La escritora Valentina Nicolì mantuvo largas horas de conversación con el lingüista, filósofo y politólogo Noam Chomsky (Filadelfia, 7 de diciembre de 1928) en la que el profesor emérito del Instituto Tecnológico de Massachusetts, libre por los años y la costumbre, abordó las contradicciones de un sueño milenario llamado Europa.
—Profesor Chomsky, me gustaría hacerle algunas preguntas acerca de Europa para conocer el parecer de un reconocido intelectual desde un punto de vista no europeo.
—Europa, en otros tiempos, era un conjunto de países independientes. El proceso de construcción de la Unión Europea a partir de la Segunda Guerra Mundial ha tenido, por un lado, consecuencias positivas y constructivas. Por el otro -y sobre todo después del tratado de Maastricht-, sucede que no son coherentes con el desarrollo y el progreso. Así, sucede sencillamente que la Eurozona no da a los Estados-naciones la posibilidad de actuar fuera del control de fuerzas con las que no pueden competir. Por ejemplo, Italia no puede llevar a cabo las políticas que podría ejecutar si no tuviera determinados vínculos económicos, del mismo modo que no pudo hacerlo Grecia por culpa de las condiciones generales impuestas automáticamente, sobre todo por orden del poder alemán, pero ejecutadas a través de Bruselas. Son contradicciones internas evidentes. Yo creo que hay forma de superarlas. Uno los intentos más sensatos que conozco es el propuesto por Yanis Varoufakis y por el movimiento DIEM25, que intenta preservar lo que tiene de positivo y de progresista la Unión Europea tras superar las contradicciones internas que le impiden desarrollarse plenamente. El intento de DIEM25 podría desarrollarse, ser apoyado y convertirse en una vía de escape que permitiera a Europa salir de los serios problemas a los que hoy se enfrenta, que son de varios tipos. Ante todo, existe una diferencia muy grande entre los países. Hay una fractura entre el norte y el sur, pero también entre Europa occidental y Europa oriental. Para unir estas fallas sería necesaria la voluntad concreta de llegar a un acuerdo, de dejar de lado los nacionalismos. Y no es fácil.
—El prestigioso historiador italiano Luciano Canfora ha afirmado que no fue el proceso de unificación lo que acabó con las guerras europeas, sino la Alianza Atlántica. ¿Está de acuerdo?
—Bueno, lo cierto es que, en todo el mundo, el final de las guerras globales lo determinó la invención de la bomba atómica, porque -llegados a ese punto- no hubiera quedado títere con cabeza…, es más, no solo la bomba atómica, sino también las termonucleares de 1953. Una vez inventadas las armas termonucleares no podía haber guerra entre las grandes potencias, porque hubiéramos muerto todos. Sencillamente: no había elección, nada de guerras. Sirvan de ejemplo Alemania y Francia, que durante siglos se han masacrado entre ellas, pero que ahora no pueden hacerlo. Así pues, la única cuestión pendiente era cómo poner orden en estas fricciones, pero este es un proceso largo y todavía en curso. Las dos mayores potencias nucleares, Estados Unidos y Rusia, eran muy diferentes por lo que respecta a poder económico y radio de acción -e incluso a nivel de desarrollo-, pero después de los años sesenta estaban más o menos equilibradas en capacidad de destruir el planeta. Y es casi milagroso que hayamos sobrevivido.
En efecto, nos acercamos a un nuevo conflicto, pero en el interior de Europa una guerra era, sencillamente, inimaginable. Así, la única pregunta era: ¿cómo hacer que avance Europa en un mundo con estas características? Y sí, es cierto, una de las opciones era unirse a la Alianza Atlántica, sustancialmente controlada por Estados Unidos. Pero había otros caminos, los hubo siempre. Desde el principio, los expertos de los Estados Unidos en planificación estratégica temían seriamente que Europa pudiera llegar a ser una «tercera fuerza», un actor independiente en los asuntos internacionales, quizá según los principios gaullistas. Se pusieron en marcha algunas iniciativas, como la Europa de De Gaulle, que iba del Atlántico a los Urales, como la Ostpolitik de Willy Brandt, y otros intentos de construir algo nuevo, una Europa más independiente.
El poder asfixiante de Estados Unidos obstaculizó todos estos proyectos y, por fuerza, la elección, la decisión de los políticos europeos debía aceptar aquel poder. Quedó muy claro en 1990. Por aquellos años, Gorbachov tenía una idea muy diferente de cómo podía ser el mundo posterior a la Guerra Fría. De hecho, rumiaba la idea de que se podía construir una Eurasia unificada con centros neurálgicos en Bruselas, Moscú y Vladivostok, Ankara y así sucesivamente, que se podían suprimir todas las alianzas militares. La idea tenía una base teórica socialdemócrata, quería unificar los bloques militares y llevar a cabo políticas sociales socialdemócratas.
—Por otro lado, estaba la opinión de Estados Unidos, que era muy diferente…
—Se hizo patente cuanto tocó decidir el destino de la Alemania unida: esa era la cuestión principal. Los estudiosos han aclarado con gran precisión lo que sucedió. Hubo un acuerdo, un acuerdo verbal entre George Bush padre, James Baker y otros políticos estadounidenses por un lado y, por el otro, Mijaíl Gorbachov.
El pacto era que Alemania podía ser unificada e incluso militarizada, lo que desde el punto de vista de Rusia era una concesión increíble. Vayamos a la historia moderna: en los últimos siglos, Alemania, ella sola, devastó más de una vez Rusia, que sobrevivió con dificultad. Llega Gorbachov y permite la reunificación alemana y, por si fuera poco, que entre en la OTAN, una alianza militar hostil a Rusia.
