La tarde –con la satisfacción o disgusto de la corrida- iba a su final, mientras los habitantes de los pueblos acudían a sus respectivos autobuses y los ciudadanos que nos quedábamos aquí, al Paseo del Salón a contemplar la quema de los fuegos artificiales prendidos en los altos de La Piedad, sin que faltara el ¡¡¡¡oooohh!!!! de admiración.
El último bombazo indicaba el final, y hacia la Plaza Mayor (claro, entonces de Franco), a disfrutar de una verbena con música “en directo” sin los gigantescos bafles de nuestros días.
Y perdón por el rollo, pero seguro que muchos lectores desconocían cómo transcurría “un día de San Pedro” en la Segovia del pasado siglo…que quizá pueda servir para distraernos un poco en esta esperpéntica España a que nos están sometiendo, incansablemente, el impresentable apodado “sietevotos”(que no se comprende la publicidad gratuita que se le está haciendo) y el no menos impresentable señor que manda más…a los suyos, que no a mí, precisamente, y promotor de toda la estúpida farsa.
