“Je pense, donc je suis” es un planteamiento filosófico de René Descartes que se convirtió en el elemento fundamental del racionalismo occidental. Transcrito al latín como “cogito, ergo sum”, nosotros lo hemos traducido por “pienso, luego existo”.
En su conocido “Discurso del método”, cuyo título completo es “Discurso del método para conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las ciencias”, Descartes parte de no tomar ninguna premisa como cierta, por lo que empezó a poner en duda todo el conocimiento y materia que se conocían. El famoso apotegma de Descartes ha dado mucho que hablar aunque no parece éste el sitio idóneo para entrar en profundidades, porque se necesitaría más espacio para desarrollarlo en condiciones.
Sin embargo, bien podría venir a propósito sobre lo que acontece en la política española, y para ello trataré de explicarme con el máximo respeto para aquellos que se puedan sentir aludidos. En muchos casos, se da la circunstancia de que hay personas que otorgan su confianza (eso es lo que se hace cuando se da el voto) a determinados partidos, hagan lo que hagan y pase lo que pase. Hay gente que dice “yo he sido siempre de tal partido y lo votaré sin pensar porque son de los míos”.
Pues a algunos de ellos me dirijo, porque tengo serias dudas de que votar a Sánchez sea votar socialismo, ya que a mi juicio son dos aspectos totalmente diferentes. Y si utilizamos la duda metódica, (que es un método y principio para llegar a un conocimiento cierto con el objetivo de encontrar verdades de las que no sea posible dudar), llegaremos a la misma conclusión.
Utilizando también la duda sobre algunas actitudes, podemos llegar al resultado cierto de que el PSOE era un partido constitucionalista y el partido dirigido por Sánchez ya no lo es. Y no lo digo yo, basta escuchar las manifestaciones de relevantes socialistas (Felipe González, Alfonso Guerra, Paco Vázquez …) para confirmar esta realidad.
Por otra parte, la agenda política de este nuevo PSOE se establece según las necesidades, los intereses, incluso las obsesiones de Pedro Sánchez, como puede ser el trueque de una amnistía por siete votos, el reconocimiento de Palestina para contentar a sus socios y a la vez tratar de buscar un liderazgo internacional, o manosear el modelo de financiación autonómica para conseguir el gobierno en Cataluña.
Conviene recordar igualmente que Sánchez anunció una moción de censura diciendo que la sola permanencia de Rajoy en el cargo “debilita nuestra democracia”, y resulta que su gobierno pacta con quienes quieren romper España. Algo que, por cierto, fue negado hasta la saciedad por el mismo Sánchez mostrando su alta capacidad para la mentira. Y no lo negó solo tres veces como S. Pedro.
También Sánchez iba a limpiar la corrupción, y todos sabemos el resultado de esa afirmación, porque presuntamente la tiene hasta en su propia casa. Y como algunos medios lo cuentan -como es la obligación de toda prensa libre-, decide abrir un debate sobre las subvenciones públicas a aquellos que desvelan el comportamiento irregular de gente de su entorno. ¿Qué hubiera pasado si alguien hubiera pretendido quitar la subvención a El País tras las 169 portadas contra Camps? ¿O por el terrible e insistente descrédito a Rita Barberá, y a tantos otros?
Por no entrar en el asalto a las instituciones que es algo tremendamente antidemocrático que va en contra de la buena gobernanza, de la lógica, de la sensatez y de la coherencia democráticas. En definitiva, una carrera hacia el absolutismo más rancio, y el totalitarismo más antiguo y antidemocrático propio de dictaduras bananeras. Dos claros ejemplos son la conducta del Fiscal General del Estado o el comportamiento del Tribunal Constitucional, con Conde Pumpido a la cabeza, revisando la sentencia del Tribunal Supremo sobre la trama corrupta de los ERE.
Da la impresión de que estamos ante una oclocracia, que es un término que acuñó en el s.II antes de Cristo el famoso historiador griego Polibio, y que utilizaba para denominar la versión “patológica” del gobierno popular, una de las formas de degeneración política, en oposición a la versión buena, a la que se refiere como democracia.
El rechazo a la pluralidad política, el uso del poder del gobierno para mantener el estatus político, y la reducción de la democracia, de la separación de poderes y del estado de derecho, tiene un nombre: autoritarismo. Y cuando un estado tiene una frontera borrosa entre la democracia y el autoritarismo, ese estado está en grave peligro.
Por esto y por otras cuestiones -que sin duda el avezado lector conoce igual o mejor que yo-, animo a aplicar la duda radical como principio cognitivo, para ver todos los ángulos de la cuestión antes de tomar decisiones que pudieran ser equivocadas, otorgando la confianza a quien no lo merece.
Dicho sea con todo respeto y con el único ánimo de ayudar mediante este humilde recuerdo del Discurso del Método.
