Era la primera vez que venía a contar a Segovia, estaba nerviosa y por eso, en cuanto subió al escenario, empezó a cantar Moon River, el público la acompañó en el tarareo, siendo esta la primera de una larga serie de colaboraciones entre Patricia McGill y las gentes de Segovia. Tras presentarse y explicar cómo había ido creciendo al tiempo que iba cambiando de residencia de un país a otro, retomó el tema de la luna con una historia que ejemplificaba su tendencia a estar en la luna. A partir de ahí comenzó a dar muestras de un surrealismo rompedor y desmesurado como los atributos de los novios del norte, creciente como las pizzas del Raffaele Esposito en la pantagruélica versión de la creación de la pizza Margarita, que no descendió ni en el cuento del hombre menguante, para volverse tradicional en el cuento de la olla qué iba y venía. Además de estos relatos que compartían la inclusión de algún motivo surrealista, sumo otro cuento más, en el corazón de la contada, procedente también del norte del norte, y en el que el surrealismo llegó hasta la propia estructura del cuento, rompiendo los esquemas de los escuchadores pues el protagonismo va pasando de unos personajes alocados a otros enloquecidos que al no entender la lógica del mundo e interpretarlo a su manera acaban protagonizando un auténtico sinsentido, de esos que es mejor no intentar entender y solo disfrutar sin darle más vueltas.
Además de esta falta de lógica, el otro hilo que unía entre sí la mayoría de las historias era un cierto carácter erótico, aspecto nada fácil de trabajar en una contada y reto que suele ser una buena prueba para probar la solvencia de quien cuenta. Patricia McGill resolvió el aprieto con gran elegancia: narrando con sutiliza y delicadeza los pasajes más sensuales y tirando de la ayuda del público cuando lo carnal rozaba lo grotesco y podía caer en la bastedad -que la vastedad ya la tenía-. De este modo la narradora iba enriqueciendo las historias con el propio vocabulario propuesto por el público, público bastante más reducido que en los días anteriores (¿sería por el final de la Eurocopa?), pero que colaboró como si fuera muchísimo más numeroso contestando las preguntas lanzadas por McGill y haciendo todo lo que se le pedía. Y es que la complicidad es importante para esta contadora quien la buscó con interpelaciones -quizás más de a las que está acostumbrando el público segoviano-, y la consiguió con los ojos, con los gestos de su rostro y esa expresión corporal tan precisa y oportuna.
Patricia McGill fue así enredando a cada uno de los asistentes, tal como hacen algunas personas que se sientan a tu lado en una sala de espera o ese familiar que no quieres que te vayas todavía y empieza a contar algo que no puedes creer pero que tampoco puedes dejar de escuchar. Quizás por eso McGill tiene ese aire de niña traviesa que inventa una gran historia para justificar algún desperfecto accidental. Sin duda en esta capacidad de generar cercanía resida su mayor virtud, ahí y en el magnífico de dominio de voz y cuerpo y, por supuesto, en el acierto a la hora de elegir sus materiales.
Con esta cercana, divertida y refrescante sesión se cierra una de las ediciones del Festival de Narradores Orales de Segovia de mayor calidad y variedad, pues ha supuesto un interesantísimo mostrario de materiales, técnicas y concepciones de narración. Porque la narración oral es tan extensa que es una suerte que el ayuntamiento siga apostando por este festival, que sigue tan vital y asombrador como cuando, hace veinticinco años, lo pariera de sus mientes el gran Ignacio Sanz.