Luego, con Clinton, la OTAN se expandió, poco a poco, hasta las fronteras rusas. En 2008, la cosa siguió adelante con Bush hijo y, luego, con Obama. Se propuso a Ucrania y a Georgia que entraran en la OTAN.Esto es una amenaza para Rusia, casi inconcebible para quienquiera que mande en Rusia: nadie, no importa quién, podría aceptarla. Ucrania, aunque no tuviéramos en cuenta las relaciones históricas, culturales, lingüísticas o de otro tipo, es un punto estratégico para los intereses geopolíticos y de seguridad de Rusia. Ucrania estaba destinada a causar graves problemas, que están ahora encima de la mesa y que, obviamente, explican lo que pasa hoy en aquella zona.
—Mientras tanto, quedaba el problema de qué hacer con la OTAN…
—Desde que se fundó, la justificación teórica de la organización era poder defender Europa occidental de un ataque ruso.
Sea como sea, en 1991 quedaba por resolver la cuestión de qué hacer con la OTAN. La respuesta lógica debería haber sido que se debía disolver: la justificación oficial carecía de sentido. En cambio, se amplió, y no solo a nivel territorial, sino en el tipo de misiones que debía cumplir. La misión oficial de la OTAN acabó modificada para que tuviera alcance global, para que no tuviera relación solo con la cuestión rusa. Así, el papel de la OTAN fue defender el sistema energético global, convertirse en un instrumento para asegurar que siguiera bajo control occidental: eso exactamente significa «protección». El sistema energético global incluye las vías marítimas, los gasoductos y los oleoductos; en una palabra, el mundo entero. De este modo, la OTAN se ha convertido, sustancialmente, en una fuerza de asalto comandada por Estados Unidos. Y se puede confirmar fácilmente: basta con pensar en los Balcanes en 1999, cuando la OTAN bombardeó Serbia por la cuestión kosovar. Esto es un indicio serio de que la OTAN es, sencillamente, una fuerza de intervención estadounidense que no respeta lo más mínimo el derecho internacional.
En el caso de Kosovo no había ningún pretexto plausible y, además, existían claras opciones para utilizar la vía diplomática: ambas partes tenían propuestas que podrían haberse acercado. De hecho, después de setenta y ocho días de bombardeo, se llegó a un acuerdo que era una especie de compromiso entre las dos partes, formalmente por lo menos. Pero, una vez más, sucedió que la OTAN se expandió aún más hacia la frontera rusa, incluso llegó a ofrecer englobar áreas de importancia crucial para la seguridad rusa: Ucrania y Georgia.
En síntesis: llegó un momento en el que la OTAN cambió su función, que pasó de ser la defensa, en teoría, de Europa occidental al control del sistema energético mundial, además de ser la fuerza de intervención militar de Estados Unidos.
Pero las cosas no tienen que ser así por fuerza. En 1991 se podían haber dado pasos en la dirección que propuso Gorbachov, que hubieran llevado a un mundo muy diferente. No hubiéramos tenido las fricciones en las fronteras rusas, que son gravísimas, no hubiéramos visto a Estados Unidos abandonar el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, lo que puede dar paso a la fabricación de misiles nucleares muy peligrosos, misiles de corto alcance, como sucedió a comienzos de los años ochenta, cuando estuvimos muy cerca de una guerra nuclear.
Es un escenario extraordinariamente peligroso, pero evoluciona así, fundamentalmente, por el rechazo estadounidense a aceptar un tratado de paz generalizado en el que se desmantelaran los bloques militares y Europa -es más, Eurasia- fuese libre para seguir su propio camino.
—En Europa faltan organismos políticos capaces de gestionar esta nueva dirección política. A propósito, por ejemplo, Thomas Piketty ha propuesto mecanismos más rápidos para democratizar, al menos, la Eurozona. Como ha constatado, existen instituciones opacas y no oficiales -el Eurogrupo, el Consejo Europeo…- que toman decisiones a nivel centralizado sin consenso popular, sin que los ciudadanos europeos puedan aprobarlas, sin ningún tipo de proceso democrático…
—El funcionamiento actual es radicalmente antidemocrático. Así, las decisiones que controlan los programas sociales y políticos en general, las medidas económicas de Europa, las toman fundamentalmente grupos de no electos. La Troika no la ha elegido nadie, la Comisión Europea no es un órgano electo, no lo son el Banco Central Europeo ni, obviamente, el Fondo Monetario Internacional. Pero hay un margen para poder cambiar. Las cosas no tienen por qué ir siempre en esa dirección. Por ejemplo, el Parlamento Europeo, o una institución similar, podría convertirse en un sistema, en una institución que funcionara de verdad. Pero es algo que ha de ser construido, no es algo que suceda por sí mismo.
—Por esta razón, Piketty propone lo que llama el T-DEM, un pacto para la democratización de la Eurozona, que se podría implementar sin modificar los otros tratados de la Unión. Hoy, el Parlamento Europeo se parece a un bedel que se limita a poner un sello en un documento.
—Sí, eso es. Pero no tendría que ser así por fuerza. Hay maneras de reorganizar la gobernanza en Europa. En primer lugar, dar a los países un poco de flexibilidad a la hora de poner en práctica sus políticas económicas les permitiría evitar recesiones profundas. Tomemos el ejemplo de Grecia en el periodo más grave de la crisis. Se le impusieron a los griegos políticas que no hicieron más que agravar la crisis y proteger a los bancos del norte. Pero eso fue la consecuencia de decisiones muy concretas. Si Europa fuera, por ejemplo, un grupo de países independientes, Grecia podría haber hecho algo tan sencillo como devaluar la moneda y buscar su propio camino para salir de la crisis. No pudo hacerlo. Si hubiera un sistema semejante al que hay en Estados Unidos, los Estados más ricos podrían equilibrar a aquellos más pobres.
