El milagro de la Noche de la Luna Llena segoviana (que se celebró en una noche de luna creciente) fue triplicar la sesión de narración de Guti. Pesándolo bien, tal y como la planteó más bien fue una larga sesión en la que, de tanto en tanto, cambiaban los destinatarios de sus historias, aunque todos escucharan un romance cada vez que el zamorano subía al escenario. Eso es porque los cuentos no bastan para Guti, en su heredad hay mucho más: romances, canciones, chascarrillos, chistes, acaecidos y las propias historias de aquellos que le legaron tan hermosísimas palabras. Palabras que por tener la importante misión de reconstruir todo un mundo ancestral deben ser precisas para poder así revivir a quien le contara la historia y para dar el trazo exacto de la imagen que se muestra. Y en este uso de las palabras de los narradores originarios -así como en el pronunciar sus nombres y dar señas de su vidas- se ejerce una voluntad de dignificación de esas formas de vida y de esas formas de habla que durante un tiempo se subestimaron y se tacharon de insignificantes, rústicas o avergonzantes; de las que muchos quisieron escapar -como de los propios pueblos-, para solo volver a ellas el día de la fiesta o en el verano.
Pero algo ha cambiado en la defensa de Guti de ese mundo que se pierde: se ha hecho más beligerante desde la propia textura de las palabras, así, la burlona regañina al público por hablar de masa madre (y no de hurmiento) o la reivindicación de sobrao frente a buhardilla o desván, que golpea al escuchador moderno recordándole que tiene su propia herencia lingüística (y literaria) tal vez a punto de perderse. Pero esas nuevas llamadas de atención -conscientes o inconscientes, nacidas del desarrollo de una faceta irónica bastante desconocida de este narrador- también estaban en esos juegos de contrastes entre el antes y el ahora de nuestro vivir humano. Y esta irónica perspectiva que parece tomar el narrar del de Zamora tiene un algo de vitalista o un casi carpe diem de lo que queda y de lo que se puede recuperar o adaptar, lejos de aire melancólico y pesimista que acompaña, en ocasiones, a la reivindicación de lo tradicional. Y es que al folclore le paso un poco lo mismo que a la protagonista del último cuento de la última sesión: se siente morir, pero todavía le queda mucho por hacer y hay que hacerlo.
Pareciera que Guti haya trasladado su actitud como músico folclorista a la narración, porque la música tradicional, aun estando en peligro de extinción, sigue siendo música y, por tanto, aleja las preocupaciones y da vida. Y como Guti no puede pasar sin la música -ahí están esos finales cantados de muchos de sus cuentos, esos romances y esas florituras de baile que siempre se marca sobre el escenario- al final parece que ha dado ese paso natural. Y sí, la literatura oral tradicional también es alegría, pues ese gusto por los dobles sentidos y el contar sin decir, ese mostrario de retórica popular que se ha forjado a lo largo de siglos y esos argumentos llenos de picardía, justicia poética y lirismo natural todavía siguen llegando y gustando en los distintos niveles de recepción que puede darse en un público tan heterogéneo como el actual.
Guti sigue peleando por la memoria y sigue apelando directamente a quien lo escucha para que cuente aquello que le contaron a las siguientes generaciones. Esta vez pidió que se mostraran los lugares donde trabajaron los mayores en el campo, los rincones de los pueblos de procedencia familiar para asegurar, así, que esa topografía heredada queda bien atada la memoria, porque como bien se sabe en otro ámbito que trabajar por la conservación del patrimonio, la educación ambiental, solo se ama lo que se conoce y solo se protege lo que se ama.
