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Camineros (y II)

por El Adelantado de Segovia
18 de agosto de 2024
en Tribuna
MARIO ANTON LOBO
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La vida en movimiento

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Mario Antón Lobo

En los pueblos donde he vivido el estamento más humilde era el de los gitanos, ciudadanos provisionales que nos hacían ver lo bien que vivíamos todos los demás. Por encima de ellos, si los había, quincalleros: vecinos más o menos fijos siempre dispuestos a ganarse la vida arreglando un paraguas o reponiendo una cazuela. Como éramos muy chulos los solíamos llamar componedores. El tercer piso lo ocupábamos los camineros. A partir de ahí la escala iba subiendo con obreros, mediantines, propietarios en general, aristocracia local (cura, médico, cabo, maestro, veterinario, farmacéutico) y aristocracia real o rico del pueblo. Atahualpa Yupanqui me enseñó que “yo vengo de muy abajo y muy arriba no estoy”. Mi padre pensó que ascendiendo a capataz podría venir a la capital para que nosotros estudiáramos. A mí ya no me cambiaron el título. Carentes de propiedades y otros recursos, mis padres vieron nuestro futuro en el estudio. Al tiempo que obedecía me fui prendando de los saberes hasta cultivarlos, sin exceso, pero con placer.

Con que tempus fugit. A buenas horas voy entendiendo qué es eso de la fugacidad del tiempo. De su imposible retorno. De la nula esperanza de que vuelva. Pero su olvido me parece una injusticia. Maldigo las listas de oficios desaparecidos que no recogen el oficio de caminero. Me resigno. Si decayeron los Tercios de Flandes, las colonias de ultramar, los juncos para atar los churros… Si están a pique de extinguirse nuestros pastores, vaqueros, ganaderos y labradores en general… Ay, don Antonio, claro que no hay camino. Ni caminero. A ver cómo se lo decimos al de la pista forestal, el vial, la carretera, la autovía, la autopista. Ándale con las huellas y las estelas en el mar. Resiste el de Santiago, se difuminan los de Roma y apenas la Diputación Provincial mantiene un remedo de aquellas cuadrillas, ahora mucho mejor dotadas.

El hombre del camino, el caminero, ha sido devorado por el progreso.

Alguno, pocos, yo entre ellos, de los ocho mil millones de terrícolas tiene el orgullo y la satisfacción de recordarles: a mis camineros, a los camineros, al extinto Cuerpo de Camineros del Estado.

Rugen los motores por la circunvalación. Si se esmorroña un puente, se derrama un líquido sobre la calzada, se atasca una alcantarilla, se dobla una señal, se atropella a un corzo, acuden prestos los operarios de la contrata embuchados en sus monos amarillos, naranjas, verdes fosforitos. La humanidad está a salvo. Acordarse de los camineros no arreglaría nada. Es más inútil que acordarse de los caballeros andantes. Y se acabaron los cervantes. El redoble que intento zigzaguea entre plañidera y pregonero.

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