La semblanza del pintor que ofrece su página web destaca que: Renedo nace en Melque de Cercos (Segovia) en 1960. Se inicia en la pintura a los 16 años de forma autodidacta. Su obra la podríamos encuadrar en un realismo figurativo, estilo que siempre ha estado vigente, pero Renedo intenta formar un personalismo renovador y entusiasta.
Logra transmitir en sus obras la quietud del tiempo, la serenidad, reviviendo nuestros viejos recuerdos, con un estilo único, muy personal e inconfundible.
En su página web se pueden contemplar de forma cercana y sin prisa, más 40 obras. También la opinión de José Luis Morales y Marín, profesor titular de la Cátedra de Arte Moderno de la Universidad Autónoma de Madrid. Miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte.

Además de suscribir de principio a fin tan acreditada exposición de este catedrático, en esta breve crónica se recogen las impresiones directas que genera la contemplación serena de los cuadros de Ricardo. Se le considera un representante del llamado realismo figurativo, corriente relacionada con la escuela de Madrid iniciada en la década de 1960 y cuya cabeza más conocida es nada más y nada menos que Antonio López García.
La primera cualidad que surge ante cualquiera de sus cuadros es la de que cada obra requiere una mirada tranquila, silenciosa, sin ningún condicionante porque su contenido establece de inmediato un diálogo interior entre creador y observador. Sus creaciones pueden parecer a bote pronto y en apariencia algo sencillo, porque se capta de inmediato. Algo así como pudiera ocurrir con la prosa de Miguel Delibes, más profunda cuanto más sencilla. Ricardo cultiva una técnica muy elaborada, con un proceso largo y minucioso, con varias capas… hasta que consigue dotar a cada parte de la multiplicidad de sugerencias que brotarán en la mente de cada observador.

En los lienzos donde conviven un conjunto de objetos, parece que éstos hayan acudido a una convocatoria para ser retratados y, una vez pasado el trance, cada uno de ellos regresará a su destino inicial, donde continuará su existencia con los avatares que le caigan en suerte. Cada uno de los objetos tiene vida propia en sí mismo y podría formar un cuadro en exclusiva. No pinta ningún objeto recién comprado. Cada uno de ellos ofrece, ya desde la primera mirada, una trayectoria, una historia… ¿Cuál? La que tu imaginación pueda componer en ese mismo instante.
Asombra la amabilidad, la dignidad y la armonía con las que dota cada composición. Un desconchado en una pared, una cerámica rota, unas botas gastadas, una telaraña… mantienen una limpieza, su decencia, una nobleza. Especial magnetismo surge de las motos que retrata, pero en este caso creo que es ya una particularidad mía que surge de mi afición.
Con su manejo de la luz y de las sombras nos lleva a una nueva dimensión cercana a lo que llamamos 3D. La luz siempre es suave, cálida, en la medida justa que se necesita; no hay destellos ni tenebrismos ni ningún truco extra-pictórico. Sus composiciones suscitan identificación y complicidad, porque Ricardo no es pintor de grandes figuras, ni humanas, ni arquitectónicas, ni botánicas, ni paisajísticas… no. Es pintor de lo cotidiano, de lo familiar, de lo cercano. Todos hemos tenido alguna experiencia con alguna o muchas de las piezas de sus cuadros. Y esto, expresado en el modo tan original que él ha conseguido, podríamos considerarlo como pintor de lo entrañable.
